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La embriaguez del pensamiento

¿Monstruoso, providencial? Júzguelo usted.


Jacques Sagot




El título, "El ser y la mercancía. Prostitución, vientres de alquiler y disociación", adelanta exactamente el contenido del libro de la periodista y activista sueca Kajsa Ekis Ekman. A lo largo de sus 251 páginas, la autora –quien se define feminista prima facie– expone sus argumentos sobre la prostitución y sobre el alquiler de vientres, para demostrar que los discursos favorables a ambos, por detrás de una pátina de progresismo, legitiman la explotación. Según Ekman, ambas actividades proceden del siniestro casorio entre el capitalismo y el patriarcado. Son dos declinaciones del mismo fenómeno. En el prólogo de la edición sueca de 2013, Ekman dice: “Los paralelismos que existen entre la prostitución y la subrogación se me hicieron evidentes de inmediato. Dos industrias se benefician de los cuerpos femeninos, una de su sexo y la otra de su útero. Dos industrias comercializan funciones humanas básicas: la sexualidad y la reproducción. Asimismo, estas constituyen, como es el caso, la base de la opresión histórica de las mujeres y de su división permanente en putas y santas”.


La activista y política española Beatriz Gimeno también ha sancionado esta lamentable alianza de la perversidad con la imbecilidad. Según ella, hay una relación entre la prostitución y la subrogación de vientres y de ambas con el capitalismo, en tanto resultantes del mercado, todas manifestaciones del patriarcado, formas extremas de opresión de las mujeres. Según Gimeno, en el alquiler de vientres el mercado de la compra y venta de óvulos solo genera más injusticias: los ociosos compran, las mujeres venden. A esta aberración se le da una pátina de “normalidad” y aun de prestigio en los medios de comunicación, donde los rich and famous presentan hijos “comprados”, el hecho consumado y, por lo tanto, no cuestionado.


Sobre este punto, amigos y amigas, mi realismo no podría ser más brutal: ¿es el alquiler de úteros lucrativo? Pues entonces terminará, más temprano que tarde, por ser legalizado en el mundo entero, salvo quizás, en las naciones islámicas. Es así de simple. Todo lo que genere réditos avanza inexorablemente hacia la legalidad. El problema ético del alquiler de úteros es una poliédrica, compleja cuestión de orden filosófico, religioso, deontológico, sociológico y antropológico. Las ganancias de tal negocio son, en cambio, perfectamente tangibles y cuantificables. Todo lo que sea buen negocio lleva las de ganar. ¿Los debates éticos? A esos se los lleva el viento. Pienso en la Revolución Estudiantil de París, mayo del 68: todos los clamores elevados en favor del sexo libre, el consumo de drogas y la détente sancionatoria de las autoridades, fueron satisfechos por la sociedad de consumo, que terminó por asimilarlos e incorporarlos a su dinámica. Y hasta ahí llegaron las trasnochadas palabras de esos que pasaron a representar el triste rol histórico de “moralistas”. ¿Querían “sexo libre”, querían drogas, querían comunismo, querían profesores menos psico-rígidos? ¡Pues ahí los tienen! Hoy en día pueden adquirir condones, juguetes eróticos, ropa sicodélica, drogas “recreativas”, alcohol y camisetas del che Guevara en cualquier pulpería pueblerina. El capitalismo fagocitó a los insurgentes, los integró a su engranaje productivo, al eterno estira-y-encoge de la oferta y la demanda. El sistema tiene la capacidad (es lo que lo ha hecho tan elástico, tan adaptativo, tan maleable e insidioso) de absorber a quienes lo adversan, y ponerlos a jugar a su favor.


Hay una línea argumentativa que vincula la explotación con fines reproductivos y la explotación con fines sexuales. Si hay una sex industry, ¿por qué no habría de haber una reproductive industry? En ambos casos, las mujeres se ponen en vitrina –el espacio ontológico de toda mercancía–para vender sean sus servicios sexuales o sus servicios reproductivos. En ambos casos los hombres compran el derecho a ser propietarios temporales del cuerpo femenino. En última instancia, una mujer puede vender lo que le dé la gana: su vagina, su ano, su boca, sus senos, su útero… todo ha asumido la forma de mercancía, todo se ha comercializado. Todo es comprable mediante esa unidad de mesura, ese equivalente universal que llamamos “dinero”. Y la mujer es ciertamente dueña de su cuerpo. Si quiere venderlo esa es su inalienable prerrogativa. Y si la propuesta es económicamente tentadora o fantásticamente exorbitante, pocas serían las mujeres que la declinarían.


