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La embriaguez del pensamiento

Actualizado: 25 jul 2023


Esos “derechos” que no son ni “humanos” ni “universales”


Jacques Sagot


El 8 de diciembre de 1948 Eleanor Roosevelt y René Cassin firman en París la Declaración Universal de los Derechos Humanos.  Al homo sapiens sapiens (el que sabe y sabe que sabe) le tomó 300 000 años entender que hay ciertas nociones –respeto, decencia, dignidad, paz, solidaridad– sin las cuales la convivencia es inconcebible.  Lo menos que podemos decir de este homo es que no es tan sapiens, y que mejor le vendría el calificativo de stupidus.  


Pero el problema es que los Derechos Humanos siguen siendo violados en el mundo entero, y que nuestra stupiditas no hace con ello sino reafirmarse como un rasgo psicológico, antropológico y biológico distintivo de la especie.


En Arabia Saudita la homosexualidad es castigada con la pena de muerte.  La sodomía (aun cuando consensual y practicada entre hombre y mujer dentro del sagrado ámbito conyugal) es castigada con la pena de muerte.  La herejía (hablar contra Dios) es castigada con la pena de muerte. El adulterio es castigado con la pena de muerte.  La apostasía (el cambio de religión) es castigada con la pena de muerte.  Es decir, que en Arabia Saudita no existe el derecho a la libertad de credo, el derecho a la libertad de expresión, el derecho a la libertad sexual, el derecho a la intimidad de pareja.  Es un país engrilletado a los severísimos diktats del Estado teocrático.


Pero vámonos a los Estados Unidos, “the most powerful nation in the world”, según la imperecedera fanfarronada de aquel tipejo que usurpó el poder en 2001, y se jactaba de no haber leído más que un libro en su vida: Tom Sawyer.  Resulta que en esta por demás noble nación, los empleados de Walmart y de McDonald´s no tienen derecho a sindicalizarse.  ¿Cuántos empleados creen ustedes que tiene Walmart en el mundo entero?  Se los diré: 2,3 millones.  Es el empleador más grande del mundo, con una ganancia de casi medio trillón de dólares anuales. 


¿Y McDonald´s?  Tiene 1,7 millones de empleados que “alimentan” diariamente a 48 millones de clientes.  Ningún empleado de estas tentaculares megacorporaciones tiene derecho al menor aleteo sindical. Los que en ello persistieran serían etiquetados como “troublemakers” (creadores de problemas), sus nombres irían a dar a una base de datos, y una vez estigmatizados no podrían trabajar en ninguna empresa que practique políticas de esta estofa.  Los pobres quedan aniquilados laboralmente, reducidos a la nada.  Estas firmas violan el derecho a la libre asociación.  Es un derecho fundamental, está clarísimamente explicitado en la Declaración Universal: es uno de sus pilares éticos.  Pero ¿qué autoridad, que instancia de poder, qué corte de justicia podría cuestionar a semejantes generadores de capital?  Y así, se permiten hacer lo que les da la gana con sus trabajadores.  La verdad es que los Estados Unidos son “a law unto themselves”, no son heterónomos (dícese de quienes respetan las leyes estipuladas por la comunidad mundial) sino autónomos: solo obedecen sus propias leyes, solo ellos existen en el planeta, solo ellos pueden brincarse con garrocha el Acuerdo de París, el protocolo de Kyoto, las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, las disposiciones de la UNESCO, solo ellos decretan embargos y sanciones sobre naciones ajenas a su esfera de poder, se pasan la vida amenazando al mundo entero, son los bullies de la comunidad mundial… hacen lo que les da la gana, irrespetan los tratados cuando se les antoja, pasan por encima de todo lo que les estorbe, sin consideración ninguna con el resto del planeta, que suelen no conocer: recuerden cuando el vicepresidente Dan Quayle, declaró –generando la hilaridad planetaria– que él no visitaba Latinoamérica porque no sabía hablar latín.  Fue el hazmerreír de la Vía Láctea.


¿Y Costa Rica?  Nuestro sistema penitenciario es una vergüenza para la especie humana.  Todos los derechos son violados en las hacinadas, sobrepobladas, pestilentes, infrahumanas cárceles de nuestro país.  La forma en que los presidiarios (no me da la gana usar la ridícula perífrasis “privados de libertad”) son amontonados en espacios sofocantes, invivibles, promiscuos y propiciadores de violaciones y toda suerte de abusos, puede perfectamente calificar como una forma de tortura.  Así que en Costa Rica, a nuestra taimadita, disimuladita manera, se practica la tortura.


