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Foto del escritorBernal Arce

¡Un acta de defunción para el fútbol costarricense!

Actualizado: 13 mar 2023

Jacques Sagot


Bueno, la Liga Deportiva Alajuelense se ha encargado –con ejemplar eficacia– de recordarnos el lúgubre hecho de que somos residentes del cuarto mundo futbolístico.  Segundones detrás de Canadá, Estados Unidos y México en la Concacaf, una de las más exiguas y marginales federaciones del fútbol mundial.  La Liga fue víctima de un revolcón de 3-0 contra Los Angeles Football Club, ¡y ello en su propio estadio!


Pero no hubieran tenido mejor desempeño Saprissa, Herediano o Cartaginés.  Es la historia de siempre.  Y la tendencia apunta a que vamos a hundirnos aún más en nuestro pantano de mediocridad.  Panamá, Cuba, Jamaica han exhibido un crecimiento futbolístico exponencial, mientras nosotros chapaleamos en la marisma del subdesarrollo.  Por lo que a Honduras atañe, ese es un rival ya canónico de Costa Rica.  Sucede lo siguiente: mientras que en nuestro corralito los futbolistas son niños mimados de la sociedad, vedettes, modelitos de pasarela, en Honduras aún se ven a sí mismos como gladiadores.  Es una diferencia de autopercepción descomunal.  Mientras nuestros futbolistas invierten horas diarias eligiendo el color con el que se van a teñir las mechitas, o el tatuajito en la nalga derecha, o los aretitos que exhibirán coquetamente en el siguiente partido, los hondureños entrenan, estudian al rival, se preparan.  No son galancitos de matinée, sino auténticos guerreros.  Los anima un ethos radicalmente diferente del que profesan nuestros modelitos de pasarela.  Honduras nos desplazará sin la menor duda del cuarto al quinto lugar de la Concacaf.  Y si no lo hacen ellos, ahí están Panamá, Cuba y Jamaica para encargarse de nuestra democión.


Los diez minutillos de “fama” de nuestros futbolistas le han hecho un daño inmensurable al deporte que tanto amamos.  Empieza a decaer cualquier futbolista que se tome en serio a sí mismo como crack, aun cuando lo fuese en una mísera finquita charraleada, húmeda y tropicalona como la nuestra.  Por un momento creí que las siete ojivas nucleares que nos incrustó España en el mundial de Catar iban a operar como un revulsivo, un aterrizaje violento en el principio de realidad, y un punto de inflexión en la historia de nuestro fútbol.  Pero no fue así.  A los costarricenses pueden abofetearlos, denostarlos, escupirlos, humillarlos… igual dejarán que les pasen por encima sin siquiera chistar.  Somos un pueblo amodorrado, anoréxico, asténico, ataráxico.  El músculo psíquico de la voluntad, la entereza y la capacidad de reacción se nos ha atrofiado.  


¿Qué anda mal, en el fútbol de Costa Rica?  That´s an easy one: todo.  Absolutamente todo.  Infraestructura, estado de las canchas, directores técnicos, preparadores físicos, jugadores, directivos, ligas menores, fútbol femenino, nivel del arbitraje, afluencia de público a los estadios, creciente peligrosidad de las barras bravas, condición atlética, técnica y psíquica de los jugadores, la prensa deportiva…  Quien mejor hace su trabajo es el señor que vende maní y viseras en las graderías.  Estamos en presencia de una multicrisis sistémica, un plexo de problemas múltiples.


Hay un triste cuento de Hans Christian Andersen titulado “¡Pobrecito: no servía para nada!”  Yo le colgaría a todos los jugadores, cuerpos técnicos y directivos ese marbete en sus camisetas.  Que el mundo vea lo que realmente somos, y siquiera reconozca que somos capaces de un poquito de auto-lectura, de auto-exégesis.  Hoy, lunes 13 de marzo de 2023, Costa Rica atraviesa el que fácilmente califica como el peor período de su historia futbolística, “la noche oscura del alma” –hubiera dicho San Juan de la Cruz, a propósito de temas infinitamente más importantes que el fútbol, es preciso aclarar.


