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La embriaguez del pensamiento

Foto del escritor: Bernal ArceBernal Arce

¿Locura, Imbecilidad, Vacuidad yoica?



Jacques Sagot





Han proliferado pandémicamente en Curridabat, camino a Heredia y, sobre todo, en el moderno “estado separatista” de Escazú, que se niega ya a considerarse parte del subdesarrollado país al que pertenece, y tiene veleidades autonomistas.  Son la nueva modalidad de las discotecas cool, branchées.  Mundo frecuentemente prestigiado por la visita de las vedettillas criollas, que a su vez son copia de las vedettillas mexicanas, que a su vez son copia de las vedettillas gringas.  Copia “al cubo”.  Los lugarejos tienen nombres en inglés… no sé, mentecateces como “Free Fall”, o “Ecstasy”, o “Let´s get dizzy”, o “Boom boom boom, let´s go back to my room”.

 

Parqueados afuera, BMWs, Mercedes, Yaris del año, hojalatas con turbo (muflas adaptadas para hacer ruido), llamas pintadas en los flancos, carrocerías llenas de calcomanías.  Adentro, guaro y humo.  Cócteles con nombres como “Orgasmo”, “Sexo en la playa” y la popular “Mamadita” (¡que impresionante numen lírico: descubro que Shakespeare era cualquier aficionadillo!)  ¿La música?   Todos los comistrajos del mundo.  De manera prominente el reggaeton y el rave (un constante, ensordecedor, implacable martilleo que por su nivel de decibeles ha probado ser altamente perjudicial para el sistema auditivo).  El estrépito es tal, que la comunicación deviene imposible.  La gente tiene que desollarse la garganta o expresarse por señas.  Son sitios, por consiguiente, diseñados para el consumo compulsivo, mas no para la comunicación.  Generan una especie de paradójica soledad compartida, de insularidad aglutinada –valga la aporía–.

 

El humo y el hacinamiento humano son tan espesos que a veces no se alcanza a ver a la persona que se tiene al lado.  Con semejante turbamulta apretada en estos recintos, ¿se ha puesto alguien a pensar en las medidas evacuativas en caso de incendio o de terremoto?  A la pestilencia del humo, del guaro, de los humores de toda suerte, se mezcla en curiosa inarmonía el artificial tufo de “Joop”, “Lacoste”, “Just me”, los menjunjes de esa enfermedad social llamada Paris Hilton, y el perfumillo subliminalmente llamado “Fcuk” (¡ah, sublime, ingeniosísimo, originalísimo anagrama!  ¿Qué inmortal poeta será responsable de este hallazgo fónico?)

 

Y luego la estricta inspección del código vestimentario: Lacoste, Armani, Givenchy, zapatitos de punta, chaqueta de cuero, jeans intravenosos para que las nalguitas (las de ellos como las de ellas) queden debidamente apretaditas, fajas anchas de hebilla gruesa (¡siempre el culto al falo!)  Y luego las t-shirts Tommy Hilgfiber, pantalones Billabong, zapatos Reebok, anteojos verdes Police.  Y si andan en tono deportivo, nada por debajo de Adidas, Polo y Nike.  Lo que buscan no es la elegancia –vestidos los hay mil veces más elegantes que serían rechazados ad portas–.  No, lo que buscan es el código distintivo, homogeneizado y pasteurizado, que los identifique como miembros de la tribu.  Vestido – gafete, vestido – carta de membresía, vestido – pertenencia a un clan, vestido – uniforme gregario, vestido – “necesito desesperadamente validación social”.

