José Marvin Monge
Ser un ciclista competitivo es ser un estudiante del dolor. Una fina línea separa la gloria y la desgracia. Un resfriado, un bache, un pinchazo, una distracción, una caída, una mala noche,
una comida, una mala estrategia, una pájara o una mente débil.
Sin contar las veces que pierdes en la raya por menos de un segundo. Aquí no existe etapa fácil, hay que tener suerte para todo y luego te pasas un año o mas buscando nuevos umbrales.
Nos negamos a pensar que este nuevo ciclismo se está convirtiendo en un deporte de ricos que lo practican los pobres. Aun sabiendo todos que históricamente en un 85% los ciclistas que provienen de cunas muy humildes han sido ganadores de grandes vueltas. Hace unos días me encontré con uno de ellos y le pregunté "Y tus sueños de ciclista". La respuesta fue "Los tuve que cambiar por un trabajo estable"
Sería normal que recibas críticas de personas o periodistas que nunca han sido ciclistas y que se agitan subiendo un puente peatonal.
La competición es injusta por naturaleza. Muchas veces el que más méritos hace no acaba venciendo. Solamente se recuerda el primero, segundo y tal vez el tercero. El resto cae en el olvido del público.
Te van a premiar con una gorra, una medalla, y una bolsa con productos de limpieza de algún patrocinador. Nada de lo que recibes podrá cubrir tus gastos básicos.
De seguido debes publicar tus logros en redes sociales ya que de lo contrario ni tu vecino se dará cuenta.
Hoy los ciclistas deben de celebrar sus propias victorias porque solo ellos saben lo que les ha costado.
Sin embargo, y aun sabiendo todo esto, probablemente en un mes estarás preparándote para tu siguiente evento, porque este deporte lo llevas en las venas.
A veces ni nosotros mismos sabemos expresar este sentimiento deportivo "Maravilloso pero Ingrato"
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