Jacques Sagot
Con frecuencia he fantaseado “fantasmé” –dirían los franceses: su término me parece más correcto– con un fútbol que fuese decidido según criterios estéticos. O más bien, que la dimensión estética del juego fuese uno de los parámetros con que se determinase quién gana y quién pierde. No sería el único, pero tendría un lugar y un peso específico en la decisión final.
En octubre de 2014 vi uno de los cinco, quizás diez goles más bellos de que guardo memoria. Desgraciadamente, fue anotado en un partido poco atractivo desde el punto de vista mediático: el Tottenham Hotspur y el Asteros de Trípoli se enfrentan en el contexto de la Europa League. Va ganando el equipo inglés por 1-0: ¡el resultado final –goleada 5-1 a favor de los británicos– no está todavía ni mucho menos asegurado! El joven mediapunta zurdo Erick Lamela, argentino formado en el River Plate, proveniente del AS Roma, e integrante del cuadro inglés desde 2012, recibe un balón deficientemente despejado por la defensa rival. Y sucede… pues uno de esos desplantes futbolísticos de los que cabría decir: “¡Qué locura, Cyrano!” “¡Sí, pero qué gesto!” (Bergerac enfrentando solo a cinco letales espadachines). Cuando todo el mundo esperaba un disparo de derecha, Lamela se saca de la manga una “rabona”: pasa la pierna izquierda por debajo de su compañera, y deja salir un obús absolutamente insólito. Todo lo arriesgó, Lamela –inclusive una lesión muscular– para regalarnos este poema futbolístico.
El disparo tiene: 1- potencia, 2- efecto, 3- colocación (entra a media altura, rozando el paral de mano izquierda del atónito portero). Añadamos a tales virtudes que fue proyectado desde fuera del área. Hay que verlo para creerlo. En el momento en que escribo esto, no sé si la FIFA habrá votado la anotación como mejor gol del año (premio Puskás). Lo sería, a decir verdad, de cualquier año, cualquier liga, cualquier división, y cualquier planeta. La jugada en cuestión no era ajena a Lamela: ya la había practicado varias veces con el River Plate, sin jamás ejecutarla con semejante panache. De nuevo: el marcador estaba lejos de permitir lujos de tal jaez. Es justamente lo que hace el gol ejemplar, en tanto que gesto deportivo. La jugada es tan extravagante y espadachinesca, que el propio técnico del Tottenham (su equipo no jugaba bien hasta ese momento) no la celebra: permanece severo y cejijunto.
Amigos, amigas: un portero comienza a reaccionar ante el disparo del rival mucho antes de que el pie entre en contacto con el balón: la ubicación del rematador, su distancia con respecto a la pelota, la inclinación del cuerpo, la posición de la pierna de apoyo, la pierna que se perfila como bazuca… Salvo en el caso de los remates a quemarropa, el arquero comienza su lanzada antes de que el rival jale el gatillo. Pero en este caso, el pobre hombre es incapaz de otra cosa que mineralizarse entre sus palos: era imposible prever lo que iba a salir de la camuflada, ladina pierna izquierda de Lamela.
¿Qué punto intento establecer? Algo que será fácilmente objetable, pero que, en mi deslumbramiento ante la belleza, quiero plantear, a manera de fantasía, de quimera. ¿No debería un gol de esta factura valer por dos, o quizás tres? ¿No debería el fútbol premiar este tipo de gestos, a fin de incentivarlos en los jugadores? ¿Cómo puede valer lo mismo un gol anotado con las nalgas, a diez centímetros de la línea de cal, en una melée, luego de una serie de rebotes, y de manera completamente adventicia e involuntaria –un mero accidente– que una obra maestra de semejante quilataje? ¿Les parece a ustedes justa, esta homologación de la excelencia, la audacia y el virtuosismo con una simple y vulgar chiripa, un gol anotado por el simple hecho de que el futbolista estaba en el lugar adecuado, después de una serie de ricochets absolutamente aleatorios, y en medio de una jugada desprolija y caótica? ¡El primero es coreografía, el segundo, un accidente! Y sin embargo, en el fútbol, ambos goles valen estrictamente lo mismo.
Mi fantasía - propuesta es la siguiente: ¿será del todo inconcebible que en el fútbol operase un jurado calificador que evalúe los méritos de los goles, a fin de que tal criterio fungiese como un agente decisivo, siquiera en caso de empates? La gimnasia artística, ¿no es evaluada según parámetros estéticos tanto como deportivos y atléticos? No basta con que el gimnasta realice sus triples giros con pulcritud: ¡el jurado evalúa también su musicalidad, su elegancia, su estilo, su expresividad, su “fraseo”, su perfección técnica! ¿Que la gimnasia artística es, justamente, un híbrido arte - deporte? ¡Ese es precisamente el punto que intento defender! ¿No cabría afirmar lo mismo del fútbol? ¿No merecía el gol de Lamela ser degustado y justipreciado en tanto que manifestación artística, no solo como acción deportiva? Justamente por cuanto innecesario, por cuanto significa un lujo por parte del creador, merece el gol ser degustado como obra de arte (es lo que Ortega y Gasset hubiera llamado un producto del “lujo vital”: tal era su definición del arte y del deporte).
Sí, los reparos a tal propuesta son múltiples y, como decía, fácilmente predecibles: el criterio estético será siempre subjetivo, y ello problematiza una decisión que debe ser objetiva (quienes prefieran las “chilenas” o las “vaselinas” posiblemente le concedan más puntos a los goles ejecutados de esta manera que a los de “rabona”). Efectivamente, todo, en el fútbol, ha propendido a un máximo de objetividad: en las apreciaciones arbitrales, en la tecnología implementada para la toma de ciertas decisiones, en los criterios de eliminación (donde los penales –asumidos como un necessary evil– son considerados más “objetivos” que, por ejemplo, un triunfo “por decisión”, “por tarjetas”, “por puntos” –qué equipo remató más veces a marco, cometió menos faltas, llevó la iniciativa o tuvo mayor posesión del balón, cuál cuadro honró mejor la noción de fair play: todos estos son parámetros cuantificables, no subjetivos–).
Yo creo que, en caso de empate, y dentro de un sistema de eliminación directa, los partidos deberían dirimirse por decisión: ¡nada hay en ello de descabellado! Y dentro de los criterios que se esgrimirían para tal cosa, la factura estética de los goles y de diversos tipos de jugadas podría ser un elemento digno de evaluación, un factor cuantificable, merecedor de consideración. El “subjetivismo” de tal procedimiento no me asusta: ¡tantas cosas en el deporte son, después de todo, subjetivas! Me he extendido en la descripción de este gol porque en él veo la preeminencia –por parte del jugador– de un criterio estético por encima de la mera efectividad y del resultadismo mezquino.
Lamela fue generoso. Pudo haber disparado con la derecha: era lo que todo el mundo esperaba. Pero prefirió ofrecer espectáculo. Una imagen para la eternidad. Nos hizo un regalo para ser atesorado. En él cobró vida el poeta tras el balón, el artista tras el deportista –o, si prefieren nociones menos complejas, el entertainer tras el profesional–. Pueden ustedes, queridos lectores y lectoras, disfrutar esta jugada en Google. ¿No merece esto ser reconocido, y de alguna manera recompensado? ¡Una recompensa in situ, sobre la marcha misma del partido: no un premio concedido a posteriori, en una especie de concurso de belleza de los mejores goles del año! He aquí mi locura. Ahí se las dejo, para que la celebren, descuarticen, o siquiera consideren.
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