La embriaguez del pensamiento
- Bernal Arce

- hace 6 días
- 2 Min. de lectura
Tan solo un pedacito de vida
Jacques Sagot
Hoy me he comprado un koala de peluche. Lo adquirí, curiosamente, en una farmacia parisina de la que soy esclavo más que cliente. Formaba parte del decorado de la vitrina. Me costó quince euros. ¿Por qué lo hice? Porque me gustan los koalas, ha de ser. Una vez vi dos en el zoológico de San Diego. La mamá llevaba su cría al hombro, y comía hojitas de eucalipto. Lento, manso, tan bello… la mirada émerveillée de mi hermanita, que me acompañaba. La súbita toma de conciencia de que estaba ante una obra de arte natural, un milagro, un poema, un portento de la vida. También los vi en el zoológico de Houston… eran la mansedumbre misma, sus movimientos ejecutados en adagio molto, a un tiempo majestuosos y enternecedores. Y ahora, yo con mi koala, en una bolsa llena de los más siniestros, insidiosos fármacos. Un poco de dulzura, en mi infierno: ¿tengo derecho? ¡Faltaba más! El taxista, preguntándome qué edad tenía el chiquito, que si ya sabía hablar, que si ya caminaba, que si él me lo había pedido o si era una sorpresa, que a su niño también le encantaban los peluches, que cómo se llamaba el mío, que tal vez pudieran un día salir a jugar juntos… Todo lo inventé, absolutamente todo. Me creé un niño de ficción para no admitir que el peluche era mío. Al bajar del carro me rogó que “le transmitiera a mi esposa y a mi chiquito un saludo fraterno”. Chiquito nunca tendré y, a decir verdad, esposa jamás tuve. Aún no le he puesto nombre a mi koala. A menudo la poesía se acurruca en las cosas más simples y chiquititas de la vida. Debemos reconocerla y captarla con extremada ternura: sale volando tan pronto se sabe descubierta. Es lo propio de la belleza.




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