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La embriaguez del pensamiento


La inmensa responsabilidad de la palabra


Jacques Sagot


En tanto que escritor, me he sometido con frecuencia a este ejercicio: no consignar una frase, por simple que parezca, en la cual no sea capaz de proporcionar una definición exacta de cada palabra o signo empleado (incluidos los artículos, preposiciones, interjecciones, los más comunes sustantivos o adjetivos, y aun la puntuación). Lo que he descubierto es perturbador, pero harto higiénico: stricto sensu, si tuviese que dar razón de cada término que convoco, me vería confinado al mutismo. La práctica es, empero, saludable: me obliga a un máximo de precisión, a una responsabilidad suprema en el ejercicio de la palabra. Es una calistenia conceptual que yo impondría en todas las escuelas del mundo –particularmente en mi lobotomizada Costa Rica–.


Consideremos un ejemplo. ¿Dice usted: “en mi opinión, la sociedad capitalista es esencialmente injusta”? Muy bien: es una hipótesis digna de muy seria consideración. Procedamos despacito y “con buena letra”. ¿Qué es “en”? ¿Qué es “mi”? ¿Está usted, para empezar, seguro de poder en este caso emplear el pronombre posesivo? ¿Quién piensa por nosotros, cuando creemos pensar? ¿Pensamos lo que queremos, o pensamos lo que buenamente podemos? ¿Qué grado de auctoritas real tenemos sobre eso que llamamos “nuestro pensamiento”? ¿Qué es una “opinión”? ¿En qué diferiría de una convicción, un parecer, una certeza, una intuición, un acto de fe, una sospecha, un sentir, un dogma? Proponga definiciones de los términos enumerados. ¿Qué es “sociedad”? ¿De qué maneras ha sido esta conceptualizada por los más importantes pensadores de la historia? ¿Cómo se modifica cuando la sociología hace su aparición como una de las ciencias humanas? ¿Qué es el capitalismo? ¿Cabe hablar de uno solo? Si tal no es el caso, ¿cuáles han sido sus distintos avatares, a partir del Renacimiento? ¿Sabe usted siquiera qué diantres es el Renacimiento? Más aún: ¿está usted seguro de que es en ese período histórico donde el capitalismo aparece como fenómeno hasta entonces inédito? Pero un momento: las cosas tienen dos “nacimientos”: el fáctico –cuando el hecho acontece– y el teórico e histórico –cuando es teorizado–: hablar de “capitalismo” en tiempos de los Médicis hubiera sido un anacronismo: la noción de capitalismo coaguló históricamente mucho después. ¡Y no hablemos de su problemático adverbio “esencialmente” –uso el adjetivo tal cual lo definió Aristóteles, distinguiéndolo del juicio apodíctico y el juicio asertórico–! La esencia es la materia nuclear, básica, la sustancia sobre la cual vienen a posarse los accidentes, las formas. Es lo que se conoce como hilemorfismo. Todo esto problematiza el uso del adverbio “esencialmente” en el caso que nos ocupa. Esa es una noción que –se lo aseguro– le va a resultar harto elusiva. Finalmente, el dictamen “injusto” lo perderá por los andurriales de la justicia y la ética, y tendrá usted que refrescar sus lecturas de Platón, Aristóteles, Spinoza, Kant, Rousseau, Nietzsche, Rawls, Lévinas, pasar revista a la ética implícita en diversas religiones, revisar la Declaración Universal de los Derechos Humanos, amén de escrutar su propio corazón y reconstruir el panorama retrospectivo de su peripecia vital.


Habiendo dicho lo que precede, aconsejo comenzar intentando este ejercicio práctico, y después hablamos. Entretanto, guardémonos de nuestros vagos, desustanciados y vaporosos pronunciamientos hechos de lugares comunes, prejuicios (lo que precede al juicio) e ideas recibidas, jamás cribadas por el espíritu crítico. Pensar es, en primerísimo lugar, saber de qué malditas palabras se sirve uno para ello. Porque lo más difícil de aceptar es justamente eso: se piensa desde la palabra. Es preciso saber con quirúgica precisión lo que cada una de ellas significa, connota, denota, evoca y sugiere. Es preciso conocer la lenta estratificación de su sedimento semántico. Es preciso conocer su inherente polisemia. Es preciso servirse de ellas con la meticulosidad con que un químico manipularía las ínfimas cantidades de sustancias que combina en su laboratorio. ¡Quién hubiera dicho que el aserto “en mi opinión, la sociedad capitalista es esencialmente injusta” pudiera ser tan problemático, tan complejo!


Y tomen nota de esto: ni siquiera he comenzado a examinar los componentes ideológicos y necesariamente polémicos de este tipo de afirmación. Eso vendrá después. Por el momento, me he limitado a comprobar si tengo pleno dominio de cada una de las partículas que articulan mi enunciado. Así que este juego no es, de ninguna manera, cosa fácil. No deberíamos nunca expresarnos de manera ligera, irresponsable y precipitada. Usemos pocas palabras, pero tengamos profundísimo, exhaustivo conocimiento de la arqueología semántica de cada una de ellas.


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