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La embriaguez del pensamiento


Nicolae Ceausescu en Costa Rica


Jacques Sagot


Hay mil poderosísimas razones para execrar el régimen totalitario de Nicolae y su esposa Elena Ceausescu. Sus sistemáticas violaciones a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, sus cientos de miles de víctimas, el siniestro sistema de inteligencia llamado La Securitat (personalmente vigilado por Elena). Las mazmorras en las que se practicaba la tortura, los fusilamientos de presos políticos, la paranoia generalizada… fue un amarga pesadilla, el más sangriento via crucis de los muchos que ha tenido que sobrellevar el pueblo rumano. Sin el menor lugar a dudas, uno de los tiranos más cruentos, cínicos, inclementes y corruptos de la historia del mundo. La revolución de diciembre de 1989 los defenestró, los interceptó mientras intentaban escapar de Rumania en un helicóptero, los sometió a un juicio sumario pero justo, y los fusiló juntos sin más miramientos.


Pero lo que quiero contar aquí no tiene nada que ver con sus atroces crímenes de lesa humanidad. Comparada con esas masacres, esta no pasa de ser una anécdota irrelevante, pero sintomática y reveladora de sus personalidades. En 1978, la pareja de sátrapas viajó a Francia, donde fueron acogidos por Valéry Giscard d´Estaing ni más ni menos que en el Palais de l´Élysée, y luego por la Reina de Inglaterra en el Buckingham Palace. Pero los Ceausescu padecían de un horrible problema psíquico: eran cleptómanos. En el Palais de l´Élysée se robaron varios relojes, cuadros, candelabros, cenizeros, objetos del baño, y una multitud de bellísimos adornos en estilo barroco. Fue un saqueo cuyo monto ascendió a muchos miles de euros. Giscard d´Estaing fue avisado de lo que estaba sucediendo por el personal de limpieza que entraba todas las tardes a hacer las camas de los invitados y asear la habitación. El presidente francés se descubrió a sí mismo incapaz de llamarle la atención a sus huéspedes por lo que estaba aconteciendo. Hubiera sido la peor de las incivilidades. Y fue así como se resignó, más perplejo que indignado, al saqueo de los Ceausescu. Sobra comentar la vergüenza que esto suponía para Rumania y todo lo que ellos representaban. Pero, ¿qué podía haberle dicho Giscard D´Estaing a sus “distinguidos” invitados? ¿“Señor y señora Ceausescu: debemos rogarles que se abstengan de seguir robando objetos preciosos de la habitación de palacio que se les ha asignado en consideración a su alto rango político”? Pónganse en los zapatos del pobre Giscard D´Estaing: ¿cómo empezar siquiera a formular tal petición a un conspicuo jefe de Estado que visitaba Francia por vez primera en su vida en calidad de dignatario político? No, no, no: yo no hubiera tenido cara para reprocharles tal conducta.


Lo que sí hizo el presidente francés fue llamar a la reina Isabel y prevenirla de la oscura compulsión de los Ceausescu. La monarca, que paseaba sus perros por el jardín del Buckingham Palace cuando la pareja de cleptómanos llegó al palacio, corrió a esconderse detrás de unos arbustos, y dejarles el protocolo de la bienvenida a otros funcionarios, a tal punto estaba anonadada e indignada con su conducta. Luego no tuvo más remedio que saludarlos, hacer con ellos un poco de small talk, e instalarlos en una habitación del palacio de la cual, por sugerencia de Giscard d´Estaing, todos los artículos de valor habían sido removidos. Aun así, los cleptócratas se las arreglaron para robar algunos objetos de poco valor.


Su conducta era primaria, como podría serlo la de un niño de dos años de edad: entra a un supermercado y se apropia de cualquier cosa que le llame la atención: en su mente no ha coagulado aún la noción de que para adquirir un artículo es preciso pagar un precio. Eran unos rezagados morales y emocionales, los Ceaseuscu. La reina Isabel detestaba a sus visitantes. En realidad, la formalidad le había sido endilgada por el Ministerio de Relaciones Exteriores. “Fue una pesadilla: los peores tres días de mi vida” –confesó luego la soberana–.


