Jacques Sagot
Nadie maltrata y manosea el idioma español tan groseramente como los comentaristas y locutores deportivos de nuestro país. He aquí algunos de sus más socorridos, recurrentes e irritantes manierismos lingüísticos.
Jugador desequilibrante: chavalo rápido y driblador.
Volumen ofensivo: llegar con más hombres adelante.
Golpe de autoridad: apalear a un rival.
Partido muy estratégico: aburrida, estéril y antiestética mejenga, únicamente comprensible por esos iluminados que leen las ideas de los técnicos detrás de este tipo de mamarrachos, que se jactan de entender la dimensión abstracta, conceptual del fútbol, cuando en realidad lo que todos querríamos sería un bello partido con fintas, gambetas, paredes, triangulaciones y goles.
Guindarla: mandar un centro al área.
Hacer historia: pomposa y grandilocuente manera de decir que se rompió algún récord o se logró algo nunca antes logrado. Amigos: si la historia del hombre es ya, apenas, un capítulo del mundo y de la historia natural, ¡imagínense la “historia” del fútbol”! Es una microhistoria enclavada en otra microhistoria, inserta en la microhistoria de la cultura.
La “era” Pinto. Señores: se usa la palabra “era” para aludir a vastísimos períodos geológicos o biológicos: la era carbónica, la era jurásica, la era neolítica, la era paleolítica (y aun hay historiadores que consideran que estas fueron épocas, no eras). En todo caso, es una grandilocuencia y una pedantería hablar de la “era” de un técnico que duró dos años -a veces mucho menos- al frente de un equipo.
"El puntero izquierdo no referenció al centro delantero y prefirió intentar el disparo antes que centrar el balón”. Esta deplorable, cursi, kitsch, relamida y afectada palabra es la que hoy en día se usa para decir: “vio”. Ahora resulta que la gente no ve, sino “referencia”. Qué dirían ustedes si un buen día llamo a un viejo amigo y le digo: “¡Qué alegría oírte y saber que estás bien de salud! ¡Hace doce años que no nos referenciamos! ¡Tenemos que referenciarnos más a menudo: llégate a mi casa este viernes, ahí nos referenciamos y nos contamos todo lo que ha sucedido en estos años!” Simplemente ridículo. Una perfecta polada, un fallido y grotesco intento de sonar “sofisticado” y “culto”. Es impresionante ver (¡no, perdón: “referenciar”!) con qué pandémica virulencia se propagan estas ordinarieces en la jerga futbolera de nuestros locutores y comentaristas.
Y ahora la guinda del pastel: “El delantero no supo recepcionar el balón, que se le escurrió y se perdió por la línea de fondo”. Así que, por lo visto, ahora la gente no recibe, sino “recepciona”. Siempre los farragosos, artificiosos, innecesarios archisílabos. De nuevo: ¿qué dirían ustedes de mí si un día cualquiera les digo: “Perdón, no puedo quedarme a conversar porque esta tarde recepciono en mi casa a unos amigos que vienen a visitarme”? Señores: el jugador recibe la pelota, no la “recepciona”. Por favor, alto a la polería, a la zonchería, al maltrato impune del idioma.
Otra más: el cuentito del “recambio generacional”. ¿Por qué el “recambio”? ¿Hubo ya un cambio, y por consiguiente se hace necesario un “recambio? Para que haya “re”, tiene que haber habido ya un cambio. De lo contrario no se justifica le prefijo “re”. Pero claro, a los usuarios de este endriago lingüístico les suena muy elegante, muy refinado, muy “cool” hablar de “recambio”… “cambio” no es una palabra sonora, distinguida, caché, entonces se permiten usar incorrectamente el archisílabo “recambio”.
Para cerrar momentáneamente esta enumeración de aberraciones idiomáticas -que va a irritar a los arrogantes y soberbios, y mover a pensamiento y revisión a los humildes e inteligentes- en Costa Rica no se usa el término “playera”. Ese es un mejicanismo. Nosotros usamos “camiseta”, así de simple, así de fácil: “camiseta”.
Para ser locutor, entrevistador o comentarista deportivo hay que saber hablar. Hay que saber hablar, sí: no sé de qué otra forma plantearlo. A quienes desempeñan este oficio deberían exigírseles atestados en materia de filología. Aprendan a hablar, señores, y después regálennos sus sapientísimos dictámenes técnicos en torno al fútbol. Comiencen con el Paco y Lola: “Mi mamá me mima”. “Mi mamá amasa la masa”. “Mi mamá me ama”. Y así van progresando, pasito a pasito, hasta que sean dignos de encaramarse en una plataforma televisiva para engalanar con su verbo trepidante la transmisión de un partido de fútbol. Seguiré desgranando este repertorio de enormidades en mi próximo artículo. Está dirigido a un gremio al que por lo demás respeto, y en el que se cuentan algunos amigos queridísimos.
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