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La embriaguez del pensamiento.

Actualizado: 21 jul 2023


El doble código de la chiquita linda


Jacques Sagot


En reciente entrevista para la revista Vogue, la super-modelo Savannah Carrington declaró que para ella lo más importante en un hombre era la inteligencia, la ternura, la honestidad, el sentido del humor, la espiritualidad, la cultura y los valores humanos y familiares.  Una semana después el mundo se enteraba de su compromiso matrimonial con Chuck Willis, conocido como “the bruiser”, capitán de uno de los más populares equipos de rugby de la liga americana.  Chuck era un morenazo de hombros tatuados, bíceps y glúteos turgentes, un farallón granítico a guisa de pectorales, Ferrari rojo descapotable, rostro ornamentado por toda suerte de pendajos, mechitas iridiscentes, un falo –se rumoreaba maliciosamente– de himaláyicas proporciones, y un palmarés altamente publicitado de affaires con las más glamorosas vedettes y estrellas rock del momento. 

 

La inusitada decisión de Savannah movió a la comunidad científica mundial a una revisión radical de la naturaleza psico-física del ser humano.  El cónclave reunió a filósofos, antropólogos, sociólogos, sexólogos, siquiatras, biogenetistas, neurofisiólogos, médicos y a un sinfín de especialistas en toda área atinente a la criatura humana, todos ellos operando de consuno en un esfuerzo concertado y rigurosamente interdisciplinario.  Los resultados de tal gestión dejaron al mundo boquiabierto.  


Resulta que la inteligencia está radicada en la fibra muscular de los glúteos y bíceps, que el sentido del humor es un fenómeno estrictamente capilar asociado al hair-style de cada persona, que los valores humanos y familiares proceden de una glándula aún no lo suficientemente explorada situada a la altura de los pectorales, que la honestidad es proporcional a la cantidad de colgajos que orejas, labios, lengua, nariz y cejas sean capaces de sostener, que el Ferrari descapotable –especialmente si es de color rojo– está en directa relación con la capacidad de ternura de su usuario, que la espiritualidad es rigurosamente cuantificable a través de las características fisonómicas de la persona, tal cual estas se revelan en las sonrisas de almanaque.  Por lo que a la cultura atañe, y a juzgar por la peculiar elección de Savannah, fue preciso concluir que esta es estrictamente proporcional a la genitalia y viripotencia del garañón, y que está ubicada justamente ahí: en el imponente macizo fálico del atleta.  ¡Quién lo hubiera imaginado!  Todos los días de la vida se aprende algo nuevo, ¿no es cierto?


La flagrante discontinuidad entre los valores postulados por Savannah y las peculiaridades del super-stud que eligiera por compañero ha abierto un campo fascinante para la investigación científica.  La visionaria vedette nos ha puesto sobre la pista de una serie de hipótesis hasta hace poco inconcebibles.  Es en el marfilino resplandor de la dentadura, en la corronguera del atuendo general, en el colorido y profusión de los tatuajes, en la magnificencia de las nalgas, en la rugiente potencia de los motores Ferrari, y en la frondosidad fálica del macho alfa donde debemos buscar eso que ni Platón, ni Descartes, ni Kant ni Rousseau lograron determinar: el emplazamiento, la chora, el locus donde se generan los valores éticos y las más nobles cualidades del ser humano.  


¡Gracias, Savannah, por señalarnos esta novel vía epistemológica hacia el inmemorial misterio de la relación cuerpo – espíritu!  ¡Tienes un lugar asegurado al lado de todos esos grandes pensadores que con sus señeros aportes han contribuido a modificar radicalmente nuestra concepción integral del ser humano!         

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