La maternidad “por encargo”, el “comercio con el embarazo” no es ni peor ni mejor que toda otra forma de desmembramiento del cuerpo femenino y de venta de sus fragmentos fetiches. La práctica nace en los Estados Unidos, con avisos económicos en los que leemos cosas como: “Pareja casada busca sustituta, ¡compensación generosa por su ayuda!” El tema es tratado con una frivolidad escalofriante. En otro anuncio, un hombre británico solicitaba, tailor made, un niño keniata. Supongo que se lo pueden enviar por Federal Express, Amazon, o Courier, o tal vez aparezca incluso en las cajitas de Corn Flakes de Kellogg´s.


La gestación subrogada desnuda la neutralidad ética de la tecnología: tanto puede servir para las mejores como para las peores gestiones. En este caso, la tecnología se pone al servicio del sistema anarco-capitalista de nuestros días. Las parejas heterosexuales con problemas para la procreación y las parejas gays con poder adquisitivo son los más frecuentes usuarios de este tipo de servicios.


Según Elizabeth Scott, quien alquila su vientre no ejerce derechos reproductivos sino que presta un servicio, por lo tanto no tiene derechos sobre el bebé resultado de la gestación. Los derechos son exclusivos de quien paga. Así las cosas, ni la donante de óvulos no quien madura el embarazo en su óvulo pueden hacer reclamos basados en su vínculo biológico, en un caso por el material genético, en el otro por llevar a la criatura en su vientre, alimentando su crecimiento. Por el contrario –y esta es la asimetría esencial del problema– el vínculo biológico con el padre es legitimado, toda vez que fue él quien aportó el esperma. No estamos en presencia de otra cosa que una nueva forma de prostitución: debería ser evidente para todo el mundo. La gestación subrogada es una variedad de explotación sexual reproductiva comercial, generalmente bien remunerada.


Muchos prestigian la subrogación de vientres como una práctica “transgresora y subversiva que desafía los modelos conservadores anticuados”. Sí, la falacia según la cual todo lo nuevo, subversivo y transgresivo es, por principio, encomiable: ye ha hablado de esta lamentable estolidez. Kutte Johnson alega que la gestación subrogada “impugna la norma de la paternidad biológica”, y pone en tela de juicio “la sacrosanta relación entre la madre biológica y el niño”. ¡Vaya, pues por supuesto que lo hace, y por eso mismo es nefasta! Porque, por mucho que le chime a la señora Johnson, la relación entre la madre biológica y el hijo es, en efecto, “sacrosanta”. Cito la célebre reflexión de Julia Kristeva, psicoanalista, semióloga y filósofa feminista francesa: “Comparado con el vínculo que une a una madre con su hijo, todos los demás afectos humanos estallan como meros simulacros” (Stabat Mater). No es un mito: es una realidad psicológica, antropológica, negarla es como pretender tapar el sol con un dedo. Según Johnson, “la prohibición de la maternidad de alquiler es prueba de que la paternidad y la familia profesan una visión biológica, heteronormativa y orientada hacia la pareja”. ¡Pues claro que sí! ¿Es esto tan aberrante, tan nocivo, tan perverso? ¡Que viva la familia biológica, heteronormativa y orientada hacia la pareja! Johnson se escandaliza ante lo que en el mundo es más sano, más natural, más normal… ¡Cielo santo, qué abyecta inversión de valores, la de esta “subversiva” y “transgresiva” señora! No basta con declarar legales y éticas estas nuevas prácticas: ¡hay además que demoler y dinamitar las anteriores! Y es así como las mentes “progresistas” caen en las peores formas de anquilosamiento, intolerancia, esclerosis institucional, conservadurismo, retaguardismo e intransigencia. Se dicen libres pensadoras: claro, siempre y cuando usted “libre piense” como ellas.


Ekman señala la paradoja resultante del hecho de que quienes defienden la gestación subrogada en el ámbito cultural son con frecuencia anti-biologicistas, cuando justamente acuden a una técnica específica para tener hijos biológicamente vinculados. Así lo expresa: “No consideran que todo vínculo biológico carezca de importancia. Lo que critican es ese vínculo con la madre biológica, que se denomina “norma” y “mito sacrosanto”. Empero, no se cuestiona para nada el vínculo con el padre”.


La posición de los defensores de la subrogación de vientres es indefendible –como dirían los ajedrecistas–. Se cae desde el punto de vista lógico, desde el punto de vista biológico, desde el punto de vista del imaginario materno colectivo, desde el punto de vista antropológico, desde el punto de vista religioso, desde el punto de vista sociológico, desde el punto de vista deontológico… Indefendible, simplemente indefendible. Esto no quiere decir que la maternidad subrogada no vaya a seguir teniendo lugar. Aun más, es mi doloroso sentir que los paladines de este disparate ya ganaron la batalla. Lo que nosotros estamos haciendo es fútil: ejerciendo el derecho a discrepar, a polemizar, a sobajear algunos viejos conceptos que poco o nada pueden contra la palmaria rentabilidad de un negocio redondo.


