La embriaguez del pensamiento
- Bernal Arce
- 23 may
- 2 Min. de lectura
Meditación en torno a mis zapatos
Jacques Sagot
Un tema modesto, una reflexión modesta, una prosa modesta, un sentir modesto... pero todo es verdadero.
Tengo solo dos pares de zapatos. El mismo diseño. De un tiempo acá uso el primero a guisa de pantuflas. Mis talones se apoyan sobre los contrafuertes vencidos. Son deliciosos. Suavecitos. Mis pies: hedonistas. Mi boca: asceta. Mis ojos: ciegos. Mi piel: pordiosera. Poetas son solo mis manos… a ratos. ¿Y quién filosofa? Mi sangre ha de ser. Creo en ella mucho más que en eso que llamamos "intelecto", fecundo en ardides.
¿Hay algo en el mundo más importante que los zapatos y la cama? Si no estamos en unos, estamos en la otra. Van Gogh transformó un par de rústicos zapatos en poesía pura. ¿Transformó? No: la descubrió. Ella siempre había estado ahí, esperando ser celebrada. “Las cosas me piden que las cante” –decía Neruda–. Ni crepúsculos, ni arco iris, ni cimas nevadas: la poesía elige a veces las cosas más humildes para anidar. Es que no está en el objeto, sino en el abordaje, en la aproximación cordial (del latín cor: corazón) que a él se hace.
El impenetrable filósofo Martin Heidegger urdió las más complejas parrafadas en torno a los zapatos de Van Gogh: eran el epítome de lo que él llamaba zuhanden: lo que está “a la mano”, aquello con lo que nos une un vínculo puramente utilitarista. ¡Pobre al tiempo que inmenso sabio: siempre fue poeta, pero solo se percató de ello al final de su vida! Sein und Zeit es, a su manera, un enorme, esotérico, críptico poema.
Me siento bien en mis zapatos. Ellos no razonan, no me juzgan, no me inculpan, no elevan al cielo patéticos reproches. Jamás me han regañado. Son incapaces de la menor impugnación. Están ahí, fieles y silenciosos. El amor, ¿no es acaso eso? Estar, simplemente estar con quien uno ama. El silente lenguaje de la presencia. Los veo al lado de mi cama. Sus suelas arrastran el polvo de tres continentes. Han sido testigos de mis más hondos dolores: los físicos como los espirituales. Nunca me desertaron.
Mis diversas renqueras los han deformado. Sus bordes se han erosionado, tal los más altivos farallones, según las mil cojeras que les he infligido. Leales como ningún amigo que la vida me haya deparado. Sosteniéndome, siempre sosteniéndome. Bien enraizados en la madre tierra, pero capaces también de sustraerse a su amoroso abrazo gravitatorio. Por poco diría que ríen. Viejos. Averiados. Irreparables. Enfermos. Heridos de muerte… y sin embargo sonríen.
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