Aprendan a hablar, señores
Jacques Sagot
Ya la gente no ve. Ahora “referencia”. Es una más de las muchas genialidades lingüísticas que nos han legado los comentaristas deportivos. “El puntero izquierdo no referenció al centro delantero, que estaba mejor posicionado que él, e intentó sin éxito el remate a marco”. Podemos hacer este manierismo verbal extensivo a todas las áreas de la cultura. “¿Viste ya la última película de Martin Scorsese?” “No, fíjate que aún no la he referenciado”. “Referenciá a esa muchacha tan linda que viene caminando por la otra acera: es una verdadera diosa”. “La última vez que nos referenciamos no tuve la ocasión de mandarle saludos a tu familia, así que por favor envíales a todos un abrazo fraterno”. “El conductor del carro que iba a doblar hacia la izquierda no referenció el vehículo que lo estaba rayando, y esa fue la causa del choque”. Recuerden: para ser cool, ahora tienen que “referenciar”, no “ver”.
“El delantero recepcionó mal el balón, y este fue a perderse por la línea de fondo”. Otra gema de nuestros sapientísimos exégetas del fútbol. Así que los futbolistas ahora no reciben el balón: ¡lo “recepcionan”! De nuevo, podemos extrapolar la expresión a cualquier coyuntura social imaginable. “Hoy no puedo verte porque recepciono a unos amigos que vienen a cenar en casa”. “Sí, ya recepcioné el paquete de Amazon con el libro que había encomendado, muchas gracias”. “Después del concierto, recepcioné múltiples aplausos y vítores”. La nefasta adicción a los archisílabos: convertir “recibir” en “recepcionar”. ¡Cuánta pedantería y engolamiento!
“La Selección Nacional debe irse preparando para el recambio generacional”. Siguen nuestros grandes lingüistas improvisados enriqueciendo el idioma con archisílabos perfectamente innecesarios. Creen que con ello adoptan un tono más elegante, más sofisticado. Bueno, por fortuna la ignorancia viene acompañada de su propia anestesia. El ignorante no añora lo que ignora, precisamente por cuanto lo ignora. Para hablar de “recambio”, señores, tendría que haberse producido ya, recientemente, un cambio. En ese caso tendría sentido hablar de un “recambio”. ¿Pero cómo va alguien a hablar de “recambio” si se trata del primer cambio que se va a producir después de toda una generación que ha obsolescido? Eso es pura pedantería, una mezcla de polada con pachucada: es el idiolecto de los pachulos (híbridos a partes iguales de pachucos y polos).
Un diputado, egregio “padre de la patria”: “Tomar esa media política sería una forma de autosuicidio”. ¿“Autosuicidio”? ¿Es que hay acaso una manera de suicidarse que no sea “auto”? ¿Puede a uno “suicidarlo” alguien más? ¿Suicidio por interpósita mano? En el “autosuicidio” -presumo- el suicida se mata y luego una parte de él vuelve a asesinarse. ¿Cómo concebir, cómo conceptualizar, cómo visualizar esta enormidad? Digno del teatro del absurdo. De Ionesco, Beckett o Pirandello (sobre todo del primero). La verdad es que si conocieran a quien la profirió no les sorprendería en lo absoluto.
“El jugador con la playera número 10”: no, no, no, no. El término “playera” es un mexicanismo. Nosotros hablamos de “camiseta”. Créanme, el vocablo “playera” no les confiere mayor dignidad retórica a sus enunciados. Déjense de remilgos, melindres y amaneramientos. Llamen las cosas por sus nombres. Procuren la simplicidad, y no pretendan ser Ortega y Gasset o Bertrand Russell: ¡no les luce! Limítense a narrar y comentar lo que están viendo con las 500 palabritas que constituyen su acerbo léxico. Se los puedo asegurar: nadie enciende un televisor para oírlos a ustedes hablar. Lo que a la gente le interesa es el partido. Bájense de una vez de esa nube.
“La femenina accidentada murió debido a heridas incompatibles con la vida”. Esta es, realmente, una de las joyas de cualquier antología. Si fuese un objeto precioso, le asignaría un salón especial con varios cartelones explicativos. ¿De modo que hay “heridas incompatibles con la vida”? Infiero de ello que las hay que son perfectamente compatibles: una espinilla, un ataque de caspa, un rasguño superficial serían heridas “benévolas”, heridas “filantrópicas” y “respetuosas de la vida”. Por el contrario, una fractura craneal sería una herida mala, mala, mala, mala… ¿Se dan ustedes cuenta del esfuerzo mental que supone parir una perífrasis, una litotes como “herida incompatible con la vida”? ¡Miren que hay que tener una gran creatividad lingüística para dar a luz a semejante engendro! Hay que haber retorcido la sintaxis, vuelto al revés y al derecho todas las metáforas y metonimias del mundo, haber agotado las posibilidades semánticas del lenguaje para fraguar tal bestialidad. Era tan simple como decir: “la mujer accidentada falleció a causa de heridas mortales”. Pero tal parece que, a fin de evitar el menor asomo de muerte en el enunciado -como si esta fuese una obscenidad- la periodista ejecutó una inversión semántica, y concluyó que aquello que provoca la muerte solo puede ser “incompatible con la vida”. Otro tanto lo sería una puñalada, un balazo, un piano que cae sobre nuestra cabeza desde un décimo piso o acaso una indigestión con ciruelas pasa. ¡Cielo santo, qué prodigiosa inventiva lingüística, la de algunos de nuestros periodistas!
Seguiremos con esta antología de dislates: el tema es vasto y representa una verdadera antología de la cursilería, el rebuscamiento y la anti-retórica. Esto es apenas un aperitivo.
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