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Deporte: magia, poesía y heroísmo

Jacques Sagot


¡Ah, qué muchachitos!


Corolario burlesco del Mundial 2014 fue la conducta de los torcedores de Brasil, Argentina y el campeón, Alemania.  Después de la demolición del primero por 7-1 a manos de los germanos, la fanaticada albiceleste entró en éxtasis dionisiaco, improvisando todo tipo de mofas contra el rival caído.  Los periódicos argentinos exhibieron un sentido del humor canallesco y arrabalero que deja muy mal parada a la prensa local (Borges, Sábato y Cortázar eran magníficos ironistas: ¿no aprendieron nada de ellos?) 

 

Los brasileños respondieron de manera que no podría ser más primaria y pueril, lanzándose en un colectivo repudio de Argentina, y apoyando a sus propios masacradores, en la final.  Al día siguiente de la victoria teutona, el titular de un diario rezaba: “Gracias, Alemania”.  ¿Por qué?  ¿Por haberles administrado la más humillante lección de fútbol de su historia?  Hay un término para describir esta conducta, ¡y es precisamente alemán!: Schadenfreude: “alegría ácida”, “alegría ante la desgracia ajena”.  El regocijo del loser, que una vez caído, se consuela viendo como su archirrival tampoco logra lo que él codició.  Una alegría negativa: “puesto que yo no lo conseguí, que tampoco lo consiga nadie más”. 

 

Por su parte, los alemanes comenzaron bien, socializando y jugando partidos amistosos con los “nativos”, aprendiendo a saludar en portugués –con acento específicamente carioca–, donaron 10 000 euros a la comunidad para la compra de una ambulancia, y dejaron una instalación deportiva de la que supuestamente se beneficiarían los “aborígenes”.  Pero nadie, ¡ay!, es ajeno a su naturaleza.  La portada del diario alemán Bild proclamaba, después de la campeonización: “¡Somos amos del mundo!”  Incurable, tal parece, el atávico hegemonismo godo.  Como dijo Nietzsche: “están todas las naciones del mundo… y luego está Alemania”.  Lo decía con odio: despreciaba a Alemania, y su ídolo histórico era Napoleón Bonaparte.  


Para rematar tal actitud, los germanos celebraron su trofeo en la Puerta de Brandeburgo imitando a los “gauchos” y la manera en que los brasileños entraban “tomaditos de la mano” al terreno de juego, mientras se proponían a sí mismos como modelos del Übermensch, en una apoteosis de vulgaridad que reabrió viejas heridas, y volvió a poner en vigencia el lastre histórico racista que Alemania arrastra desde tiempos de Bismarck.  Bad, bad, really bad boys…  Con un grotesco y auto-paródico sainete deshicieron la buena impresión que habían cultivado durante la competencia, y generaron críticas muy severas en diversos países.  Peligroso aguardiente, el triunfo.  Y cuando es alemán, el mundo tiende a verlo con temor.  Realmente, no se pueden suprimir siglos de nacionalismo patológico y exorbitado en unas cuantas décadas.  El supremacismo alemán es un fantasma que deambula todavía por doquier en el mundo.

  

¿Caballeros y grandes deportistas?  Yo lo que vi fue una manga de carajillos sacándose la lengua y jalándose las mechas unos a otros.  Se vale crecer, señores.  Las aficiones, periodistas y jugadores brasileños, argentinos y alemanes sufrieron una regresión a los siete años de edad.  Esa es una de las peores secuelas del fanatismo deportivo en nuestra psique: nos pueriliza, nos infantiliza.  Y es una tendencia que se agudiza en décadas recientes.  Yo nunca vi a Pelé, Di Stefano, Rivelino, Yashin, Beckenbauer o Cruyff abandonarse a este tipo de fruslerías.  La cultura del fútbol nos ha ido aniñando… no lejos está el día en que volvamos a chuparnos el pulgar, tirarnos al suelo en infernal berrinche o saquear el frasco de los bombones de la despensa tan pronto los papás no nos ven.  ¿Estaremos al día de hoy ya debidamente entrenados en el uso de la bacinica?  Es cosa que cabe preguntarse.  Nuestra actitud oscila entre lo grotesco y lo ridículo.  El mundo del fútbol es un manicomio con mucho de hospital y no poco de presidio.   Es un ámbito social que hemos patologizado, y que es, a todas luces, extremadamente virulento y contagioso.  Enferma las almas, las mentes, los corazones, los pueblos, las naciones.  Lástima grande.  Las cosas no tenían que haber derivado en esa dirección.     


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