Pornografía religiosa
Jacques Sagot
En nuestro país se le rinde culto a un pedazo de piedra volcánica vagamente antropomórfico que se llama La Virgen de los Ángeles. Este monigote fue declarado Santa Patrona de Costa Rica el 24 de setiembre de 1824. Su día es el 2 de agosto. Ya a fines del siglo XIX hordas de romeros peregrinaban desde los más alejados confines del país hasta la Basílica de Cartago, donde los curas exhibían el ídolo para efecto de las misas y festejos pertinentes.
Una vez dentro de la iglesia, hay romeros que se arrastran de rodillas hasta llegar ante la imagen de la Virgen, para pagar algún favor concedido, o pedir milagros e intercesiones divinas a favor de ellos. El espectáculo es grotesco y profundamente penoso. ¡Pobres rodillas, pobres rótulas, pobres meniscos, pobre cápsula articular, pobres ligamentos, pobre doble tendón cruzado! Soy hemofílico, y las hemartrosis de las rodillas (sangrados intra-articulares) me significaron probablemente los más agudos dolores físicos y los más tristes períodos de discapacidad de mi infancia y adolescencia. Todavía al día de hoy me siguen atormentando. No puedo evitar ver este soez desfile de arrodillados sin estremecerme. Ningún dios se complace ante el espectáculo de las carnes mortificadas. Si aceptamos la bella metáfora bíblica según la cual el cuerpo es el templo del Espíritu Santo, mal se comprende cómo torturándolo con tal saña podríamos halagar al Creador. Pero bueno, eso es problema de ellos.
Y en medio de aquella masacre de rodillas y piernas, gente que alza los brazos crispados hacia el firmamento, ojos en blanco, estertores, personas que hablan “en lenguas”, llanto diluvial, mesadura de cabellos, rasgarse de vestiduras, gimoteos, muecas, expresiones de arrobamiento extático, infinito… Hay varios términos para calificar este tipo de vesania colectiva y contagiosa: exhibicionismo, histeria, obscenidad, estallido de pulsiones sexuales reprimidas, sainete, aquelarre, Valpurgisnacht, demencia, chanfaina, oscurantismo, autoconcesividad, masoquismo, pseudo-misticismo, impudicia, y sí: pornografía religiosa. Es mucho más insidiosa y grotesca que la que nos proponen dos personas que copulan bestialmente frente a una cámara. En ambos casos estamos en presencia de actos sacrílegos: tanto la religión como la sexualidad son sagradas, más aún: específicamente sacramentales. Cuando se las degrada o reduce a meras caricaturas se profana algo de naturaleza divina, se toca a Dios con las manos sucias.
Es como el porterito nuestro, que dice poner un ángel guardián al lado de cada uno de los postes de su cabaña, jugar con una botella de agua bendita, cirios, cromos, estampas de todos los santos concebibles, rosario en mano, crucifijo en el pecho, tatuajes de diversas figuras bíblicas, incensario, rezo del Missale romanum entero antes de cada partido… pero luego maltrata, extorsiona y humilla a uno de sus asistentes, hombre humilde que tuvo el buen tino de grabar su acoso y hacerlo público. ¡Ah, un tartufillo futbolero y tropical: lo único que nos faltaba!
Hace algunos años, la romería corrió peligro de cancelarse, debido a la fiebre aviaria. Se acordó por fin que el peregrinaje tendría lugar, pero se les vetaría a los feligreses el acceso a la basílica, de modo que se redujese la proximidad entre los cuerpos y con ello disminuyera el riesgo de contagio. La gente entonces, se limitó a permanecer en la amplia explanada que se extiende frente a la iglesia. Era una turbamulta considerable. Y entonces, al obispo de la diócesis de Cartago se le ocurrió una idea que no tiene precio, como mostración de la estolidez humana en su más egregia forma. El venerable preste se encaramó con dos ayudantes en un helicóptero, y sobrevoló durante varias horas la masa de romeros. Desde una altura aproximada de doscientos metros, dejó colgar de una cadena a la Virgen, que se bamboleaba como macabro apéndice, cual el cadáver de un ahorcado, para el deslumbramiento de la feligresía. Por la puerta abierta del helicóptero se podía ver al obispo haciendo balancear a su marioneta, que colgaba unos tres metros por debajo del aparato. Al mismo tiempo, el valeroso y santo varón, bañaba a los parroquianos con agua bendita que salía de una regadera de plantas. Así que la muchedumbre se llevó una pequeña ducha y logró avistar a la distancia a su Virgen voladora. El helicóptero describió incontables círculos sobre la multitud, y ahí iba el ídolo, mecido por el viento y el movimiento de la nave, y el agua de la regadera, que caía aleatoriamente sobre las cabezas, a unas mojándolas más de la cuenta, a otras no alcanzándolas del todo. Fue una experiencia genuinamente surrealista. Vi aquel acto de vesania colectiva en la pantalla de mi televisor, pues es la costumbre que cada 2 de agosto la llegada de los romeros y la misa -esta vez omitida- sea transmitida en vivo.
Algunos años después descubrí la película La dolce vita, de Fellini (1960). Acaso el más bello film que he visto en mi vida, con Marcello Mastroianni, Anita Ekberg y Anouk Aimée, todos en su apogeo actoral y en el pináculo de su belleza física. Y resulta que el opus de Fellini comienza con una secuencia en la que un helicóptero transporta una estatua de Cristo que cuelga por la puerta, sobre un acueducto romano en las afueras de la ciudad eterna. Mastroianni sigue, en otro helicóptero, el vuelo de Cristo, pero se distrae cuando sobre la azotea de un edificio ve agitarse a un grupo de mujeres que estaban asoleándose en bikini. Esa mezcla de lo imaginario religioso y lo imaginario erótico que Fellini sabe manipular como nadie. Y en aquel instante me di cuenta de dónde había tomado el obispo de Cartago la idea de aquella escena de equilibrismo, paracaidismo, acrobacia aérea y aspersión multitudinaria del 2 de agosto. Se tomó sus riesgos, el santo varón: pudo haber desequilibrado el helicóptero y precipitarlo con todo y su virgen y su regadera sobre la multitud que abajo se agitaba, entre exultante y divertida.
Una visión que André Breton, Salvador Dalí, Luis Buñuel, y sin duda Fellini hubieran apreciado y atesorado. Bueno, y esas son las cosas que pasan en mi país. Folclor entreverado con tecnología, humor, rito, esperpento (en el sentido muy específico que Valle-Inclán le da a esta palabra), vaudeville, circo, kermesse, éxtasis dionisíaco, peligro, fe, devoción, cultura popular… ese cura y su regadera, con la virgen colgando cual un pendajo del helicóptero… ¡Ah, amigos y amigas: una imagen para la eternidad!
Creo en Dios con profunda convicción, y es justamente por eso que me indigna verlo sobajeado y charraleado de tan burdas maneras. Soy un hombre de fe, no un pornógrafo de la religión. El diálogo entre el hombre y su creador abre un espacio acotado de intimidad, sacralidad, poesía y misterio. Un paréntesis suspenso en el tiempo. Este sentimiento de unción y ternura es incompatible con la religión carnavalesca, innoble y bullanguera. La primera es el adagiode un cuarteto para cuerdas de Beethoven, la segunda un reguetón farfullado entre sandeces e inmundicias.
Comments