Deporte: magia, poesía y heroísmo
- Bernal Arce

- 15 ago
- 4 Min. de lectura
¡Esto puede salírsenos de las manos!
Jacques Sagot
Detección temprana: el factor clave para detener la enfermedad. En el cuerpo humano y en el cuerpo social. Las sociedades se enferman, sí. Patologías colectivas que degeneran en dolencias terminales y marejadas de dolor.
Es perturbador, lo que he estado viendo en la CONCACAF en el lapso de los últimos diez años. Un proceso “encanfinado” por plumas imprudentes y los energúmenos que encienden el cerillo en la habitación llena de gas. La consolidación de “binomios del odio”, “grandes rivalidades”, “bestias negras”, antagonismos que desbordan su espacio legítimo –la cancha– para devenir xenofobia, racismo, supremacismo, belicosidad… toda la basura de que el ser humano es capaz, y que ha anegado la historia en pena inmensurable. ¿Qué es el ser humano? Lo que haga de sí mismo, y del prójimo.
¿Cuántos casorios infernales tenemos ya en la CONCACAF? México - Estados Unidos, México - El Salvador, México - Honduras, Honduras - El Salvador, Costa Rica - Honduras, Costa Rica - Estados Unidos, Costa Rica - México. Veo venir los binomios Panamá - México y Panamá - Estados Unidos. Ya no son “clásicos”: son colisiones en las que los pueblos proyectan su malestar, y asesinan a su contrincante con ese misil simbólico que es el gol. Mientras no pasemos de ahí… pero del juego –el ludus– al odio entre las naciones hay una tenue línea demarcatoria que urge no violar.
En 2009 la afición salvadoreña recibió a México con mascarillas. El rival salía de una crisis sanitaria que había diezmado comunidades. ¿Se dan cuenta de la crueldad, la malignidad del gesto? Cuando debíamos tender una mano solidaria, utilizamos el fútbol para humillar a un país moralmente lesionado. Y que la amnesia –activada automáticamente para borrar lo que nos urtica– no nos lleve a olvidar la “guerra del futbol”, detonada en 1969 por un malhadado partido Honduras-El Salvador. Resultado: 6 000 muertos. Cada minuto que El Salvador jugó en el mundial 1970 costó 18 vidas. Por lo demás, terminó en último lugar y no anotó un solo gol. El Mercado Común Centroamericano quedó hecho escombros, y los militares se adueñaron del poder durante décadas en ambos países.
Los costarricenses han generado y alimentado, de manera sistemática, morbosa y perversa, el odio y resentimiento que suscitó el partido de fútbol contra los Estados Unidos, jugado en Denver, Colorado, bajo la nieve, con derrota de nuestro equipo por 1-0. Aconteció el 22 de marzo de 2013. Tenemos doce años de vivir con sangre en el ojo, odiando a los estadounidenses, e intentando masacrarlos cada vez que jugamos contra ellos. ¡Qué lloradera, señores, cuántas quejumbres, qué falta de dignidad, qué inveterada vocación para hacernos los mártires y encarnar el papel de víctimas desfavorecidas por la justicia! Jugar bajo la nieve no es cosa rara en el mundo. Durante el Campeonato 1974 Alemania y Polonia tuvieron que decidir una semifinal en un campo completamente anegado por la lluvia. Ganó Alemania por 1-0. Nadie vio a los polacos mesarse los cabellos, rasgarse las vestiduras o gimotear durante décadas enteras por esta infortunada coyuntura meteorológica. Como bien lo dijo Jürgen Klinsmann en su momento, él no es Dios, y no decidió que esa tarde la nieve cayera sobre la ciudad de Denver. Pero ahí seguimos nosotros, cobrándoles a los estadounidenses ese revés… es cosa que deberíamos haber digerido y aceptado hace muchísimo tiempo. La verdad es que nos gusta alimentar esos odios: los saboreamos, los regurgitamos y volvemos a ingerir… es una práctica absolutamente antihigiénica para el espíritu.
Otra inquina de toda una vida: la selección de México, nuestro eterno verdugo en la vasta mayoría de las eliminatorias mundialistas y torneos de la CONCACAF. Es con bochorno y congoja terrible que recuerdo la vez en que, siendo yo embajador ante la UNESCO, me tocó acompañar a mi homólogo mexicano a un partido en el Estadio Nacional, donde se enfrentaban las selecciones de México y Costa Rica. Cuando el público empezó a improvisar los más inimaginables y perversos denuestos contra los jugadores aztecas, yo me prodigué en todo tipo de disculpas para con mi colega, asegurándole, una y mil veces, que aquella avalancha de vejaciones incalificables no era representantiva del sentir costarricense con respecto a la noble nación del norte. Yo no sabía si sonreir, si llorar, si esconderme, y no recuerdo cuántas veces le rogué a la tierra que me tragase. El pobre hombre escuchó todo aquel despliegue de odio y porquerías dirigidas a su nación, y con extraordinario aplomo me repetía una y otra vez que así eran las cosas en todo el mundo, y que no había razón alguna para preocuparse. Pero no: así no son las cosas "en todo el mundo": he visto fútbol en cuatro continentes y en ningún lugar he escuchado cosas tan aberrantes y abyectas como las que esa noche el populacho xenofóbico le espetó a nuestros hermanos mexicanos. Fue uno de los trances más crueles y sonrojantes de mi vida.
El fútbol de la CONCACAF se ha llenado de ese tipo de rencores, de enconos, de aborrecimientos. El odio se ha convertido en un ingrediente constitutivo de nuestra vivencia del fútbol: jugamos por, para y desde el odio. Esto perjudica nuestro rendimiento deportivo, pero lo que es muchísima más grave: emponzoña nuestras almas, llena nuestro espíritu de toxinas y nos lleva a asumir posiciones supremacistas harto peligrosas.
Después de la nevada en Denver, un enjambre de forajidos recibió a los Estados Unidos en nuestro aeropuerto con escupitajos verbales: “caras de…”, “hijos de…” y el infaltable “maricones”. Bombardeo de huevos contra el bus. Lo vio el mundo entero. Es la imagen que el planeta tiene ahora de nosotros. ¿Un partido que moviliza 500 policías, bomberos, ambulancias, perros detectores de drogas y explosivos, oficiales a caballo y en moto? ¿El desembarco en Normandía? ¿El sitio de Leningrado? ¿La batalla de las Termópilas? ¡Por favor: basta ya de grandilocuencias!
En el deporte es lícito hablar de revancha, no de venganza: el término tiene un peso ético muy grave. No alimentemos el odio: el monstruo tragará todo lo que le demos, y puede salírsenos de las manos. No olvidemos que el fútbol es una guerra “civilizada”, normada, pautada, autocontenida y rigurosamente lúdica, simbólica. ¿Cuál es el propósito último del deporte? La paz. Tres simples letras. Esas que nos definen como nación. Nuestro verdadero nombre.






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