Consideremos otra aberración social.  Los ciclos lectivos de nuestros escolares fueron estructurados de manera tal que las vacaciones coincidieran con las colectas de café.  En tiempos idos, está actividad pudo haber sido una buena forma de integrar a la familia, y de hacer a todos sus miembros partícipes de la economía nacional.  Pero resulta, amigos, que el trabajo infantil está prohibidísimo por la Declaración Universal de los Derechos Humanos.  Prohibidísimo, sí, y tanto más por cuanto representó en el pasado (inicios de la Revolución Industrial) y representa hoy en China una forma de esclavitud, de explotación inmisericorde del niño como fuerza productiva.  Es cosa que documentó –entre otros autores señeros– Charles Dickens, en sus novelas Oliver Twist y David Copperfield.  Así que en ese punto estamos también violando, y de manera gravísima, los Derechos Humanos.


Alguna vez señalé que el problema con la Declaración Universal de los Derechos Humanos es que, en este momento puntual de la historia, no sabemos qué es “universal”, ni “derecho”, ni “humano”.  Y en efecto, la definición de “ser humano” es más que nunca incierta: ¿una esencia (Platón)?  ¿Sustancia animada por la forma (Aristóteles)?  ¿Un hijo de Dios destinado a la bienaventuranza eterna (el cristianismo)?  ¿Una “naturaleza” (Montaigne)?  ¿Un mono evolucionado (Darwin)?  ¿Un mero juguete en manos de la incoercible Voluntad (Schopenhauer)?  ¿Un ser transitorio destinado a evolucionar hacia el Übermensch (Nietzsche)?  ¿El Geist de la historia cobrando conciencia de sí mismo (Hegel)?  ¿Un pobre bicho que se creía orgullosamente racional por el mero hecho de ser capaz de resolver ecuaciones de segundo grado, pero que es traído y llevado por la subterránea correntada del subconsciente (Freud)?  ¿Una “condición” (Malraux)?  ¿Una “existencia” (Sartre)?  ¿Un constructo cultural perfectamente susceptible de deconstrucción (algunos de los pensadores posmodernos)?  ¿La única especie animal en la que los machos matan a las hembras? (Franҫoise Héritier?)  Debatiéndonos en medio de tales arenas movedizas conceptuales, ¿quién podría ser tan ingenuo de proponer una Declaración Universal de los Derechos Humanos?


Y no hablemos del desprestigio y la bien ganada desconfianza a la que la noción de “universalidad” se hizo acreedora, después de haber sido enarbolada para justificar los peores genocidios, las guerras, los saqueos, los imperialismos más abyectos de que se tiene memoria.  Me parece que aquí falta un pensador o pensadora de la síntesis, alguien que aclare y posibilite una decantación de todas estas definiciones, propuestas o meras especulaciones.  Tal es la razón que llevó a los grandes intelectuales de la créolité (Patrick Chamoiseau, Raphaël Confiant, Jean Bernabé) a postular la noción de “diversalidad”: la unitas multiplex, la unidad dentro de la multiplicidad.  Era una manera de impugnar el “universalismo” que justificó y promovió los genocidios y horrores que vengo de mencionar.  Es el elogio de la diversidad cultural, opuesta a la monocultura global, y a la homogeneización cultural del mundo.


Pero el hecho es que mientras nuestros intelectuales continúan gargarizándose con sus primorosos postulados teóricos, el ser humano sigue siendo masacrado, violado, explotado, pisoteado por doquier.  Y eso incluye –make no mistake!– a la “Suiza Centroamericana”.  Soy radical: nadie en el mundo tiene derecho a ser feliz y arrellanarse plácidamente en su sofá favorito a ver telebasura –o lo que sea– mientras en el mundo quede un esclavo, un torturado, un niño hambriento, una mujer violada, un trabajador que se desloma por una misérrima paga, etnias segregadas, patrimonios destruidos, bombas que estallan en escuelas, y hospitales…   En 18 de los 50 estados de la Unión la pena de muerte está aún vigente, ¡y qué delicioso menú nos proponen para ello los gringuitos: inyección letal, la horca, la silla eléctrica, la cámara de gas, el paredón de fusilamiento!  A vous de choisir! 


¿Derechos humanos?  ¡No me hagan reír: no merecemos aún siquiera soñar con esa noción!  Tal vez en los próximos cinco mil años, tal vez, tal vez…


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