top of page

Deporte: magia, poesía y heroísmo

Así se amansa una barra iracunda


Jacques Sagot




¡Ah. el fútbol nunca deja de sorprenderme con su poesía, su magia y su heroísmo...!  Pero no es de esto de lo que hablaremos hoy, sino de su faceta surrealista, bufona y grotesca.

 

En 1992, el Newell´s Old Boys, dirigido por Marcelo Bielsa (a quien ya conocían como “el loco”) fue apabullado 6-0 por el San Lorenzo de Almagro, en el contexto de la Copa Libertadores.  Una horda de hinchas furibundos del equipo vapuleado cargó contra la residencia de Bielsa gritando, protestando, y armando camorra.  Todo el repertorio de este tipo de coros, –que no son precisamente los Niños Cantores de Viena–: insultos, provocaciones, amenazas, rimas obscenas…

 

Cual no fue su sorpresa cuando, de pronto, “el loco” Bielsa salió de su casa blandiendo una granada de mano, presto a activarla jalando el arito, y profirió: “¡Manga de hincha pelotas: o se van, o se las tiro!”  Era un verdadero Júpiter tonante: los ojos exorbitados, la pose estatuaria, el pelo una tempestad capilar surcada por relámpagos y torbellinos: épico al tiempo que aterrador… y grotesco también.  Los revoltosos salieron despavoridos a la vista de aquel energúmeno que, a todas luces, no bromeaba con su amenaza de lanzarles la bomba.  No contento con ello, Bielsa los persiguió, granada en mano, en bata de baño y pantuflas (la del pie derecho en el izquierdo y la del izquierdo en el derecho) a lo largo de dos o tres cuadras, hasta que los agresores se dispersaron aterrorizados.  Jamás volvieron a sitiar la casa del técnico con cánticos ofensivos o manifestaciones de ninguna laya.  Es un pedagogismo bastante radical, pero hemos de admitir que funciona.

 

No quiero con esto sugerirle pautas de conducta a algunos de nuestros técnicos, que serían más que capaces de ponerlas en práctica, ¡que Dios no lo permita!  En Brasil queman por las calles efigies de los entrenadores impopulares, y venden muñecos y agujas para practicar vudú sobre ellos.   Le sucedió a Claudio Coutinho en 1978, y murió ahogado en las playas de Ipanema poco después, a los 42 años de edad.

 

¡Y yo, que aún consideraba la posibilidad de desempeñarme como técnico!  Una cosa doy por segura: haría mejor papel que Suárez al frente de la Selección Nacional.  Pero no: pensándolo bien, mejor me quedo con mi piano y mi literatura.  Es una decisión que no me exime de padecer feroces agresiones –créanme–, pero jamás provocarán una pululante manifestación de insurrectos ad portas de mi casa, ni me forzarán a adquirir clandestinamente granadas de mano, bazucas o revólveres Smith Wesson con silenciador –los favoritos de “Harry el sucio”, personaje creado por mi queridísimo Clint Eastwood–.  Así que de vuelta al piano y a las palabras: la patria de mi espíritu, mi espacio de privilegio, mi templo gótico, mi jardín encantado, mi huerto en flor, los únicos mundos en los que me he sentido bello, y bueno, y fuerte, y por poco indoblegable.  Aún la muerte les tiene miedo.  Sé por qué lo digo.   

Comentarios


bottom of page