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Foto del escritorBernal Arce

La embriaguez del pensamiento


Mi viejo amor, el amor



Jacques Sagot



 

Desear es fácil.  Enamorarse es fácil.  Enamoriscarse es fácil.  Ilusionarse es fácil.  Amar, en cambio, es la cosa más difícil del mundo.  Implica la postergación de uno mismo en aras del otro.  Admitir que es diferente y celebrarlo (no diré “aceptarlo”) en su alteridad, en su irreductible individualidad.  El fascinante viaje del Yo al Tú esencial.  Construir, con estos dos pronombres, un “Nosotros”.  

 

No se trata de “complementarse”, que eso significaría que uno -o quizás los dos- es débil, insuficiente (el mito “del andrógino”, que Platón pone en boca de Aristófanes, en El Banquete).  Tampoco se trata de “fusionarse”: el amor vive de distancia y muere de excesiva proximidad.  La tal “fusión” es imposible: toda la magia del amor consiste en reconocerlo.  Navegaremos hacia el ser amado sabedores de que nunca llegaremos a él.  Lo que importa es la travesía, no el puerto.  Buscarlo eternamente, ir hacia él cada día de nuestras vidas.  Una derrota desde siempre y para siempre, pero es precisamente en esta incapacidad de conocer e identificarse absolutamente al otro que radica la paradójica victoria del amor.  Es esto lo que lo hace inagotable.  


El deseo convoca a la piel.  El enamoramiento a los sentimientos.  La ilusión a la imaginación.  Pero el amor convoca a la totalidad del ser, desde sus raíces hasta el follaje, con todo y los nidos de pájaros -o de murciélagos- que lo habitan.  El misterio de los misterios.  

 

Duele, el amor.  No es placentero, como el deseo, el enamoramiento, el enamoriscamiento o la ilusión.  A veces es lo que más duele en el mundo.  Otra de sus paradojas: siendo la más poderosa fuente de vida que jamás tendremos, también nos inflige la muerte.  La pérdida del ser amado significa la pérdida de uno mismo: una terrible, peligrosa apuesta: lo doy todo, sabedor de que si me toca una mala mano de cartas, lo pierdo todo.  Tomar riesgos.  El don de uno mismo.  Absoluto.  Exponer la propia fragilidad: entregar las “llaves del reino”.  Hacerse vulnerable, abrirse.  Amar es el acto que más valentía requiere del ser humano.  Y, por encima de todo, un acto de fe.  En uno mismo, en el otro, en la perennidad de la relación.  Saber a quién se ama.  No invertir la vida con una persona que se desconoce a sí misma, que no tiene un principio de identidad sólidamente establecido, y que va descubriendo su íntima esencia a los cuarenta, o a los cincuenta años de vida.  Entonces, tal el adolescente tras su crisis de crecimiento, decide modificar abrupta, radicalmente, todo su libreto vital.  Se reinventa.  Cambia de amor, de religión, de nacionalidad, de profesión, de amigos, de aficiones, de lenguaje, de preferencias estéticas, de régimen alimenticio, de color de pelo, de atuendo, de prioridades.  He tenido tales casos muy de cerca.  Por poco podría hablarse de esquizofrenia.  Quien no se conoce a sí mismo no puede amar sin acarrear tremendo dolor a su compañero.  


El amor es el gozo en el crecimiento del otro: convertirse en un aliado de su vida, en la caja de resonancia donde reverberan sus sentimientos.  Y sí: compadecerse, en el sentido original de la palabra compasión: padecer-con.  No abandonar la nave, como las ratas, cuando arrecia el viento y la tempestad va segando mástiles con su guadaña de fuego.  El amor es otro nombre para la vida.  Acaso sea más que ella.  Es lo que VictorHugo le dice a Juliette Drouet: “Amar es más que vivir!”  No es una mera fórmula poética (eficaz, catchy, como todas las que creó su autor): es una reflexión honda, hondísima.  Algún día discutiremos por qué.  

 

Toda Simone Weil está ya prefigurada en este aserto.  Quien no ha amado no ha vivido, tan solo existido.  Las piedras existen, están: el ser humano vive, es.  “El dolor de ser vivo” -nos dice Darío, en “Lo fatal”-.  “Nuestra conciencia enorme de ser vivo y despierto” -lo secunda nuestra Carmen Naranjo, en “Desde donde nace la voz”-.  Es que lo propio del ser humano no es estar, sino ser.  La expresión somos sereshumanos es, por poco, una tautología.  La noción de ser está en ella duplicada.  

 

Creo en el amor.  Es para él que hemos nacido, y es en él que hemos de procurar morir.

 

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