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Deporte: magia, poesía y heroísmo

Actualizado: 8 jun 2023


Ahí va, la piragüita...

Jacques Sagot



En el deporte hay cuatro opciones. 1 - Ganar jugando bien.  2 - Ganar jugando mal.  2 - Perder jugando bien.  4 - Perder jugando mal.  Ideal la primera, irrescatable la cuarta.  ¿Las del medio?  Ganar jugando mal es frecuente entre los grandes: mil veces he visto a Brasil, Italia, Alemania, ganar jugando mediocremente.  Tienen tal superávit de calidad, que no necesitan movilizar la totalidad de su potencia para ganar.  Perder jugando bien puede ser glorioso, heroico, y acaso más meritorio que ganar jugando mal.  Decía Borges: “hay derrotas más dignas que la victoria”.  Pero, por supuesto, será siempre doloroso. 


Costa Rica se apresta a disputar la Copa Oro.  El técnico, Luis “7–0” Suárez fanfarreó ya la alineación con que pretende hacerse de esta presea.  Sesudísimos exégetas del fútbol de Canal 8 proponen un ejercicio de hermenéutica, de desciframiento, de descodificación de “los cuatro mensajes secretos” que el señor “Siete a cero” ha, aparentemente, cifrado en esta lista.  ¡Cielo santo!  ¿De quién estamos hablando aquí?  ¿De Nostradamus, de la escritura cuneiforme de los antiguos egipcios, de la hermética y codificada poesía de Mallarmé?  ¡Por el amor de Dios, señores y señoras: sean un poquito más serios!  ¿Invertir tal volumen de sinapsis neuronales tratando de averiguar en qué consisten los cuatro mensajes cifrados de don “Sieteacero”?  Es un desmesurado flujo de catexis psíquica para desentrañar a un personaje que ni remotamente merece tanta ponderación, examen, y lectura.


Jamás, en ningún lugar del mundo, he visto un partido de la Selección dirigido por el agente “00–7” que me haya dejado ni siquiera pasablemente satisfecho.  Ni en la misérrima eliminatoria para el mundial Catar 2022, ni en los amistosos, ni en los partidos de la gran justa, ni en la reciente y sonrojante eliminación de que fuimos víctimas a manos de Panamá, en nuestro propio feudo.  El partido de repechaje del 2021 contra Nueva Zelanda fue una perfecta, absoluta y químicamente pura chiripa.  El rival nos doblegó en pujanza, nos tuvo arrinconados todo el tiempo, y si ese día su corpulento número 9 no hubiera entrado al terreno de juego un tanto desbrujulado, nos habría infligido por lo menos tres o cuatro goles.  Los tuvo hechos, pero para fortuna nuestra, no estaba en su momento.


Pero la decoloración del futbol nacional –a pesar de tener figuras que militan en las tres principales ligas mundiales– no es un fenómeno aislado.  Yo jamás había visto tal menesterosidad futbolística en la Concacaf.  Juego desprolijo, desaliñado, mal enhebrado, feo “al cubo”: el imperio del 0-0.  Marcadores exiguos, raquitismo generalizado, ya un triunfito 2-0 debe considerarse “el partido del siglo”.  Costa Rica está jugando con coraje, reciedumbre, músculo, corazón, responsabilidad.  La actitud es la correcta.  ¿Pero calidad?  Eso es otra cosa.  El compromiso, la moral están.  La mecánica, la pureza del juego, no.  En Catar la Concacaf nos ofreció una de sus peores prestaciones históricas.  El menos malo fue Estados Unidos, y cayó aparatosamente contra los Países Bajos en octavos de final.  Nadie más superó la fase de grupos. 


Jugaremos la Copita Oro y exhibiremos algunas aisladas bondades dispersas entre océanos de mediocridad: no hace falta ser un avezado futurólogo para saberlo.  Y por supuesto, tanto los muchachos como el Doctor Sieteacero repetirán, por enésima vez: “Bueno, ha sido una experiencia muy valiosa, hemos aprendido mucho, y ahora nos preparamos para seguir adelante con los retos del futuro”.  Señores: a una competencia no se llega a aprender (para eso está la Escuelita de la Niña Pochita).  Se llega a ganar, a demostrar lo que se sabe, a enseñar y sentar cátedra.  Es la cavatina de siempre: el equipo aprende para aprender, lo cual le sirve para aprender, con lo cual aprende más, y es así como logra seguir aprendiendo, ¿para qué?  Pues para aprender…  Y entretanto se reciclan los mismos errores, esos que desnudan el fementido aprendizaje y la insondable mediocridad del proceso.  Toda Costa Rica está harta y frita de esta cantaleta.  Sépanlo de una vez, y por las heridas de Cristo, ahórrennosla.  


Más que lograr la meta –el qué– me interesa el proceso –el cómo–.  Haremos un papelito decoroso porque los “grandes” (México y Estados Unidos) exhiben el peor nivel en décadas, el hondureño es un fútbol en bancarrota, y Jamaica y Panamá son, en este deporte, criaturitas pre-púberes (pese al innegable crecimiento del segundo).  Todos están jugando mal.  


Para asistir a un mundial basta, hoy en día, con no ser peor que Paraguay (lugar 48 de la FIFA).  Llegará el día en que aun Ferretería Núñez y Once Tigres comparezcan a la magna justa.  Sí: iremos.  Pero no en un acorazado, sino en una endeble, estrujada piragüita, que hará agua y deberá ser remolcada para superar el menor escollo.  Lo siento, amigos: prefiero hacer las veces de aguafiestas, que dormirme al arrullo del auto-engaño.  


Por lo que al señor “7–0” atañe, debería haber dimitido hace mucho.  Es una cuestión de dignidad, de decencia, de auto-respeto y de deferencia por Costa Rica.  ¿Es esto mucho pedir?  Sí, tal parece que para algunos oportunistas y escaladores esta petición es completamente inconcebible.  Bueno, la verdad, tenemos lo que merecemos.  Ni una unidad Angstrom (la diezmillonésima parte de un metro) más ni menos que lo que merecemos.  Y recuerden: estaremos jugando con la peor confederación mundial al día de hoy: la Concacaf.  


Que disfruten de la travesía: ya la piragüilla se hace al mar: su capitán no usa sextante, sino septante.  Tiene siete remos a estribor, siete a babor, y se guiará de noche observando la posición de las siete cabritas en el firmamento.  Avanzará a una velocidad de siete leguas marinas por hora.  La final se disputará el 16 de julio: sétimo mes del año.  Navegarán bajo los siete colores del arcoíris, y si pasan por Anaheim u Orlando podrán ir a conocer a Blancanieves y lo siete enanitos.  ¡Joder!              

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