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La Columna de Jacques Sagot | “Sobre príncipes y rufianes”

Actualizado: 10 jul 2022





      Jacques Sagot.


  Uno de los personajes -funciones, rangos- de la milicia que no tardó en incorporarse al fútbol fue la figura del capitán.  Hace las veces de líder del equipo.  Representa dentro del terreno a todos sus compañeros frente a los árbitros del encuentro, y tiene también a su cargo la organización y mando del equipo conforme a las órdenes del entrenador y también conforme a la situación y su visión de juego.  Funge como un intermediario entre el técnico y los jugadores, y entre estos y el árbitro.  Cualquier reconvención o advertencia del referee al equipo le es comunicada a él en primera instancia.  Fuera de las canchas también se desempeña como voz oficial del sentir de los jugadores del equipo, frente a la directiva del club o combinado nacional, o en actos institucionales de diversa índole.  El capitán suele ser el veterano del cuadroequipo o, siquiera, su jugador más representativo.  Se distingue de los demás por el rasgo indumentario del brazalete.  Al inicio de cada partido, debe participar en el sorteo de campos junto a los árbitros y el capitán del equipo contrario.  Suelen ser jugadores ecuánimes, lúcidos, extrovertidos y articulados en su discurso.  Durante el proceso clasificatorio de Brasil rumbo al Mundial Rusia 2018, el técnico Tite dispuso que la capitanía del equipo rotaría.  Y fue así como en ocho partidos eliminatorios la Verdeamarela había jugado con seis diferentes capitanes.  Es fácil ver los potenciales beneficios psicológicos de este tipo de práctica: se descentraliza el poder, se evita el primadonnismo, y se prepara a cada miembro del equipo a asumir la máxima responsabilidad liderando a sus compañeros.


A continuación, la lista de los capitanes de las selecciones

campeonas mundiales.


1930 José Nasazzi (Uruguay)


1934 Gianpiero Combi (Italia)


1938 Giuseppe Meazza (Italia)


1950 Obdulio Varela (Uruguay)


1954 Fritz Walter (Alemania)


1958 Hilderardo Bellini (Brasil)


1962 Mauro (Brasil)


1966 Bobby Moore (Inglaterra)


1970 Carlos Alberto (Brasil)


1974 Franz Beckenbauer (Alemania Federal)


1978 Daniel Passarella (Argentina)

1982 Dino Zoff (Italia)


1986 Diego Armando Maradona (Argentina)


1990 Lothar Matthäus (Alemania Federal)


1994 Dunga (Brasil)


1998 Didier Deschamps (Francia)


2002 Cafú (Brasil)


2006 Fabio Cannavaro (Italia)


2010 Iker Casillas (España)


2014 Philipp Lahm (Alemania)


2018 Hugo Lloris (Francia)


Combi, Zoff, Casillas y Lloris fueron porteros.  Lahm, Cannavaro, Cafú, Passarella, Carlos Alberto, Bobby Moore, Mauro, Bellini y Nasazzi, defensas.  Beckenbauer, líbero, más recostado en la retaguardia del equipo.  Dunga, Deschamps y Matthäus, volantes defensivos (el último, una especie de “invención” de Beckenbauer, capaz de volcarse también al ataque).  Maradona y Varela, mediocampistas ofensivos.  Solo Walter era delantero.  Y ello por buenas razones: siendo los arietes víctimas de la mayor cantidad de faltas y agresiones, sus reacciones tienden a ser más explosivas.  


