Deporte: magia, poesía y heroísmo
- Bernal Arce
- hace 57 minutos
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El suplicio del titán
Jacques Sagot
Evoco hoy a una de las más potentes puntas de lanza, proas rompe hielos, matadores de la historia del fútbol.
Nombre contundente, percusivo: Batistuta. Solo un goleador podría llamarse así. El mejor ariete argentino de los últimos 30 años, junto a Tevez, a quien un testarudo Sabella privó del mundial 2014… ¡cuánta falta le hizo, en la final contra Alemania, con una delantera que ese día decidió tomarse vacaciones! ¿Messi? Otro espécimen de jugador. Batistuta era un hombre para los últimos quince metros del terreno.
Fue en las copas América 1991 y 1993 –la Albiceleste no ganó ningún torneo de envergadura hasta el campeonato mundial Catar 2022– donde ese nombre tetrasilábico, pétreo, lajado, comenzó a sonar por todas partes: Ba-tis-tu-ta, con sus cuatro tes, sus cuatro tiempos: corro, recibo, apunto, y descargo la bazuca. En el mundial 1994, tripleta contra Grecia. Nueva tripleta contra Jamaica en 1998. Un gol en 2002 (cabezazo contra Nigeria: para estupor general, Argentina, bajo la torpe dirección de Marcelo Bielsa, cayó en la fase de grupos). Con 56 tantos, el máximo anotador mundialista de su selección, hasta la llegada de Lionel Messi.
Uno termina por imaginar a estas figuras como seres sobrehumanos, dibujos animados, criaturas invulnerables, al lado de Batman, Spiderman o Superman. Pero, ¡ay!, nada podría ser tan falso. Son eminentemente humanos. Acaso más frágiles y doblegables que cualquiera de nosotros.
Días después de su retiro, en 2005, “Batigol”descubrió, de la noche a la mañana, que no podía caminar: ¡no hablemos de patear una pelota! Le dolían atrozmente, esos tobillos que alguna vez fueran mazas de demolición. Incapaz siquiera de sostener su cuerpo de gigante. Lo atormentaban aun sentado, o en medio del sueño: un dolor ubicuo, tenaz, insidioso. No tenía cartílagos, meniscos ni tendones. Todo había quedado pulverizado, en las canchas. Al ponerse de pie,los huesos entrechocaban uno contra el otro, sin almohadilla, sin amortiguación. ¿La rehabilitación? Inútil. Ponerle músculos a aquellas piernas era como adaptarle el motor de un Ferrari a un carro que rodaba sobre los aros, sin neumáticos, sin “compensación”. Cada paso, una tortura. ¿Cada paso? ¡Cada inhalación, cada pensamiento, cada instante del vivir!
Teniendo el baño a tres metros de distancia, se orinaba en la cama: tal era el dolor que el menor desplazamiento le generaba. Desesperado, le imploró al médico: “cortame las piernas, dejame como Pistorius: no soporto ya este dolor”. Le llenaron el tobillo derecho de tornillos.
El fútbol es un deporte terriblemente demandante, que genera un alto grado de desgaste físico, sobre todo para los jugadores técnicos y veloces, que constantemente son objeto de las más cruentas faltas. Grandes figuras vieron sus carreras acortadas o disminuidas por las lesiones: Ronaldo Nazario de Lima Souza, Marco van Basten, Zico, Luigi Riva, Radamel Falcao, David Villa, Fernando Redondo, Just Fontaine, Rummenigge, Carlos Puyol, ZéSérgio… la lista es larga y triste, muy triste. En teoría el fútbol no es un deporte de contacto, pero en la praxis sí lo es, de manera inevitable, fatal. Los sistemas de marcaje férreos y la disputa de los balones divididos generan incontables fricciones entre los jugadores, algunas de ellas extremadamente lesivas.
¡Son tantos, los atletas que atraviesan este tránsito de fuego! ¡Los conozco por docenas! ¡Esas vidas, que asumimos glamorosas y objeto de envidia, están llenas de dolor! Gladiadores que dejan en el terreno sus piernas, su sangre,sus huesos. Ese es mi tipo de futbolista. ¡Suerte, Bati: te haremos erguirte nuevamente, a punta de amor y gratitud!