Odéon
Una fábula rigurosísimamente basada en la vida real… de mis sueños
Jacques Sagot
Por alguna razón que escapa por completo a mis competencias, y debido a esos arcanos de los que solo esa autocracia llamada Orange detenta la explicación, Odéon es una de las pocas estaciones del metro parisino en las que se puede usar un teléfono celular. Lo ignoro todo con respecto a la tecnología satelital, pero demasiado bien conozco los estragos que los monopolios –públicos o privados– generan en las sociedades. Así pues, cuando entro a Odéon me apresuro a consultar los mensajes acumulados en mi teléfono. Inexorablemente, la señal se evaporará tan pronto aborde el tren. Así que corro a interrogar mi teléfono.
“Tiene usted siete mensajes. Para oírlos marque la tecla uno…
Viernes 9 de marzo de no me acuerdo cuándo: “Aló, ¿Jacques? Te habla Elizabeth Taylor. Ven y róbame estos ojos color violeta que solo existen para ti. Son tuyos, son tuyos, llévatelos”.
Martes 8 de noviembre de algún año: “¿Jacques? Soy yo, Ava Gardner: ayer me tuvo un torero, y me poseyó de todas las formas imaginables. Hoy necesito ternura, y quería ver si podías pasar un ratito a casa”.
Lunes 7 de una época sin color: “Adivina quién te habla… ¿no reconoces mi voz? Acordate de “The blue angel”… ¿Todavía no sabes? Soy yo, tonto, Marlene Dietrich. Hoy quiero perder toda mi compostura: ¿no quieres pasar a mi apartamento?”
Domingo 18 del día más triste de mi existencia: “Vida, soy yo: Rita Hayworth. Más pelirroja que nunca. Una llamarada. Necesito un hombre que desate una tempestad en estos cabellos míos, que se me mueren de melancolía. Entonces pensé en ti. Y sí, “for your eyes only”, bailaría y me quitaría lentamente los guantes, como en “Gilda”.
Sábado 20 de nunca jamás: “Jacques: soy Nicole Kidman. Alta como una bandera y, como ella, también, altiva. Quiero ver la poesía de mi cuerpo ensuciada y pervertida por tu boca y tus manos insolentes”.
Domingo tres de febrero de todos los años: “El ventilador subterráneo me ha transformado en corola. El aire caliente me incendia los muslos y en mi deseo cantan las mujeres todas del mundo: es Marilyn Monroe.”
Viernes 69 de un mes aún no inventado: “Hola Jacques, te habla Nastassja Kinski. He de decirte que, a pesar de ser un hombre bien versado en las iniciaciones sexuales, Polanski dejó algunos rincones de mi cuerpo sin explorar. Hasta mí ha llegado –tengo informantes en el mundo entero–el rumor de tu intrepidez sexual. Quería saber si te ofrecerías a cartografiar y explorar esas áreas que Roman jamás quiso visitar. Devuélveme cuanto antes la llamada, por favor”.
Salvaguardé –atesoré– cada uno de los mensajes. Cuidadosa, celosamente. Apunté, además, los números en una agenda que para tal efecto llevo siempre conmigo. Pero –lo sabe todo el mundo–, pese a la instalación de cámaras y la vigilancia policial, la criminalidad ha aumentado en los metros parisinos. Al llegar a Charles Michel advertí que me habían robado ambas cosas: teléfono y libreta. Vanos fueron mis clamores ante Orange: nadie pudo reconstruir la secuencia de las llamadas, ni devolverme uno solo de los números. Estoy vacío, huero, desolado, y quiero morir, morir, morir, morir, morir, morir, morir, morir, morir, morir, morir, morir, morir, morir, morir, morir, morir, morir…
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