Para ser capitán hace falta autocontrol, disciplina sobre las propias emociones.  Zidane -posiblemente el mejor jugador del mundo entre 1998 y 2006- fue expulsado en dos de los tres mundiales en que participó: en el que ganó en 1998 (después de pisotear en el suelo a un rival caído, en el partido contra Arabia Saudita), y en la final de 2006, con el bestial cabezazo que le propinó al granuja de Materazzi, después de soportar 110 minutos de tirones e insultos de la peor estofa.  Resulta incomprensible que un jugador que había sido expulsado 13 veces a lo largo de su carrera fuese designado capitán de su equipo en el Mundial 2006 (no recibió tarjeta roja en la justa en Corea del Sur - Japón 2002 únicamente por cuanto solo jugó un partido, y su selección cayó en primera ronda).  Era un jugador genial pero sanguíneo, fácil de irritar, trait de caractère que sus rivales explotaban, Materazzi a modo de “estrategia” explícita.  Para la trivia, el jugador más veces expulsado del terreno ha sido el colombiano Sergio Bedoya, con 48 cartulinas rojas.  José Dirceu Guimaraes jugó hasta los 42 años de edad, en Brasil, Italia, México y en tres copas mundiales: jamás vio siquiera una tarjeta amarilla.  Y atención: era un mediocampista zurdo de creación extremadamente hábil: jamás reaccionó violentamente ante las miles de faltas que le cometieron.  


Para volver a Zidane, la misión de cualquier contrincante de pacotilla era siempre la misma: sacarlo de sus casillas, y por desgracia, lo lograban con relativa facilidad.  La imagen de este inmenso futbolista, abandonando cabizbajo la cancha del Estadio Nacional de Berlín, después de la expulsión, bajo una silbatina universal, lento, apesadumbrado, hundiéndose en el túnel que lo sustraía para siempre al mundo del fútbol -fue su último partido- se cuenta entre las más penosas de que guardo memoria.  ¡Un majestuoso concierto que termina con grosera, chillona pifia en el acorde final: lamentable anticlímax!  Todos quienes amamos su fútbol hemos hecho lo posible por borrar esta foto mental de nuestros “archivos”… en vano.  Así pues, el último gesto de uno de los más talentosos jugadores en la historia de un deporte que ciertamente no ha carecido de grandes figuras, habría consistido en una reacción primaria, evidencia de una absoluta falta de control sobre la ira.  El exabrupto no le hace justicia a su meteórica trayectoria.  Un poeta del fútbol que reacciona como lo hubiese hecho un australopiteco hace 3 millones de años.  Zidane: el futbolista que se derrota a sí mismo.  El triunfo de la sombra (Jung), de la voluntad de autodestrucción.  


Por lo que al rufiancillo de Materazzi atañe, nadie lo echa de menos, su mayor título de gloria habrá consistido en recibir un cabezazo del mejor futbolista de su generación.  Ello a tal punto que una estatua en la que veíamos a Zidane embestir a su acosador (bronce, 5 metros de alto, obra del artista argelino - francés Adel Abdessemed, develada en Doha, Qatar, a principios de octubre de 2013) hubo de ser retirada por razones de dos índoles: la religiosa (para muchos musulmanes, el monumento constituía un acto de idolatría), y la deportiva (inmortalizar este desafortunado incidente promovía un antivalor ético).  Aquí los imaginarios religioso, bélico y deportivo convergen de manera llamativa por su incongruente sincretismo.  


!Ah amigos, amigas, montémonos en la máquina del tiempo de H. G. Wells, y “reeditemos” algunas cosas: enderecemos el disparo de Pelé contra Mazurkiewicz que por centímetros no fue gol en 1970; castiguemos la falta homicida de Schumacher contra Battiston en las semifinales del Mundial España 1982; exijamos el reingreso al terreno de juego del argentino Rattín, expulsado sin razón alguna por un miserable arbitrillo “al servicio secreto de su Majestad” durante el Mundial 1966; expulsemos del terreno al malandrín de Tassotti después del codazo que le partió la nariz a Luis Enrique, en el partido Italia - España del mundial 1994; y sí: volvamos al 9 de julio de 2006 para decirle a Zizou: “controlá tu carácter, viejo.  Un bicho liliputiense, un canalla innombrable va a hostigarte durante todo el partido: ¡no caigás en su juego, no nos dejés con esa estampa postrera de ese prodigioso fútbol tuyo, más coreografía que deporte, música pura!”

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