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La embriaguez del pensamiento

Actualizado: 25 abr

Las grandes catedrales del anarco-capitalismo neoliberal


Jacques Sagot




Resulta perturbador, ver la forma en que el imaginario religioso, la devoción y la necesidad de sacralidad inherentes al ser humano se filtran aun en los más laicos, seculares, y materialistas rincones del mundo.  Times Square es una enorme intersección comercial y destino turístico en el corazón de Manhattan, para ser exacto en el carrefour entre Broadway y Seventh Avenue.  Siempre iluminado, y disparando la vista humana hacia lo alto como lo haría una catedral gótica, bañado en el resplandor eléctrico de mil vallas publicitarias superpuestas, es llamado “The Crossroads of the World”, “The Center of the Universe”, “The Heart of the Great White Way” y “The Heart of the World”.  Atrae a unos 50 millones de peregrinos anualmente, 330 000 personas pasan por él, y 460 000 peatones caminan por Times Square en un día relativamente agitado.  


Desde la primera vez en que puse un pie en este monumental templo del capitalismo rampante, me di cuenta de que en realidad estaba en una catedral.  La superposición de los íconos publicitarios en la angosta torre del centro, es totémica al tiempo que gótica.  Todo está imbuido de un espíritu religioso, en el que la deidad adorada es el dinero, y este asume la forma de mil marcas, imágenes en luces resplandecientes, e íconos comerciales.  Por poco dan ganas de caer de rodillas en fervorosa prosternación.


El animal tótem era el origen del pueblo que lo asumía como emblema.  La palabra “tótem” designa el monumento –alto, imponente– confeccionado con maderas como el cedro, donde podemos ver, superpuestas, las imágenes de diversos animales (lobos, águilas, osos, bisontes, tejones, peces, halcones, búfalos).  En la cúspide de la estructura, encontramos a menudo aquellas figuras que simbolizan el rango supremo de la jerarquía social.  Heteróclita, híbrida quimera, a ojos occidentales, una bella concepción surrealista “avant la lettre”.  Para muchas tribus norteamericanas, ciertos animales encarnaban fuerzas sobrenaturales y atributos espirituales muy específicos.  En los estratos del tótem algunos investigadores han creído percibir lo que habría sido una intuición precientífica de las dimensiones consciente y subconsciente del ser humano.  El estrato inferior representaría al subconsciente, en el medio vendría el consciente, y los seres –a menudo alados– de la cima, una forma superior de la conciencia, esto es, la conciencia que se toma a sí misma como objeto de referencia, la conciencia de la conciencia: el ojo que, mirándolo todo, se contempla también a sí mismo.  Las figuras aladas del tercer estrato podrían no representar, sin embargo, otra cosa que el impulso de expansión –Lebensraum–, la proclividad a ese “incremento de la vida”, esa voluntad de plenitud y expansión que Nietzsche juzga natural en cualquier ser viviente, y que erige en principio mismo de su metafísica –y por ende, de su ética implícita–.  El tótem puede también emblematizar a una familia, un linaje, una comunidad y, dentro de esa incoercible –pero latamente rentable– pandemia que llamamos New agephilosophy” no es infrecuente que represente, incluso, a un individuo.  Este, en tales casos, habría escogido un “ayudante” animal, suerte de figura tutelar cuyo espíritu lo guiaría a través de su peripecia vital.  Así encontramos gente que se tatúa mariposas, tigres, lobos, kiwis u ornitorrincos, convencidos de que estos son los animalitos que van a hacer su paso por la tierra más grato o, siquiera, menos solitario.  Aunque el tótem está particularmente asociado a la cultura Ojiwaba, encontraremos manifestaciones similares en toda América, África, Arabia, Asia, Australia, Europa Occidental y Oriental.


El edificio más alto de Times Square es la torre esquinera, ahí donde la avenida se bifurca en forma de Y.  Las oficinas del New York Times.  Es, a todas luces, un tótem en el que los animales han sido sustituidos por nuevas divinidades, esta vez, firmas comerciales diversas, aureoladas por sus luces eléctricas y de neón (suerte de nimbo o de velo místico), y apiladas según su jerarquía: las más potentes están en la cima: licores, automóviles, computadoras, moda…  


Pero lo mismo sucede en la Galerías Lafayette del boulevard Haussmann, detrás de la Ópera Garnier de París.  Cuando se sube al último piso, se descubre un espléndido y enorme vitral a guisa de techo.  Son 1000 metros cuadrados de cristal de color, con balcones dorados, una bóveda, una cúpula, un domo en estilo art déco y art nouveau pero que, en todo caso, se inscriben claramente dentro del imaginario religioso.  Nuevamente, se siente uno impelido a la genuflexión.  Otra catedral del consumismo, otro templo abocado al culto del dios Dinero.  El enorme vitral del techo es, en particular, de espíritu netamente catedralicio.  


Todo esto es espléndido, pero no deja de sumirme en sombría cavilación.  ¿Qué me preocupa?  Me preocupa la facilidad con que el ser humano tiende a sacralizar todo lo que lo gratifica, y a satanizar y segregar lo que lo mortifica.  Esa ecuación entre Dios y placer me parece aberrante.  Lo mismo diría de la ecuación entre Satán y el displacer.  No difiere en lo absoluto de la concepción de mundo de un niño de cuatro años de edad.  Vivimos en una sociedad puerilizada.  Nos hemos convertido en puerus aeternus : niños eternos.  El síndrome de Peter Pan y la tierra de Nunca Jamás.  El síndrome del puerus aeternus es estudiado con todo rigor por la moderna psicología y neurobiología: se trata de una dolencia colectiva de extremada gravedad: gente que no logra ir más allá de su estadio evolutivo infantil.  Por supuesto, fracasan en su integración profesional a la sociedad y en su calidad de padres de familia.  No podemos ver más allá del placer y el displacer.  Al primero le erigiremos catedrales –religiosas o seculares y materialistas, tales los casos que vengo de mencionar–, y al segundo lo expulsamos de nuestra psique… con lo cual no hacemos sino fortalecerlo, y preparar su nuevo, redoblado embate.  Si toda nuestra gestión vital se limita a la búsqueda del placer y la evitación obsesiva del displacer, ¿en qué nos diferenciamos de un cocodrilo africano?  El propio Freud percibió en la sistemática, fanática elusión del dolor el origen de toda forma de neurosis.  


Times Square y el domo de las Galerías Lafayette: dos catedrales, dos templos para la veneración, dos santuarios, dos adoratorios del hedonismo contemporáneo en su forma más vulgar.  La sacralización de lo laico, la laicisazión de lo sacro.  ¡Ay, somos criaturas tan simples, tan proclives al autoengaño…!

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