Dicen que los porteros tienen algo de locos y yo creo que es así. El futbol se juega para anotar goles y en un equipo quien juega para evitarlos es el portero o guardameta-como quieras llamarlo- eso lo vuelve un tipo muchas veces solitario y melancólico.
Ser portero es sentir en tus espaldas la responsabilidad absoluta, no puedes fallar porque te lo cobrarán sin perdonarte. Y si es verdad que en el futbol se vive bajo presión, en el puesto del portero esa presión se magnifica. Ser portero es ser el valiente alocado del grupo, ese que no teme tirarse a los pies del rival o meter sus brazos, su pecho o todo su cuerpo a un balón que viaja potente a velocidades incalculables, todo con tal de evitar el gol.
Cuando niño fuí portero y entendí que era el “tipo raro” el que jugaba en contra de la esencia del deporte más bello. Es fácil de entender: la máxima alegría del futbol es el gol y el portero está allí en la cancha para evitarla. También entendí que a los ojos de la gente -quienes ven el juego y hasta de mis compañeros- yo nunca podía fallar; podía tapar los remates que fueran, si fallaba en uno y era gol no me lo perdonaban y era el culpable, el señalado por todos. Por eso siempre admiro y admiraré a cualquiera que valientemente decida ser el portero aún en una mejenga de barrio. En el momento en que te pones bajo el arco, te conviertes en el foco de atención y eso te vuelve diferente.
Ser portero es estar un poco loco; esa locura te permite literalmente “volar” por un balón o tirarte sin miedo por abajo para evitar un gol y cuando eso sucede y con tu “mano milagrosa” tapas ese que era el gol cantado, es cuando todo cobra sentido y entiendes que ser el portero del equipo es lo mejor y que el puesto del portero es el mejor del mundo.
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