Por Bernal Arce.
Recuerdo aquellos años noventas en los que ir al Rosabal era casi un ritual. Camiseta rojiamarilla pegada al pecho, bandera en el cuello e ir a esperar el bus que nos llevaba de Belén a Heredia centro. Ese sentimiento -el del aficionado a un club al que se se ama más que uno mismo- es inexplicable. Solo aquellos que lo sienten o han sentido, entenderán de lo que hablo.
Hay un juego particular que siempre recordaré; es un Herediano - Saprissa en el invierno de 1994. Ese día, mi amigo Koki y yo, llegamos tipo 10 de la mañana a un viejo Rosabal que ya lucía casi lleno. El juego arrancó a las 11 bajo un sol de justicia, pero no había problema. Eran otros tiempos, y no sé si el astro rey molestaba menos o el amor al "Team Florense" podía más. Lo cierto, es que esas asoleadas se disfrutaban, más si el equipo florense ganaba el juego.
Recuerdo ese equipazo con Hermidio en el arco; Héctor Marchena bastión en la defensa, Germán Rodríguez, Mauricio Solís, Marvin Obando, Kenneth Paniagua y Róger Gómez. Una máquina aceitada de crear futbol veloz y preciosista. Ese Herediano era una mezcla de magia y pausa en los pies de Kenneth, velocidad con Obando y potencia con el "Polícia" Gómez. Daba gusto verlo jugar; y para culminar aquel uniforme rojiamarillo a rayas verticales que hacía lucir al Team elegante en el rectángulo verde.
Esa mañana el primer tiempo se complicó y fue trabado para ambos equipos. El Saprissa de Lonnis, Vladimir, González, Paté y Medford, era igual un gran conjunto. Al recordar esos actores, queda claro que los morados -aquel día vestidos de blanco- tenían sobrados recursos para vencer en el Rosabal, pero no les alcanzó.
El delantero florense en la inicial fue el grandote José Jaikel -precisamente llegado en esa temporada- el "Tanque", como le llamaban, se encargó de desgastar en esos primeros 45 minutos a aquella defensa morada liderada por Lonnis y el "Mincho" Mayorga. Para el segundo tiempo ingresó el brasileño Rodinei Martins -un delantero fino y veloz que poco a poco se ganaba a la afición florense-; con el brasileño en la cancha el juego cambió y los florenses lograron romper el cerco defensivo de los de Tibás.
Y como reza una vieja canción: "no fueron uno ni fueron dos...sino tres" las ocasiones en que el guardameta Lonnis tuvo que recoger el balón del fondo de las redes. Herediano tomó el control del juego y del marcador y literalmente "bailó" y borró a Saprissa de la cancha. En la grada, nosotros -la afición- también montamos el baile y la fiesta, una fiesta que por cierto alargamos en el Bar Luna, un símbolo del heredianismo.
La asoleada y después la mojada, pues llovió torrencialmente, valieron la pena y aquel juego quedó grabado en mi memoria, como uno de los que siempre recuerdo con cariño especial. El Rosabal Cordero siempre fue una muralla en esos partidos especiales; ahí la magia y unión entre el equipo y la afición, ganaron muchos juegos y marcaron con buen futbol, sudor y pasión, una época dorada en la historia del equipo que nació grande. Última línea.
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