El árbol de palabras
Jacques Sagot
La poesía es revelación. Tú eres epifanía. La primera preparó el terreno a la segunda. Solo en un suelo irrigado por la fantasía podrías haber brotado tú, flor extraña y fascinante. ¿Qué oigo por ahí? ¿Qué tú solo eres real en el mundo de la poesía? ¡Pero si es que la poesía es la más real de las realidades! Sucede tan solo que hemos terminado por creer que la vida “real” es nuestro estado natural, y que la poesía es apenas una momentánea evasión. Pero yo estoy aquí para poner el mundo patas arriba, y después de una larga jornada en el infierno, puedo dar testimonio de que nuestra verdadera patria es la poesía, y que fuera de ella todo es espejismo y destierro. Esas “evasiones” son, antes bien, vislumbres de la latitud espiritual que permanentemente deberíamos habitar.
En la infinita flora poética de mi alma eres la más bella y exuberante de mis plantas. Árbol inextinguible eres, frondoso y umbrío. Cuajado de palabras estás. El viento hace de ti poeta: canta tu ramaje sin cesar, y las más insólitas, las más aleatorias imágenes brotan de ti. Eres un verdadero surtidor de metáforas. Arbitrarias, extravagantes, desmelenadas, porque el viento no sabe de lógica ni de sintaxis. El viento es el único verdadero poeta que el mundo ha conocido, los hombres no somos más que versificadores.
Con la llegada del otoño mi árbol-mujer se deshojaría y se quedaría mudo, como los escritores a quienes de pronto deserta la inspiración y viven en el silencio la atroz angustia de la esterilidad. Quienes bajo su ramaje se cobijasen verían llover sobre ellos miríadas de palabras: las más complejas y altisonantes caerían pesadamente, pero habría otras tan leves, tan ingrávidas, que se irían lejos, arrebatadas por el viento volandero. ¡Lástima grande, porque es precisamente con esas que se hace poesía! Iridiscente aguacero de palabras, trataríamos en vano de atraparlas: su materia es tan sutil, que se desintegraría al contacto de nuestras manos.
La primavera devolvería a mi árbol-mujer su voz de profeta, de sibila, de mujer que delira. No hay diccionario en el mundo capaz de albergar la cantidad y variedad de palabras que abrirías a la luz, a la vida, y que iría en busca del alma capaz de escuchar su indescifrable murmullo. Toda frase, todo verso, toda combinación de vocablos sería concebible: mi árbol-mujer es una infinita matriz de la significación, la fronda donde viene a anidar la poesía toda del mundo.
Yo te pastoreo con esmero, alejo de ti los pájaros que gustan de las palabras frutales, como “almíbar”, “néctar”, “pubis” y “melocotón”, extermino sistemáticamente las malas hierbas y las plantas parasitarias, pero dejo que los insectos polinizadores se posen sobre ti y beban a sus anchas de su savia, porque sé que así fecundarán a otros árboles y diseminarán por toda la tierra la fragante plenitud de tus palabras.
Es a la sombra de mi árbol-mujer que quiero reposar, es entrelazado a sus raíces que quiero volver a la tierra, es con los jugos mismos de mi cuerpo que quiero alimentarlo… y no sueño, no espero, no concibo otra resurrección que la resurrección en la palabra.
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