Después de la llamada de alerta de Giscard d´Estaing, la seguridad del Buckingham Palace llegó al punto de cavar pequeños huequitos en la pared de la habitación y el baño donde estaban alojados los Ceausescu, para vigilarlos a todas horas del día y prevenir cualquier arrebato de cleptomanía de su padre. Así que fueron espiados durante todo el tiempo que duró su permanencia en el mítico palacio. Pero no es tan fácil, conjurar la compulsión del robo en un cleptómano. La reina Isabel le vendió a Ceausescu una flotilla de aviones que la línea aérea rumana Ta/Rom necesitaba, y que Inglaterra había ya descartado. Pues bien, Ceasescu nunca pagó por los aviones. Inglaterra no quiso hacer de esto un escándalo público, porque el solo hecho de tener que volver a lidiar con los cleptócratas le producía náuseas a la reina. Queen mama dijo que en su vida había tenido que lidiar con muchos invitados indeseables (Mobutu Sese-Seko, dictador de Zaire, genocida y cleptócrata en gran escala –le robó 500 billones de dólares a su país durante sus 32 años de dictadura– había sido el más reciente), pero que nada se comparaba con la repugnancia que la pareja Ceausescu le había inspirado.


Elena, una farsante consumada y mujer profundamente cruel y ambiciosa –suerte de Lady Macbeth degradada– tenía la intención de que Oxford y Cambridge le ofrecieran doctorados honoris causa como la distinguida mujer de ciencia que decía ser. En efecto, Elena se atribuía la autoría de varios complejos libros de química publicados en Rumania. Esto, por supuesto, era una patraña. Elena nunca había siquiera terminado la escuela secundaria y era por poco iletrada. Los libros fueron escritos por científicos bajo la presión de un rifle apuntándoles a la cabeza. Elena se sintió profundamente defraudada cuando ambas instituciones académicas le negaron los doctorados en cuestión. Finalmente, para calmar su codicia, algún Community College de ínfimo rango le concedió un titulito de escaso valor. Siquiera, la vieja no se fue a casa con las manos vacías.


De nuevo, aunque generan “vergüenza ajena” –a tal punto son sonrojantes– estos actos son peccata minuta con respecto al horror de la dictadura de Ceausescu, el último tirano de Europa. El monstruo sometió a la población a un régimen de hambre cuando, en 1982, decidió pagar la deuda externa a toda costa: 300 gramos de pan al día y cinco huevos al mes por persona (mientras el país exportaba alimentos), coches sin gasolina, calles a oscuras, calefacción a 14 grados (por su parte, él la tenía a 24 grados en su despacho), recortes de salarios... Con la caída de la natalidad, a las mujeres se les controlaba la fertilidad en los centros de trabajo para evitar abortos. En 1989 Rumanía había alcanzado el nadir de la miseria en Europa y varios años después aún se notarían los efectos de la ruina. El régimen afrontó varias huelgas de mineros y obreros industriales. En la última, el 15 de septiembre de 1987 en Brasov, el pueblo gritó: “¡Abajo la dictadura!” Así que cuando el 17 de diciembre de 1989 estalló la revuelta en Timisoara, junto a la frontera de Hungría, Ceausescu sacó las tropas a la calle. Temía a la minoría húngara seguidora de un párroco local, Laszlo Tokes, pero no comprendió que en realidad este representaba tanto a húngaros como a rumanos en su oposición al proyecto de ingeniería social más abyecto surgido de la mente del “Genio de los Cárpatos”: la reducción del número de ciudades y pueblos a la mitad. Al mismo tiempo, 14 000 obreros construían en Bucarest el Palacio del Pueblo –“el edificio mayor del mundo después del Pentágono”– al costo de varios barrios de la capital, incluido el casco antiguo.

Pocos, o quizás ningún costarricense recuerda la visita de Ceausescu y su abominable esposa a nuestro país. Yo la recuerdo bien, porque en La Nación salían publicadas páginas enteras, ora apologéticas más allá de toda mesura, ora severas y llenas de odio, pagadas por el ínfimo Partido Comunista Costarricense, o por la biliosa extrema derecha, y yo leía todo aquello impresionado y desconcertado. Tenía yo a la sazón diez años de edad. Transcribo parte de lo que el Diario de Costa Rica, en su edición del 4 de setiembre de 1973, publicó con ocasión de esta polarizante visita.


“Tal y como había sido programado, el avión presidencial rumano llego al aeropuerto internacional Juan Santamaría a las 10:00 am. El puerto aéreo se encontraba bajo las más estrictas medidas de seguridad. Agentes policiales se encontraban confundidos entre el público y los balcones fueron clausurados”.


“Minutos de nerviosismo vivieron funcionarios de la Cancillería, cuando ya detenido el avión presidencial rumano en la rampa, no aparecía el Presidente Figueres. Funcionarios de otros ministerios y de la Cancillería corrían de un lado para otro, preguntando por el señor Figueres. El señor Manuel Enrique Guerra, Viceministro de la Presidencia, habló desde la rampa con los tripulantes del avión. Aún no había sido puesta la escalerilla. A las 10:00 am apareció el Canciller Lic. Gonzalo J. Facio acompañado por el Dr. Manuel Aguilar Bonilla y el Lic. Jorge Rossi Chavarría, Primer y Segundo Vicepresidentes de la República, respectivamente. Caía una llovizna persistente. El nerviosismo cundía por todo lado. A las 10:15 se dio la orden de acercar la escalerilla. Del balcón del edificio del aeropuerto pendían dos enormes banderas rumanas, custodiadas por dos guardias civiles”.