Somos un trágico, patético caso de amor no correspondido.  Todos en este país amamos el fútbol, pero él no reciproca nuestra encendida devoción.  No nos quiere.  Nos rechaza.  Ya nos la ha dicho mil veces.  Seguir intentando seducirlo es incurrir en acoso sexual.  Debemos aceptar que el espíritu del fútbol solo elige las copas de los más altos árboles para anidar: la secuoya, el pino piñonero de Torremontalbo, el cedro del palacio Azcárate, el lombardo de la fuente Los Linares, el álamo “de las tres guías”… no ciertamente un pinche, enano y ordinario cafeto regiamente coronado por mil cuitas de zopilote.


Nuestro fútbol ha estado desde siempre parasitado por la figura clásica del sudamericano hablador de paja, impresionador de cafetín, el oportunista, escalador y aventurero atorrante que nos subyuga con su verbilocuencia.  Eso por un lado, por el otro, el respeto supersticioso que nos inspiran los pro-hombres del norte.  La primera especia –nobleza obliga a reconocerlo– nos ha deparado algunas figuras de importancia histórica.  ¡Pero con muchísima mayor frecuencia hemos sido víctimas de los gitanos Melquíades que vienen a deslumbrarnos con la máquina de hacer hielo!  Tenemos debilidad por ese tipo específico de sofista, de seductor de pacotilla, de flautista de Hamelín.  Es como si en el aeropuerto Juan Santamaría, Rodolfo Villalobos tuviera siempre a un agente encargado de enganchar a cualquier chileno, argentino, uruguayo, paraguayo o peruano que pase por nuestros lares –con preferencia por los guapetorros y los locuaces y hueros deslumbradores de idiotas que sobreabundan en esas latitudes–.  ¡Todos enrolados, reclutados, contratados prima facie, ad portas, illico y de facto!  Se impone una des-macondización de nuestro fútbol.  Sacarlo de la Comala y la Luvina de Juan Rulfo: comarcas fantasmales, primitivas, que caminan sonámbulas sobre la cornisa del No Ser.  


¿Por qué no le damos una oportunidad a los técnicos alemanes, franceses, italianos, portugueses, ingleses, españoles (¡pero no el fiasco de Benito Floro!), a los croatas, a los serbios, a los rumanos, a los checos, que con figuras como Iván Mraz le imprimieron a nuestro fútbol un golpe de timón tan decisivo rumbo a la modernidad?  Olvídense del seductor “cantadito” verbal de los países del sur: ya esa historia la conozco y la tengo perfectamente descifrada.  Cuanto más sexys y cautivantes son, más grande es la magnitud de su estafa, de su impostura.  Son ventosas de pulpo, sanguijuelas que vienen a chupar la sangre de países pobres e ingenuos como Costa Rica: aquí todos son recibidos como si fuesen César Luis Menotti.  


Si tuviesen dignidad, vergüenza, auto-respeto y respeto por el fútbol costarricense, Rodolfo Villalobos y Luis Fernando Suárez deberían renunciar (¿por qué será que cada vez que menciono a este último se me viene a la mente la tragedia de Esquilo Siete contra Tebas?  ¿Alguien me puede explicar la razón de esta absurda asociación de ideas?)  Es una cuestión muy simple: capacidad de sonrojo, de “chillarse”.  Estos señores ya han desprogramado de sus organismos el mecanismo vaso-dilatador que posibilita el sonrojo, el bochorno, el embarazo, la vergüenza.  Muy fácil, vivir “desprogramado”.  En el desenlace de la película Crimes and Misdemeanors (Woody Allen, 1989), el personaje interpretado por Martin Landau –que ha asesinado a su amante por interpósita mano– reflexiona: “Me siento bien.  A fin de cuentas, la culpa es, como todo en la vida, una elección.  Yo he elegido no experimentarla.  Soy un hombre feliz”.  Es el culmen del cinismo.  Pero también una línea de pensamiento muy peligrosa, por obvias razones.  Por analogía con este siniestro personaje, yo postulo que la vergüenza es también una elección, y los hay que son muy eficaces en no experimentarla.  Entrenan y practican para ello durante toda una vida.  Es una destreza que los detentores del poder político suelen desarrollar.


El fútbol costarricense está neurológicamente muerto.  Enchufado a un life support system.  Yo optaría, misericordiosamente, por apagar el aparatito.  Es una cuestión de elemental compasión.   


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