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Deporte: magia, poesía y heroísmo

Actualizado: 9 sept 2023


Así nació el penal

Jacques Sagot


Para aquellos a quienes les gusta tener a mano las fechas oficiales de los hitos futbolísticos, les diré que el penal fue inventado por el portero -¡colmo de la ironía!- y empresario William McCrum en 1890, en Milford, Irlanda del Norte. La nueva regla fue adoptada sin reservas, y el primer penal fue cobrado por John Heath, del Wolverhampton Wanderers, en partido contra el Accrington, en el estadio Molineux, el 14 de setiembre de 1891.


Durante muchos años, el penal fue considerado un gol “deshonorable”, “desprovisto de mérito”, por lo que los delanteros lo fallaban deliberadamente, o los porteros se abstenían del menor esfuerzo por detenerlo. Como diría Corneille, “vencer sin peligro es vencer sin gloria”. ¡Tal no es ciertamente el caso, en nuestros días!


El cobro del penal propone un duelo psicológico entre el cobrador y el portero donde, en principio, este lleva ventaja, toda vez que la gente asume -erróneamente- que cualquier parada será absolutamente heroica, y cualquier yerro imperdonable. Para un portero, es una no-losing situation, para el cobrador, potencial ocasión de descrédito y repudio masivo. Si el guardameta lo detiene, será proclamado prócer de la patria, si no, pues era lo natural: después de todo, el arco mide 7,32 metros de ancho y 2,44 de alto: ¡descomunal superficie! Pregúntenle al jugador que va cobrar la falta, si ese marco se ve realmente tan grande, cuando se tiene delante a un gigante como el portero holandés Edwin Van der Sar.


El cobrador dispara desde el punto penal (11 metros de distancia hasta la línea de portería), y el arquero no debe adelantarse “al achique” antes de que el ejecutor entre en contacto con la bola (una de las transgresiones más frecuentes en todas las ligas del mundo). Es el carácter puntual, absolutamente focal e instantáneo del cobro, el que lo torna dramático. El penal es, en rigor, una jugada “no corregible”: por impactada la bola, el destino del cobro está sellado. Un punto de contacto -cuestión de microsegundos- y no hay ya nada que hacer. Todo se juega en ese instante, en ese golpe, en ese disparo. Un delantero que, en pleno juego, queda mano a mano con el portero, puede corregir una finta deficientemente ejecutada, rematar un rechace inicial del portero para rubricar el gol, optar por pasar el balón a un compañero… Es una instancia que permite, en principio, varias posibles continuaciones y enmiendas. En el penal, por golpeado el balón, no queda ya nada que hacer (por lo menos en los penales eliminatorios, que en el caso del penal ejecutado en tiempo reglamentario, los jugadores pueden invadir el área después de que el portero rechace la pelota, sea para auxiliarlo o para rematarlo).


En este duelo psicológico, el timing juega un papel fundamental. Ambos jugadores intentarán “leerse” uno al otro: por poco, un fenómeno parapsicológico. Amén de potencia y colocación -se puede sacrificar una por la otra, o aunarlas- el cobrador frecuentemente esperará a que el portero se juegue un lado, para fusilarlo por el otro. Pero ese movimiento del arquero puede ser corregido sobre la marcha -podría tratarse, a su manera, de una finta-, y además, el tiempo que mediará entre la visible basculación del portero y el disparo será mínimo: el cobrador deberá tomar la decisión en cuestión de nanosegundos. Por fin, puede suceder que el portero no anuncie movimiento alguno, y solo opte por lanzarse después del disparo, con lo cual el cobrador no podrá adelantarse a su reacción.


En realidad, aunque el penal se reduce a un solo impacto, como duelo comienza mucho antes del disparo: desde el momento mismo en que el cobrador pone el balón en el punto de ejecución y toma distancia, ambos rivales se abocan a un prodigioso ejercicio hermenéutico: sus respectivos cuerpos devienen en textos: todo es signo, todo debe ser leído y descifrado… y todo puede ser impostura. El bluff del póker, el -en apariencia- inocuo gesto del jugador de ajedrez, que se rasca la cabeza antes de ejecutar la jugada ultimadora… Todo es señal, y demanda ser interpretado, des-codificado.


El fútbol no tiene, por su dramatismo y carácter de duelo individual, una jugada más crispante y llena de suspense que el penal. Es uno de los grandes momentos que nos depara este hermoso e inherentemente épico deporte. ¡Hay que aprender a disfrutarlo!

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