Deporte: magia, poesía y heroísmo
- Bernal Arce
- hace 7 días
- 2 Min. de lectura
El suplicio del titán
Jacques Sagot
Hoy, una historia de dolor, de esas que solemos no sospechar en las vidas de aquellos deportistas que asumen una dimensión por poco sobrehumana en nuestras imaginaciones.
Nombre contundente, percusivo: Batistuta. Solo un goleador podría llamarse así. El mejor ariete argentino de los últimos 20 años, junto a Tevez, a quien un testarudo Sabella privó del mundial 2014… ¡cuánta falta le hizo, en la final, con una delantera que ese día decidió tomarse vacaciones! ¿Messi? Otro espécimen de jugador. Batistuta era un hombre para los últimos quince metros del terreno.
Fue en las copas América 1991 y 1993 -la Albiceleste no ha ganado ningún torneo de envergadura desde entonces- donde ese nombre tetrasilábico, pétreo, lajado, comenzó a sonar por todas partes: Ba-tis-tu-ta, con sus cuatro tes, sus cuatro tiempos: corro, recibo, apunto, y descargo la bazuca. En el mundial 1994, tripleta contra Grecia. Nueva tripleta contra Jamaica en 1998. Un gol en 2002 (cabezazo contra Nigeria: para estupor general, Argentina cayó en la fase de grupos). El máximo anotador mundialista de su selección.
Uno termina por imaginar a estas figuras como seres sobrehumanos, dibujos animados, criaturas invulnerables, al lado de Batman, Flash o Superman. Pero, ¡ay!, nada podría ser tan falso. Son eminentemente humanos. Acaso más frágiles y doblegables que cualquiera de nosotros.
Días después de su retiro, en 2005, Batigol descubrió, de la noche a la mañana, que no podía caminar: ¡no hablemos de patear una pelota! Le dolían atrozmente, esos tobillos que alguna vez fueran mazas de demolición. Incapaz siquiera de sostener su cuerpo de gigante. Lo atormentaban aún sentado, en medio del sueño: un dolor ubicuo, tenaz, insidioso. No tenía cartílagos ni tendones. Todo había quedado pulverizado, en las canchas. Al ponerse de pie, los huesos entrechocaban uno contra el otro, sin almohadilla, sin amortiguación. ¿La rehabilitación? Inútil. Ponerle músculos a aquellas piernas era como adaptarle el motor de un Ferrari a un carro que rodaba sobre los aros, sin neumáticos, sin “compensación”. Cada paso, una tortura. ¿Cada paso? ¡Cada inhalación, cada pensamiento, cada instante del vivir!
Teniendo el baño a tres metros de distancia, se orinaba en la cama: tal era el dolor que el menor desplazamiento generaba. Desesperado, le imploró al médico: “cortame las piernas, dejame como Pistorius: no soporto ya este dolor”. Le llenaron el tobillo derecho de tornillos.
¡Son tantos, los atletas que atraviesan este tránsito de fuego! ¡Los conozco por docenas! ¡Esas vidas, que asumimos glamorosas y objeto de envidia, están llenas de dolor! Gladiadores que dejan en el terreno sus piernas, su sangre, sus huesos. Ese es mi tipo de futbolista. ¡Suerte, Bati: te haremos erguirte nuevamente, a punta de amor y gratitud!
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