 

Mujeres tasajeadas por el bisturí del cirujano.  Glutinosos emplastos en los senos, en las nalgas, uñas de plástico moradas, argollas colgando de todo tejido perforable en el cuerpo (¿por qué no se usan a sí mismos como guardarropas?  ¡Imagínense ustedes todos los ganchos que ahí podrían guindar!)  Mujeres deformadas, destasadas como reses, exhibiendo a través de sus escotes desmesurados y de sus faldas brevísimas el resultado del diestro escalpelo del “lipoescultor” (perdón, señores, pero al David de Miguel Ángel no había que anestesiarlo y desangrarlo con cada golpe de cincel).  La mutilación del cuerpo…  El totalitarismo de la metonimia, del pars pro toto: ya no hay seres humanos integrales, sino glúteos, cuadritos abdominales de chocolate, bíceps, muslos, pectorales, boobies…  Como quien dice lomito, solomillo, costillar, cuadriles, morillo, rabo…  Pelos anaranjados, “góticos”, veteados, puntiagudos, calvas multicolores, tatuajes por doquier (la solitaria y narcisista práctica de los presidiarios), grescas internas y callejeras cuando el alcohol viene a coronar esta gran apoteosis de la estupidez… locura, locura, locura, el homo demens de Edgar Morin…

 

Y me reservo para el final lo peor: a pesar de la inspección de los guardianes del templo, siempre resulta posible infiltrar drogas a este tipo de chiribitiles.  Se consume marihuana, cocaína, pero, sobre todo, la peligrosa y adictiva éxtasis.  Y por supuesto, opiáceos galore.  Su mezcla con el alcohol puede ser fulminante.  ¿Por qué no se practican redadas y decomisos más frecuentes en estos chinchorros glorificados?  Porque la clientela pertenece a la casta intocable, porque ahí afuera están los Mercedes, Lamborghini y hasta algún ocasional Jaguar que hace que las autoridades se batan en retirada.  Sin embargo, ha habido tiroteos a la salida de estos lugares, y riñas con botellas de cuellos quebrados a guisa de armas.  Pero nada de eso importa: cuando se pertenece a la casta sagrada se puede jugar a John Wayne, John Travolta o Rambo sin que ello acarree ninguna consecuencia legal. 

 

¿Cómo sé todo esto?  Porque he tenido personas muy cercanas –cercanísimas– que me han trazado panoramas pormenorizados de lo que sucede en estos submundos.  Porque he tenido que ayudar a amigos a salir de la adicción que estas perfectamente lubricadas máquinas de la idiotización producen.  ¿Lugares de esparcimiento y socialización cool?… si, cómo no. 

 

¿Qué porcentaje de nuestra juventud va a descerebrarse en estas covachas todos los viernes y sábados por la noche? (la hora de cierre es generalmente las 2:30 a.m., pero la clientela puede quedarse ahí hasta la mañana si le place).   Muy alto sin duda, porque a los que suelen ir ritualmente –y los lugares no cesan de multiplicarse, como las torvas escobas de El aprendiz de brujo, de Paul Dukas– hay que añadir a los miles de miles que sueñan con entrar, que ven en ello algo así como el Valhala,  el monte Olimpo, el Axis Mundi, pero que no pueden hacerlo porque sus bolsillos los condenan a no ser admitidos en el Laberinto de Creta.  Jamás serán acogidos en el Jardín del Edén.  Son los porteros de la sociedad: resignados a quedarse siempre ad portas de sus fementidos paraísos.

 

Esa es, al día de hoy, nuestra situación.  Lobotomía prefrontal.  Supresión de la sinapsis neuronal.  Colapso de nuestras facultades intelectivas.  Muerte neurológica de una sociedad.  Podemos ignorarla, fingir indiferencia, pero la cuenta social e histórica nos va a llegar, y puedo garantizarles que va a ser onerosa.  Jóvenes de este alienado país que es el mío: yo no he hecho otra cosa que devolverles su propia imagen, si no les gusta lo que ven, no le disparen al espejo.  Lo he dicho y lo repito: el adocenamiento, la mediocridad, las aberraciones sociales, la monda y lironda estupidez son cosas que no dejaré nunca –quédeles a todos muy claro– de denunciar.  Es una de las razones por las cuales vine a la vida.

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