“A las 10:17 a.m. se divisó el Mercedes Benz del Presidente Figueres. Quiso reinar la calma, pero no fue así cuando se comprobó que el primer mandatario venia solo; no aparecía doña Karen Olsen de Figueres. Fue la señora Eugenia Ortiz de Bonilla la que sustituyó a la Primera Dama y acompañó al Presidente Figueres hasta la escalinata del avión presidencial (un “Ilushyn” en el que se lee TA/ROM, Rumanian Air Transport). A las 10:20 descendieron del avión el señor y la señora Ceausescu, acompañados de sus dos hijos, Nicu y Zoe, y de la comitiva oficial visitante. Inmediatamente el señor Ceausescu reconoció al Presidente Figueres a quien saludó en rumano y el señor Figueres contestó en castellano. Otro momento de nerviosismo porque no apareció por ningún lugar el traductor”.


“Ambos mandatarios estuvieron unos minutos al pie de la escalinata para que la prensa tomara fotos. Luego el señor Ceausescu saludó uno por uno a los miembros del comité de bienvenida. Acto seguido caminaron hacia el salón dos del aeropuerto. Allí esperaban el Cuerpo Diplomático y la Banda Nacional. Mientras se entonaban los himnos nacionales de los dos países, se escucharon los 21 cañonazos. El Presidente Ceausescu fue saludado por todo el Cuerpo Diplomático presente. En todo momento el Canciller Facio no soltó un paraguas que hacía bailar con cierto nerviosismo. También estuvieron presentes todos los ministros de Estado… En Costa Rica nunca se había visto tal tipo de medidas de seguridad como las que se pusieron en práctica ayer. A todo lo largo de la autopista, desde el aeropuerto internacional hasta la capital, había un Guardia Rural cada 100 metros, aproximadamente. Mientras un helicóptero sobrevolaba la zona, agentes inspeccionaron cada rincón por donde debían pasar los mandatarios”.


El mismo día de la llegada, el Partido Nacional Independiente publica en todos los periódicos, un anuncio firmado por su candidato, Jorge González Martén, en el cual expresa su protesta por la llegada de Ceausescu, y afirma: “Jefe de un país que pasó de la dominación nazi al vasallaje comunista, Nicolae Ceausescu, es una figura particularmente repulsiva para el pueblo Costa Rica, por su vocación de violencia, por el uso de asesinato, la tortura y el atropello a los derechos humanos, hasta considerarse como Presidente del Consejo de Estado y Secretario General del Partido Único de su país… Ejecutó matanzas, encarceló compatriotas, envió a miles de rumanos al exilio a raíz de la caída de Antonescu, y finalmente, emergió como el puño de hierro que estrangularía los sueños de libertad y de bienestar que animaron a su pueblo a la lucha contra la ocupación hitleriana… Su llegada a San José reactualiza en nuestra memoria una serie de episodios tenebrosos en los que su intervención fue factor decisivo para aplastar la rebeldía de los jóvenes y los intelectuales rumanos…”


Este es el sentir del neofascista movimiento “Costa Rica libre”, que siempre me resultó profundamente antipático, pero debo decir que en este caso no exageró en lo absoluto, y que su indignación estaba bien fundada.


Al leer estas manifestaciones no puedo menos que experimentar nostalgia. Era una Costa Rica simple, maniquea, donde los izquierdistas eran izquierdistas, y los derechistas era derechistas. Ahora tenemos partidos socialistas que se expresan y actúan como partidos liberales, y partidos liberales que se expresan y actúan como partidos socialistas. Me siento confundido, y no creo ya en la palabra de nadie. Esto no tendría ninguna importancia, si no fuese porque tal es el sentir también de millones de costarricenses.


