Santa Lucía y el fútbol
Jacques Sagot
¡Era linda la expresión -ahora caída en desuso- “¡ciégalo Santa Lucía!”, que los aficionados de cualquier equipo proferían cuando un rival se aprestaba a disparar contra el marco de su equipo, o en el momento de cobrar un penal, un tiro de esquina o un golpe franco que favorecía al enemigo. La invocación a la santa tiene la belleza de todo lo vernáculo, lo popular -que no es lo mismo que “populachero” o “pachuco”-. Santa Lucía de Siracusa (283 - 304 después de Cristo) fue acusada de brujería y quemada en la hoguera. Habiendo sobrevivido al suplicio, su perseguidor, el implacable Pascacio, ordenó que le sacaran los ojos. Quiere la leyenda que, aun después de semejante mutilación, era capaz de ver, en el tribunal, a aquellos que la acusaban.
Finalmente fue decapitada. Comprensiblemente, se convirtió en la patrona de la vista, amén de los pobres, los ciegos, los niños enfermos, las ciudades de Siracusa, Venecia y Pedro del Monte. También es figura tutelar de los campesinos, electricistas, choferes, fotógrafos, afiladores, cortadores, cristaleros y escritores. Y aunque posiblemente es lo último que en el mundo le hubiera importado, la venerable mujer es invocada en muchos lugares del planeta cuando un delantero está a punto de jalar el gatillo contra un portero que se afana por impedir el gol. Lo cual -volvemos a nuestro viejo dilema- haría de ella una pancista: un día torcería por el Club Sport Cartaginés, al siguiente por el Deportivo Saprissa o el Club Sport Herediano.
Santa Lucía forma parte de las santas mártires y “castradas” (Freud). Las otras dos son Juana de Arco (quemada viva con leña verde, que ardía durante más tiempo) y Santa Águeda de Catania, a quien Decio, procónsul de Sicilia, cortó los senos. El perder la vista, el arrancarse los ojos (tal el caso de Edipo cuando se entera de que asesinó a su padre Layo y yació y procreó de su madre Yocasta) es, según el psicoanálisis ortodoxo, un símbolo inequívoco de castración.
Por lo que a Lucía de Siracusa atañe, es una de las vírgenes mártires más conocidas, junto con Ágata de Sicilia, Inés de Roma, Cecilia de Roma, Bárbara de Nicomedia y Catalina de Alejandría.
Recuerdo con agridulce melancolía la época en que, en los estadios, su nombre era invocado para que los jugadores del equipo rival erraran sus disparos a marco. Era una tradición vernácula, antañona, du temps jadis, que operaba una espectacular implosión entre valores religiosos y valores deportivos, y fungía como una especie de mágico conjuro. Hoy en día no se invoca a Santa Lucía -créanme-, sino se sepulta al jugador aborrecido bajo un alud de denuestos, obscenidad, ignominia, y menos que dulces alusiones a su madre. Es muy triste, todo esto.
La última vez que oí la expresión “¡Ciégalo, Santa Lucía!” fue en el Estadio José Rafael “Fello” Meza, sede del Club Sport Cartaginés, en el año 1983. Estaba con mi amigo queridísimo Germán Sileski (que de Dios goce), y jamás olvidaré el fervor, la devoción, la intensidad con que invocaba a la santa ciega tan pronto el peligro rondaba la valla del equipo brumoso. Cada vez que pienso en la hagiografía de Santa Lucía evoco a Germán, tenor distinguidísimo, dueño de una voz bendecida y hermosamente timbrada. ¡Ah, amigos, qué triste es irse reconociendo como remanente de una generación que se arrala día con día, y pronto se extinguirá!
No suelo ir a los estadios: es una experiencia que ya debe considerarse de alto riesgo. Veo los partidos por la televisión. Pero cuando mi equipo está bajo fuego, asediado por el rival, todavía me descubro exclamando: “¡Ciégalo, Santa Lucía!” Luego me siento como un fósil del jurásico superior… pero eso no importa. Las nuevas generaciones nunca sabrán lo bella que era la vivencia del fútbol sin insultos, sin escupitajos, sin madrazos, sin pachuquería, sin acciones criminales en las graderías, sin “barras bravas”. La época en que el estadio era un ámbito familiar, y el fútbol un ritual celebrado por los abuelos como por las madres que daban el pecho a sus recién nacidos. Como diría Neruda, “confieso que he vivido”.
Este futbol verbal me gustó mucho y nunca lo habría sociado con santo alguno. Adelante. VV