La embriaguez del pensamiento
- Bernal Arce
- 15 jun 2024
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 16 jun 2024
OCHO ROSTROS DEL AMOR
Jacques Sagot
Johnny Weissmüller es tocado por al ala de la muerte cuando queda poliomielítico, durante su temprana infancia. Le prescriben practicar la natación, a modo de terapia para no quedar el resto de su vida confinado a las muletas. Llegó a ganar 52 campeonatos de natación de los Estados Unidos, 5 medallas de oro en los juegos olímpicos de París 1924 y Amsterdam 1928, y estableció 67 plusmarcas. Se retiró invicto. Su imponente físico y su carisma hicieron de él el Tarzán por antonomasia en la historia del cine.
Garrincha, también poliomielítico, con la columna vertebral en forme de signo de interrogación, la pierna izquierda 5 centímetros más corta que la derecha, las rodillas dobladas ambas hacia la izquierda, habiendo nacido con pie equino, llegó a ganar dos campeonatos mundiales para Brasil, y es todavía, al día de hoy, considerado el mejor puntero derecho de todos los tiempos.
Liliam Thuram, oriundo de la Guadalupe, nació con un discapacitante problema de la rodilla derecha, que hizo al médico augurarle la silla de ruedas vitalicia. En 1998 ganaba con la Selección Francesa el Campeonato Mundial, y le anotaba a Croacia dos goles en la semifinal.
El “brujo de Riga”, el letón Mijaíl Tahl, padecía de trastorno por déficit atencional: los médicos consideraron que no sería siquiera capaz de ir más allá de la escuela primaria. En 1959 ganaba el campeonato mundial de ajedrez, apabullando a Mijaíl Botvinik por marcador de 12 – 8. ¿Puede concebirse limitación más atroz para un ajedrecista que el déficit atencional? ¡Es un deporte en el que todo depende de la capacidad de concentración focal, puntualísima de los jugadores!
Renoir, casi completamente paralizado, pinta mientras, a la izquierda, el servicial Jean Cocteau le sostiene el cigarro y, a la derecha, su hijo Claude le pone los pinceles en la mano (la imagen está captada en una película de la época).
Frederick Delius, compositor inglés, nacido el mismo año que Debussy y, como él, impresionista, le dicta, ciego e inmovilizado por las secuelas de una sífilis terciaria, su música a Fenby, alumno y colaborador hasta el día de su muerte.
Beethoven, por su parte, no solo persiste en componer después de la sordera: ¡cuánto más sordo se va quedando mejor es su música! (Los últimos cinco cuartetos y sonatas, la Misa Solemne y la Novena Sinfonía… ¡Un sordo que oía el Infinito!)
Evgen Bacnav, fotógrafo ciego, “compone”, con sus asistentes, las configuraciones materiales que luego pone ante la lente. Fotografía conceptual y onírica. Visiones ejecutadas mentalmente. Un artista que nos hace preguntarnos quién es el verdadero ciego, ¿él o nosotros? Por cierto que estuvo en Costa Rica, y tomó una foto alegórica de nuestro país en la que se ve a una mujer con sendos baldes rebosantes de agua a guisa de océanos. Costa Rica mujer… bella concepción.
Evoco a estos gigantes y me da casi vergüenza pensar en todo lo que en mi vida he juzgado alguna vez obstáculo. Y trato de ver cuál es su rasgo común.
¿Voluntad? Sin duda. Esa que le permitió a Beethoven, según sus propias palabras, “agarrar al destino y torcerle el pescuezo”. Convocar los músculos del alma. Pero la voluntad no basta.
¿Pasión? Sí, de esa en que le va a uno el ser mismo. Esa que es un estigma más que una elección, en suma, otro nombre para la vida. Sin embargo, la pasión tampoco es suficiente.
¿Gozo? Por supuesto; el más grande que sea dable imaginar: el de crear, el de enriquecer la realidad con algo que antes no existía y proyectar en ello nuestra subjetividad. Pero el gozo tampoco me parece bastar.
Y examinando los cuatro casos concluyo: es el amor. El sentido profundo de una predestinación, de una misión inclaudicabe. Saber que vinimos a cumplirla, porque de ella derivarán los hombres las más puras de sus alegrías. Sin amor por lo que uno hace, la vida es un cortejo fúnebre. Levantarse todas las mañanas del mundo a trabajar en un escritorio ajeno, para una empresa ajena, en un sistema ajeno, para un mundo ajeno… Un grillete prendido del pescuezo. Pero si amamos lo que hacemos, no hay fuerza adversa que nos vaya a detener. Amor por la propia obra. Amor por la vida. Amor por el ser humano.
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