Y ni siquiera hemos tocado el tema de los riesgos –tanto físicos como psíquicos– que puede ocasionar la subrogación reproductiva en la portadora. ¡Si ya la prostitución era traumática, desvalorizante, degradante, una atroz escisión entre alma y cuerpo, entre psique y sexo para la mujer, qué decir del grado de fractura ontológica que tendrá que enfrentar una mujer que se ofrece para un simple proceso de escisiparidad, de mitosis, cual la más insignificante de las amebas!


Ekman aduce: “Ellas prestan su cuerpo”, lo que no puede dejar de remitirnos al dualismo cartesiano entre alma y cuerpo, que supuestamente se unen en un órgano situado en la base de la nuca llamado “glándula pineal”. Esta última parte de su tesis no tiene sustento anatómico, pero su percepción de los humanos como una unidad psicofísica, donde ambos hemisferios pueden separarse bajo condiciones de violencia, es perfectamente válida, y eso queda clarísimo en el proceso psicológico al que la prostituta debe someterse a sí misma para ejercer su oficio: a la cama llevo mi cuerpo; el alma (la psique) la dejo colgada en la percha a la entrada de la habitación. Es casi una forma de esquizofrenia, de disociación íntima, de trastorno de personalidad múltiple, de desgarradura del ser, tomado este en su sentido ontológico. Nada podría ser más pernicioso para un ser humano.


Los partidarios de la gestación subrogada consideran el embarazo como un trabajo más. Ekman ofrece argumentos para poner esta práctica en el contexto del neoliberalismo feroz que mercantiliza los procesos biológicos. Y como siempre, hay que considerar los aspectos geopolíticos del problema: ¡son los ricos del norte global quienes alquilan los vientres de mujeres de países pobres del sur!


No hay nada que deba sorprendernos en esta nueva aberración postmoderna. Se inscribe perfectamente dentro de la lógica de la mercantilización de todo: es el planeta del businessman que El Principito visita durante su sideral periplo en busca de la Verdad. El capitalismo hace mucho tiempo ya mercantilizó el cuerpo humano (fetichismos diversos, trasiego de órganos, prostitución, proxenetismo, pornografía, erotofonofilia). Lo que hace con el alquiler del útero es simplemente dar un paso más allá en una dirección que tomó, de manera irreversible e imparable, hace mucho tiempo. De nuevo: es una batalla perdida, desde siempre y para siempre. En el mundo será declarado bueno todo aquello que genere capital. Añado una última reflexión a este fenómeno: es un punto gravísimo de inflexión hacia el transhumanismo. Esa es la dirección en que vamos, y no parece que haya ética, filosofía, religión o sistema alguno de creencias que pueda detenerla.


Hay, en el mundo de las letras y el pensamiento, un hombre que, en mi sentir, amalgamó mejor que ningún otro el rigor y la exactitud de la ciencia, con la magia, el onirismo y la poesía del arte: me refiero a Ernesto Sábato. En una de las muchas entrevistas que le hicieron aborda el tema de los úteros de alquiler. Lo declara algo monstruoso, incalificable, atroz, impensable. De hecho, ve en esta práctica un claro síntoma de la degeneración y la desnaturalización de la criatura humana, y de la irreversible caída en barrena de Occidente. Por su parte, Ortega y Gasset solía decir: “Un tigre jamás podrá destigrizarse, pero el ser humano está constantemente en peligro de deshumanizarse”. Bien dicho, maestro. Justamente por cuanto el ser humano es más historia, cultura, civilización y constructo social que naturaleza, la espada de la deshumanización pesa siempre sobre su cabeza.


Añado yo mi pequeña voz a las reflexiones de estos dos gigantes: el homo sapiens nace al mismo tiempo que el homo religiosus. Somos animalitos sacralizadores. Necesitamos perentoriamente la vivencia de lo sagrado, de lo divino, de lo bendito. No podemos subsistir sin ella. Y la vida, el vientre de la mujer, el útero, el universo amniótico, la lenta coagulación del ser en su mundo suspenso y crepuscular… todo eso es sagrado, místico, un divino e improfanable misterio. Comercializarlo es como prostituir a Dios mismo. No, no, no… no cuenten conmigo para esta deplorable aberración. Yo paso.


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