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Foto del escritorBernal Arce

La embriaguez del pensamiento

EDUCACIÓN Y VIVENCIA

RELIGIOSA


Jacques Sagot



 

La enseñanza de la religión debe volver a nuestros colegios.  ¿Creen haberme leído mal?  ¿Están las furibundas huestes de la laicidad ya planeando mi incineración en la pira de los nuevos perseguidos?  Pues entonces, para provocarlos, voy a repetir lo que acabo de decir: la enseñanza de la religión debe volver a nuestros colegios.

 

¿A qué me refiero con esto?  ¿A que debemos poner a nuestros jóvenes a recitar de un tirón y sin respirar el Padre Nuestro en latín?  No.  ¿A que es imperativo aprenderse el Corán de memoria?  No.  ¿A que debemos volver a instaurar los ritos de inhumación de los sumerios y los hititas?  No.  Dejemos los credos por fuera.  Hablo de la experiencia religiosa.  De la vivencia de lo divino.  Desde todas las perspectivas: antropológica, cultural, filosófica, psíquica y sí, como revelación mística.  ¿Por qué?  Enumero ahora mis razones.

 

La pregunta sobre la existencia de Dios -o de los dioses- no es una pregunta cualquiera, es La Pregunta, así, con mayúscula.  La ineludible, la que ningún ser humano dejará jamás de formularse.  ¿Que nunca  encontraremos respuesta definitiva?  Quizás.  Y precisamente por eso es crucial.  El tema vale por las preguntas que suscita tanto como por sus respuestas.  ¿Que de qué nos sirve indagar una realidad que nunca será completamente desentrañada?  Porque la curiosidad metafísica es lo que diferencia al hombre de los crustáceos.  Porque es nuestro deber como seres humanos comprometidos con el vivir, buscar un sentido -o celebrar la absurdidad- de nuestra existencia: ambas posiciones se valen.

 

Porque no pasará un día de nuestras vidas en que, en el santasanctorum de nuestras almas, no revisemos las respuestas que tan altisonantemente hemos exhibido a guisa de atuendo espiritual ante nuestros semejantes.  Porque una cosa es aquello de lo que fachenteamos públicamente, y otra muy diferente la suma de sospechas, dudas, temores, esperanzas, rencores e incertidumbres que nos asaltan tan pronto nos quedamos a solas con nosotros mismos.  La verdadera interrogación por lo divino es siempre, por su naturaleza misma, íntima.

 

Porque nuestra ética, nuestra cosmovisión, nuestra sensibilidad ante la realidad dependerá enteramente de la respuesta que nos demos.  O de las respuestas, que bien puede ser que cambiemos de parecer cada día o cada hora de nuestras vidas.  Porque no ha habido nunca, en lugar ninguno del mundo, desde que el Tigris y el Éufrates inventaron la civilización -o quizás antes, como parecen sugerirlo recientes teorías- una cultura que no haya tenido su dios o sus dioses.  Las pre-científicas como las post-científicas.  Esto nos autoriza a pensar que Dios representa una necesidad antropológica del hombre.  Si no necesariamente para el individuo, sí para la especie humana contemplada en su totalidad histórica.  Ya sea para afirmarlo o para negarlo furibundamente, el hombre necesita a Dios.  Su existencia -o su no existencia- es por mucho el generador de discursividad más grande que el mundo ha conocido.

 

Es la peor de las absurdidades no preparar al ser humano desde su temprana educación a abordar el tema más importante de su vida, aquel al que consagrará más pensamiento, el que más crisis habrá de suscitar en su vida. ¿Quieren ver en Dios una mera construcción cultural?  Sea.  ¿Quieren ver en él una estafa histórica?  Sea.  ¿Quieren conceptualizarlo como un exorcismo mágico contra el miedo primal a la muerte?  Sea.  ¿Quieren convertirlo en la piadosa confortación de la gente más inculta y pueblerina (el “Blasillo”, de Miguel de Unamuno)?  Sea, si bien esto haría de Platón, San Agustín, Leibniz, Tomás Moro, Pascal, Descartes, Velásquez, Bach, Beethoven, Liszt, Kierkegaard, Victor Hugo, Marcel, Unamuno, Maritain, Claudel y Einstein unos pobres ilusos.  ¡Pobrecitos, tan incultos y tonticos! Mandémoslos a todos a la “Escuelita de la Niña Pochita”, a ver si se nos ilustran un poco.  

