El cielo se muere
Jacques Sagot
Está sucio el cielo. Sucio, sí. Denso, grumoso. Las llagas abiertas del firmamento supuran sobre las sierras. El sol naufraga en el gris infinito y monocorde. Jaspeado de ocres y granas, el crepúsculo busca a tientas los colores en su iridiscente paleta. Y el triste lienzo sideral deviene aún más incierto y borroso.
Enorme sudario de la bruma… a través de los jirones del yerto paño adivino el mudo dolor de las estrellas. La lluvia ha secuestrado la palabra. Es la suya hipnótica letanía, arrullo de madrastra que aguarda sigilosa el pálpito postrero de la luz. Ya circula el veneno por la sangre del niño dormido. Ya se apagan sus ojos y se llenan sus párpados de escarcha.
Lluvia en las callejas, lluvia en las azoteas, lluvia amarilla en las farolas, lluvia purpúrea del ocaso, lluvia gris de los cementerios, lluvia negra de los albañales, lluvia en mi cerebro, lluvia que licúa mis huesos y en desaguadero transforma mis pobres vértebras ateridas.
Lenta erosión de mi ser, ojos que ya corren alcantarilla abajo, manos erguidas contra el diluvio, pies arrebatados por la creciente de los caños y las aceras… El agua busca al agua, y los estuarios todos de mi cuerpo se hacen uno con la lluvia.
Soy una enorme nube preñada, liberando sobre el mundo el torrente que la rompe y atormenta. Una nube que avanza con su relámpago clavado en el flanco, dorada y lenta su hemorragia.
Lluvia que me borras la cara y consumes mi cuerpo, lluvia ensañada contra mi frente, látigo de hielo multiplicándose en mis hombros y mi espalda transida: ya nada puedes contra mí. Tu elemento es también el mío. Lluvia he sido desde que el universo no había aun sido proferido, y lluvia seré cuando tus miríadas de besos gasten por fin mi piel y mi tiempo.
Hermano tuyo soy. No he venido al mundo a ofrecerte resistencia. Tómame, ráptame, deshaz mi carne y llévame mar adentro, lejos de las cruces y los altivos monumentos, ahí donde se disuelve lo que alguna vez llamáramos humano. Libérame de una vez por todas de esta cárcel sin ventanas ni tragaluz que es mi nombre. Borra, lluvia, la memoria del mundo. Haz desaparecer las trazas que el hombre dejara sobre los caminos de la tierra. Purifica, arrasa, cumple con tu vocación de diluvio, y no dejes que los hijos de la nueva arca esparzan una vez más su ponzoñosa simiente sobre los surcos anegados por la muerte.
Que bien narrado, y expone tantas penas unidas al mundo, a la lluvia al desencanto, de lo gue nos ofrece la existencia, espectacular