Deporte: magia, poesía y heroísmo
- Bernal Arce
- 11 abr
- 2 Min. de lectura
Así se amansa una barra iracunda
Jacques Sagot
¡Ah. el fútbol nunca deja de sorprenderme con su poesía, su magia y su heroísmo...! Pero no es de esto de lo que hablaremos hoy, sino de su faceta surrealista, bufona y grotesca.
En 1992, el Newell´s Old Boys, dirigido por Marcelo Bielsa (a quien ya conocían como “el loco”) fue apabullado 6-0 por el San Lorenzo de Almagro, en el contexto de la Copa Libertadores. Una horda de hinchas furibundos del equipo vapuleado cargó contra la residencia de Bielsa gritando, protestando, y armando camorra. Todo el repertorio de este tipo de coros, –que no son precisamente los Niños Cantores de Viena–: insultos, provocaciones, amenazas, rimas obscenas…
Cual no fue su sorpresa cuando, de pronto, “el loco” Bielsa salió de su casa blandiendo una granada de mano, presto a activarla jalando el arito, y profirió: “¡Manga de hincha pelotas: o se van, o se las tiro!” Era un verdadero Júpiter tonante: los ojos exorbitados, la pose estatuaria, el pelo una tempestad capilar surcada por relámpagos y torbellinos: épico al tiempo que aterrador… y grotesco también. Los revoltosos salieron despavoridos a la vista de aquel energúmeno que, a todas luces, no bromeaba con su amenaza de lanzarles la bomba. No contento con ello, Bielsa los persiguió, granada en mano, en bata de baño y pantuflas (la del pie derecho en el izquierdo y la del izquierdo en el derecho) a lo largo de dos o tres cuadras, hasta que los agresores se dispersaron aterrorizados. Jamás volvieron a sitiar la casa del técnico con cánticos ofensivos o manifestaciones de ninguna laya. Es un pedagogismo bastante radical, pero hemos de admitir que funciona.
No quiero con esto sugerirle pautas de conducta a algunos de nuestros técnicos, que serían más que capaces de ponerlas en práctica, ¡que Dios no lo permita! En Brasil queman por las calles efigies de los entrenadores impopulares, y venden muñecos y agujas para practicar vudú sobre ellos. Le sucedió a Claudio Coutinho en 1978, y murió ahogado en las playas de Ipanema poco después, a los 42 años de edad.
¡Y yo, que aún consideraba la posibilidad de desempeñarme como técnico! Una cosa doy por segura: haría mejor papel que Suárez al frente de la Selección Nacional. Pero no: pensándolo bien, mejor me quedo con mi piano y mi literatura. Es una decisión que no me exime de padecer feroces agresiones –créanme–, pero jamás provocarán una pululante manifestación de insurrectos ad portas de mi casa, ni me forzarán a adquirir clandestinamente granadas de mano, bazucas o revólveres Smith Wesson con silenciador –los favoritos de “Harry el sucio”, personaje creado por mi queridísimo Clint Eastwood–. Así que de vuelta al piano y a las palabras: la patria de mi espíritu, mi espacio de privilegio, mi templo gótico, mi jardín encantado, mi huerto en flor, los únicos mundos en los que me he sentido bello, y bueno, y fuerte, y por poco indoblegable. Aún la muerte les tiene miedo. Sé por qué lo digo.
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