 

Pero no importa que cada cual piense lo que quiera (o lo que pueda, sería más propio decir).  El hecho es que la vivencia religiosa debe ser estudiada.  Como fenómeno distintivo de la especie humana.  ¡Señores: es la sed de divinidad la que en mayor medida nos diferencia de los ornitorrincos!  ¿No merecemos ser educados para investigar el hecho religioso, la experiencia mística, sea cual sea la conclusión a la que lleguemos (y posiblemente la cambiaremos tres o cuatro veces a lo largo de nuestra vida)?

 

No hablo de los adolescentes de colegio, hablo también de los niños -que piensan mucho más de lo que algunos creen-.  Tanto unos como otros deben ser guiados, orientados en un asunto en el que se juega ni más ni menos que el sentido mismo de sus vidas.  Y no, por favor, no me vengan a recordar, como quien descubre la palanca, la importancia de la separación de Estado e Iglesia y de la laicidad como marco convivencial entre los hombres.  Todos sabemos que ambas cosas son harto saludables, y mucho dolor le costaron al mundo como para venir ahora a revertirlas.  Ese no es el punto.  El punto es la vivencia religiosa como tal, ser preparados para ella, tener armas epistemológicas para explorarla, para aceptarla o negarla.  Desarrollar la sensibilidad necesaria para interrogar el silencio.  Y hacerlo “para adentro”, no “para afuera”.

 

¿Que Dios es un residuo ancestral del pensamiento mágico?  Tal vez.  No es cosa que me perturbe.  Siento un infinito respeto por el pensamiento mágico.  ¿Cómo no habría de tenerlo?  De ahí proceden toda la poesía y la música del mundo.  Pero quien prefiera seguir oponiendo la ciencia (¡tan llena de magia, por cierto!) a Dios -pleito pasadísimo de moda- pues que siga haciéndolo.  Remanentes de un positivismo comtiano completamente anacrónico.  Se creen vanguardia, cuando son la más rezagada de las retaguardias.  Pero eso quizás no importa.  Lo único que importa es que también la negación tenga elementos de juicio adecuados para sostener su postura.  Y hasta para esto hace falta una propedéutica de la experiencia religiosa.  Es algo que se enseña, que se transmite, que se estudia.

 

Como siempre conmigo, esta no es una mera opinión.  Yo no soy un “opinador” profesional.  Es un compromiso personal y una exhortación a quienes hoy diseñan nuestros programas educativos.  Dios -como presencia o como ausencia- es algo o alguien con quien vamos a tener que vivir todas nuestras vidas.  ¿No resulta sensato cultivar el arte y la ciencia de pensarlo, de vivirlo, de amarlo, de negarlo?

 

Nota bene: desde mi último artículo sobre el tema no pocos lectores han tenido la amabilidad de enviarme sus comentarios, a veces convergentes, a veces divergentes de mis planteamientos.  En un caso como en el otro he respondido únicamente a aquellos que tenían más contenido conceptual y que estaban más inteligentemente formulados.  Pienso hacer lo mismo en esta ocasión.

 

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Respeto la opinión de las personas como no ,los preceptos gue nos imponen de niños ,de bautismo comunión ,confesión gue no entendía pero gue los dogmas de fe ,ya me producían desconcierto .El porque ? creo gue tienen gue ser buenas personas ,no hacer daño ,no difamar no explotar si tienen servicio .Nada me cuadraba ,las ceremonias de la comunión era la fiesta ,luego no cumplían con su fe y de hay se me borró todo .Era la solista de un coro ,y vi tantas personas y aptos gue más bien eran ininteligibles .Con todo lo gue hay en el Vaticano se gustaría el hambre de medio mundo ,eso no importa ,nose mira hacia tras ,el egocentrismo les pone la…

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