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Deporte: magia, poesía y heroísmo

Actualizado: 25 ago 2023

¡Hay que leerlo para creerlo!


Jacques Sagot

Quiero hoy compartir con ustedes, queridos amigos y amigas, uno de los más preciados dijes que mi carrera literaria me ha deparado.  Es cosa que cuesta creer, pero juro por mis manos que sucedió.  


Había yo escrito en la sección de deportes del periódico La Nación una columna en memoria del gran futbolista brasileño Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira y Oliveira, estrella del Corinthians de São Paulo, del Flamengo de Río de Janeiro y de la excelsa Selección Verdeamarela en los mundiales de España 1982 y México 1986.  En él encomiaba sus pases “de taquito”, que eran su trademark estilístico.  Corría el mes de diciembre de 2011, y Sócrates venía de morir. 


Para mi estupor, recibí al día siguiente un mensaje de un lector indignado, que me reconvenía: “Señor Sagot: me extraña su nivel de ignorancia.  No se tiene ninguna evidencia de que en la Atenas del siglo IV antes de Cristo se jugara al fútbol.  Menos aún de que Sócrates lo practicara, de que hubiese un equipo llamado Corinthians, y por último, es imposible saber si a Sócrates le gustaba pasar el balón “de taquito”.  Es improbable, puesto que calzaba sandalias y vestía una larga túnica, como todos los ciudadanos atenienses de su época”.  


Guardé respetuoso silencio, y no contesté la misiva.  Pero de inmediato supe que aquella respuesta era atesorable.  ¡Así que el lector de marras supuso que yo me refería al venerable, al divino Sócrates, quien vivió entre los años 470 y 399 antes de Cristo, en la mítica ciudad-estado Atenas, y cuya palabra fue recogida por Platón, en sus maravillosos Diálogos, donde aborda todos los grandes temas que sea dable imaginar!  He de decir que la imagen del excelso filósofo jugando fútbol –con su túnica y sandalias, tal cual lo recrea el pintor Jacques Louis David en su lienzo La muerte de Sócrates– me hizo rodar por los suelos de la risa.  De hecho, hay una secuencia de Monty Python en la cual vemos un partido de fútbol celebrado entre filósofos de la antigua Grecia y de la tradición alemana –con sus atuendos históricos–, donde justamente Sócrates marca un golazo que sella el partido a favor de los griegos.  Junto a él juegan Pitágoras, Platón, Aristóteles, Epicuro y muchos otros notables.  Del lado alemán tenemos a Kant, Hegel, Nietzsche, Heidegger y compañía.  Así que ya ven ustedes: tal parece que al ínclito pensador de la Atenas de Pericles sí se le cumplió la fantasía de participar en un juego de fútbol, y de salir del terreno de juego en calidad de héroe.  Creo que mi lector haría bien en ver esta magnífica mise-en-scène, para que constate a qué punto Sócrates desmiente su “solo sé que no sé nada” demostrando un notable saber futbolístico.


Bueno, amigos y amigas: en mi vida he recibido todo tipo de comentarios motivados por textos de mi autoría, pero ninguno me ha causado el efecto del de este indignado lector, quien asumió que yo me refería a Sócrates, el demoledor de sofistas, el padre espiritual de Platón, y no a Sócrates el espigado, delgado –le decían “el magrao”– jugador de toque sutil y suprema elegancia en el terreno de juego, que hechizó con su estilo futbolístico al mundo entero, entre los años 1980 y 1986.  En honor a la verdad, si jamás hubo un futbolista al cual pudiera calificarse de “filósofo” ese era Sócrates Sampaio de Vieira Souza y Oliveira: era un hombre supremamente culto, un pensador, un revolucionario social, un extraordinario orador y arengador, un intelecto de todo punto de vista privilegiado.  Un millón de años luz por encima de cualquiera de sus colegas.  Su altiva figura parecía un mástil en medio del campo de juego y del batiburrillo de futbolistas que lo rodeaban.  Un mástil, sí, del que pendía la más hermosa de las banderas.  Quien lo vio jamás logró olvidarlo.  Su padre era un conocedor profundo de la filosofía de la Antigüedad: los hermanos de Sócrates fueron llamado Demóstenes y Epicuro respectivamente, así que todo en la casa rezumaba admiración por los grandes caviladores del siglo IV antes de Cristo, la Atenas de Pericles, el siglo de oro de la Antigüedad helénica.  


Recuerdo –para la Antología Universal de las Pifias Televisivas– a don Rodrigo Fournier leyendo un titular noticioso en el que comentaba un partido entre Alemania y Brasil, donde uno de los anotadores de la Verdeamarela habría sido un tal “Aristóteles”.  Fue el hazmerreír de todo el país, y se convirtió en una leyenda urbana.  Que de Dios goce, don Rodrigo: un hombre por quien siempre sentí gran admiración.

No, no: jamás le contesté a mi airado, irritado lector.  ¿Qué podía decirle?  ¿Cómo corregirlo sin humillarlo?  Por lo que a mí atañe, jamás sentí la necesidad de precisar de cuál Sócrates estaba hablando.  Se trataba de una columna semanal en la sección de “Deportes” de La Nación: solo ese hecho hubiera debido ponerlo en autos de que no estaba aludiendo al inspirador de la Academia de Atenas (cuyo fundador fue Platón), sino a un futbolista brasileiro.  A uno y otro los separaban veinticuatro siglos, el océano Atlántico, la venida de Cristo, y 10 022 kilómetros de distancia.  Así que me limité a encajar su filípica, y guardé silencio.  Hoy, por vez primera en mi vida, comparto con ustedes esta insólita anécdota, y lo hago con una dulce sonrisa en mi rostro, con benevolencia y cordialidad, sin una molécula de animosidad o de ira.  Es bella la vida, bella, bella, bella…  ¿No creen ustedes?

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