Deporte: magia, poesía y heroísmo
- Bernal Arce

- 26 ago
- 3 Min. de lectura
Cuando el fútbol es magia, danza y poesía
Jacques Sagot
Y ahora, amigos, un pequeño homenaje al fútbol - arte, al fútbol generoso, al fútbol dación. Ese que nos seduce, enamora, y conmueve.
Me siento privilegiado, inmensamente afortunado de haberlos visto jugar. No solo los cinco juegos que nos regalaron en el Mundial España 1982, sino sus previas giras europeas y los abundantes amistosos que escenificaron en el Maracaná. Me siento orgulloso de haberlos visto jugar, sí, como me siento orgulloso de haber oído e interactuado con Pavarotti, de haber visitado el Gran Cañón del Colorado o de haberme prosternado en la Catedral de Notre Dame. Ese es el nivel de adoración que siento por ellos.
El equipo que más bello, creativo, inolvidable fútbol le ha dado al mundo, después de la constelación de genios del mundial México 1970. Me refiero al Brasil de 1982. En el mediocampo, Zico, Sócrates, Falcao y Cerezo. Por la punta izquierda Eder. No jugaban con puntero derecho, pero el carrilero Leandro, o bien Falcao o Sócrates subían para cumplir con esa función. En la defensa, Junior por la izquierda se sumaba al ataque y a la construcción de juego como el mejor mediocampista que sea dable imaginar. Por la banda derecha, Leando, rápido, incisivo, capaz de patear admirablemente con ambas piernas, hacía otro tanto. Eran jugadores con personalidades muy definidas, gestos inconfundibles, estilos personalísimos. De cualquiera de los mencionados podía esperarse un coup de génie en el momento menos pensado.
No era un equipo perfecto: tampoco el Gran Cañón es geométricamente perfecto. El arquero, Waldir Peres, de magnífica actuación en el campeonato local y capaz de pararle dos penales al alemán Paul Breitner en partido jugado en Stuttgart en mayo de 1981, nunca logró asentarse psíquicamente en el cuadro. Pudieron haber alineado a Leao, que era suplente y estaba aún funcional. Pero Telé Santana prefirió renovar sus votos de fe en Waldir… y pagó su precio por ello. Serginho, el número nueve, era también una pieza cuestionable: en aquel ballet, en aquel “Cirque du soleil” (Antonio Alfaro) su estilo tosco, pesado, inhábil, disonaba con la tonalidad general del equipo. Era como ver a Martín Kadaragián en una exquisita coreografía con Nureyev y Margot Fonteyn: ¡imagínense ustedes lo grotesco de tal imagen! Pero en la historia del fútbol jamás ha habido equipo perfecto. El Brasil tricampeón en 1970 –votado el mejor cuadro de todos los tiempos– también tenía sus lunares.
No ganaron el campeonato mundial, y sin embargo la gente los recuerda muchísimo más que a los que alzaron el cetro. Es perfectamente normal, que se recuerde a un campeón: está en el orden de las cosas. Pero cuando la gente conserva más nítidas imágenes mentales de un cuadro que no campeonizó, ello solo puede ser por muy poderosas razones. Es el caso de la Hungría de 1954 y de la Holanda de 1974, entre otras pléyades de genios balompédicos. El Brasil de 1982 cayó en una mala tarde, ante una Italia más pragmática, minimalista, avara, cicatera y resultadista. Ese día perdí mi virginidad ética. Comprendí que la excelencia no siempre es recompensada, que no siempre ganan los mejores, que a veces vale más ser cazurro, ladino y calculador, que prodigarse en belleza sobre el terreno de juego. Brasil perdió porque, aun cuando un empate le bastaba para seguir adelante, jamás renunció a su juego propositivo, audaz, hermoso, coreográfico, a ofrecer espectáculo, a premiar al público con belleza, no con matráfulas (penal no pitado de Gentile sobre Zico) y sórdidas maquinaciones. En realidad, Italia debió haber quedado eliminada en la primera ronda, cuando en el partido contra Perú el podrido arbitrillo alemán Walter Eschweiler no sancionó un penal como el Chimborazo cometido contra Juan Carlos Oblitas. Hoy sabemos que el sopla pitos dirigió el partido completamente borracho. ¡Nossa!
Me siento bendecido por haber podido gozar del Brasil de 1982. No espero ver fútbol más bello en lo que me resta de vida.






Leer este artículo me transportó directamente a los partidos del Brasil de 1982, un equipo que transformaba cada pase en un gesto casi poético, donde la creatividad y la pasión se sentían en el aire. Me recordó que el fútbol no siempre premia la excelencia pura, sino también la estrategia, la suerte y la resiliencia. Mientras recordaba esos juegos, aproveché para buscar información sobre diferentes plataformas de apuestas y encontré un análisis interesante en https://retabets.pe/, donde explican cómo funciona Retabet Perú, su oferta de juegos, apuestas y cómo gestionar depósitos y ganancias. Me pareció útil para quienes quieren comprender cómo operan estas plataformas, evaluar distintos juegos, la seguridad y la experiencia de usuario antes de tomar decisiones. Es fascinante ver…