Fuere como fuere, el país recibió a Ceausescu de la mejor manera que pudo. Los cleptómanos fueron alojados en el Hotel Costa Rica, donde con certeza se habrán robado los cenizeros, relojes, enseres higiénicos y lámparas del hotel. En mi mente perviven páginas enteras de La Nación y otros periódicos, pagadas ya fuera por el Partido Comunista Costarricense, o por el Movimiento Costa Rica Libre: en ambos casos el rostro de Ceausescu cubría la totalidad de la página: era como si el país estuviese recibiendo la visita de Dios. Esto dejó una honda, perturbadora huella en mi imaginación infantil. No lograba entender cómo el mismo hombre pudiese al mismo tiempo ser glorificado y vituperado de maneras tan radicales. Lo que me quedó de todo este zipizape fue la evidencia de que mi país estaba dividido, fracturado, enfermo, y que era algo así como el cuadrilátero en el que dos bandos fundamentalistas se daban de porrazos uno al otro. La situación ha cambiado: hoy en día la guerra es de “todos contra todos”. Un enorme y feroz pandemónium político sin ton ni son.


Sí, amigos: negra impronta dejó en el chiquillo que yo era el revuelo causado por la visita de este monstruo. En su momento no lo percibí como tal, pero después tuve sobrada ocasión de investigar quién era, y no comprendo cómo pudo José Figueres acoger en nuestro país a un eviscerador y trepanador tan cruento como Ceausescu. Así las cosas, llega el fatídico día lunes 3 de setiembre de 1974, en que por primera vez Costa Rica recibe a un mandatario de un país socialista de Europa del Este. El psicópata viene acompañado de una numerosa comitiva de 78 personas, entre ellas su esposa Elena, sus hijos Zoia y Nicu, el vicepresidente del Consejo de Ministros, Ion Patán, y el secretario del Comité Central del Partido Comunista. ¡Una comitiva de 78 personas: imagínense ustedes quiénes pagaban por semejantes extravagancias! Durante sus primeros días en el país, los Ceuasescu visitan el valle de Orosi, y luego participan en una actividad absolutamente repulsiva: una cacería de dantas en la región. ¡Este pasatiempo para criminales estaba prohibido por las leyes que en nuestro país protegían la vida silvestre! Estuvieron en Costa Rica durante varios días. Como era de esperar, fueron recibidos como próceres, como héroes homéricos por la Universidad de Costa Rica, y luego abucheados e insultados por los energúmenos del movimiento Costa Rica Libre: signos inequívocos de un país fracturado, escindido ideológicamente. Un hecho digno de especial mención: los partidos políticos de izquierda fueron declarados inconstitucionales por Figueres en 1948. Daniel Oduber, durante su mandato (1974-1978) les restituyó su legitimidad y la posibilidad de presentarse a las elecciones sin tener que echar mano de los más retorcidos subterfugios. Esto significa que en 1973 Costa Rica acogía a un déspota icónico de una ideología prohibida en el país… sin embargo todo puede suceder en ese barreal, en esa resbaladiza pista de baile que es la política, en cualquier latitud del mundo.


Genera en mí perplejidad, ver con cuánta pompa y circunstancia nuestra izquierda criolla recibió a este carnicero, genocida incalificable… aunque debo reconocer que la verdadera magnitud de su crueldad y sed de sangre no emergió a la luz pública hasta después de su defenestración y fusilamiento, durante la Navidad de 1989. Todo este episodio está documentado en video, y cualquiera puede tener acceso a él en Youtube. Tanto el juicio perentorio como la ejecución (que es muy impactante, debo advertírselos) fueron grabados, así como el último, desesperado discurso público de Ceausescu, desde un balcón de su descomunal palacio gubernamental, cuando el monstruo descubre, atónito, que su pueblo lo veja, lo insulta, y pide a gritos su muerte. ¡Ah, amigos y amigas, qué poder de anticipación tiene la literatura: ya Facundo de Sarmiento (1845), Tirano Banderas de Valle-Inclán (1926), El señor presidente de Asturias (1946), Yo el supremo de Roa Bastos (1974), El otoño del patriara de García Márquez (1975), La fiesta del Chivo de Vargas Llosa (2000), y muchos otros relatos plasman literariamente esa aberración política que es el dictador, el genocida, el tirano totalitarista apuntalado por las fuerzas militares de su país! Shakeapeare, antes que todos ellos, exploró una y otra vez las degeneraciones psicológicas que ese aguardiente llamado “poder” –más concretamente su abuso– provoca en la mente humana.


Conozco bien lo que fue la “oscura noche del alma” de la dictadura de Ceausescu gracias a un entrañable amigo y compañero de clases con quien intimé en Rice University, cuando trabajaba en mi doctorado en Estudios Culturales Franceses. Su nombre es Cyprien, y él y su esposa Jenica me contaron lo que fue vivir bajo la bota de este parafrénico, teomaniaco, endriago del averno. Sus ojos se llenaban de lágrimas cada vez que evocaban el estado de terror y paranoia permanente en el que debieron sobrevivir durante treinta y cinco años. A ellos dedico, afectuosamente, esta pequeña semblanza.



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