La embriaguez del pensamiento
Un sueño de piedra
Jacques Sagot
¿Por qué no reconstruimos la vieja Biblioteca Nacional? ¿Es tal idea un disparate? El edificio fue erigido entre 1906 y 1907, durante la primera administración de Cleto González Víquez (¡la adquisición del terreno costó 70 000 colones!) Era un edificio soberbio, de estilo neoclásico, pero lo suficientemente ecléctico como para armonizar rasgos renacentistas, barrocos y modernistas. El Estado lo vendió en julio de 1969 a una empresa que en diciembre del año siguiente lo demolió sin piedad. La transacción costó 1 325 000 colones. El poeta Alfredo Cardona Peña dijo en esa ocasión: “Demoler edificios ‘ancianos’, cuando estos han sido de utilidad pública, es un crimen de lesa urbanidad. Es tan grave como talar un árbol que ha dado paz y sombra a muchas generaciones”. Los poetas siempre tienen razón. Por definición, por principio, bajo toda circunstancia concebible.
La demolición de la Biblioteca Nacional, con su patio interno, su estructura metálica, su zócalo enchapado de piedra, su triple portal, su estatua de Minerva, diosa romana de la sabiduría, fue una masacre urbana. Solo en un país afecto de cretinismo arquitectónico podía haber sido perpetrada tal monstruosidad. Los hay que aducen que el edificio tenía problemas estructurales que lo hacían menos que óptimo para su función. Si tal era el caso, urgía reparar, en lugar de demoler. Pero actuamos descriteriada y precipitadamente. Y es así como, en lugar del noble, augusto edificio de antaño, tenemos hoy un parqueo. Un abyecto, ruidoso, contaminante y miserable parqueo. El horror del espacio negativo: un hueco donde antes había un edificio. La lepra de la nada royendo al ser.
En un texto fechado en 1963, don Enrique Macaya da al arquitecto italiano Francesco Tenca por autor de la Biblioteca. Empero, es harto probable que el diseño arquitectónico se realizara en Inglaterra, hacia 1900. Así lo aseveran las investigadoras Ofelia Sanou y Florencia Quesada (Historia de la arquitectura en Costa Rica), que fundan su aserto en documentos de los Archivos Nacionales, hoy extraviados. El ingeniero costarricense Nicolás Chavarría, también involucrado en la construcción del Teatro Nacional, habría supervisado las obras.
Amigos, amigas: si Europa ha destruido a diestra y siniestra, también se ha propuesto a sí misma como modelo de reconstrucción. Una buena parte de Dresde, “La Florencia del Elba”, fue reconstruida después de que aviones británicos y estadounidenses hicieran llover sobre ella 80 000 toneladas de bombas incendiarias. Los habitantes de la no menos vapuleada Saint-Malo, en la Bretaña francesa, reconstruyeron, piedra por piedra, todo su centro urbano, el corazón intra muros de la ciudad. Previendo la destrucción de Rouen, las autoridades locales decidieron desensamblar los preciosos vitrales de la enorme catedral –la parte más vulnerable del templo–, conservar el plan de la disposición de sus incontables piecitas, y restituirlas luego de los bombardeos –que, en efecto, lesionaron considerablemente la estructura–. Cuando el Armagedón se aplacó, los vitrales fueron reintegrados exactamente tal cual habían sido diseñados en el siglo XIII.
Los costarricenses no necesitamos guerras ni devastadores blietzkriegs. Somos tan tontos, que nosotros mismos nos encargamos de arrasar nuestras propias ciudades: si de algo deberíamos protegerlas es de nuestra imbecilidad y del furor autodestructivo que nos caracteriza. Sería hermoso, ver resurgir, desde el fondo de los siglos, el antiguo edificio de la Biblioteca Nacional. ¿Se conservan los planos del diseño arquitectónico? Fotos y dibujos ciertamente no faltan. ¿Habrá por ahí algún quijotesco materializador de quimeras a quien esta idea interpele? No sería una involución: no se trata de recuperar el pasado en tanto que presente, ¡sino en tanto que pasado! Como espacio arquitectónico, la Biblioteca Nacional respondía a una concepción europeizante de la cultura, pero esto no es nada de lo que debamos avergonzarnos: a fin de establecer un principio de identidad nacional, hemos de considerar nuestro componente europeo, nuestra hibridez cultural e histórica.
La Biblioteca Nacional era uno de los más bellos inmuebles de Centroamérica. Constituía una hermosa “rima arquitectónica” con el Edificio Metálico, y “dialogaba” con el cine Variedades y la parte posterior del Teatro Nacional. Debió haber sido declarado mil veces monumento patrimonial. Llenaba todos los criterios para aspirar a este rango: valor por antigüedad, valor por autenticidad, valor de representatividad, valor arquitectónico, valor artístico, valor científico, valor contextual, valor cultural, valor excepcional, valor histórico, valor significativo, valor simbólico y valor urbanístico. Su demolición nos hizo menos nobles, menos bellos, menos conscientes. El contrapunto visual que proponían los cuatro edificios mencionados nos ofrecía un bello asomo de eso que se conoce como “paisajismo urbano”, esto es, un ámbito en el que varios inmuebles coadyuvan para crear un área más o menos grande de belleza arquitectónica, sea por la unidad de estilo de las construcciones (el Arco del Carrusel, el Arco de Triunfo y el Arco de la Defensa, “conteniéndose” unos a otros sobre una dilatada perspectiva de varios kilómetros, en el eje mismo de París); o por sus flagrantes pero llamativas diferencias (la Plaza de las Tres Culturas, en México D.F.)
Convoco a mis conciudadanos, de manera principalísima a los compañeros del Colegio de Arquitectos e Ingenieros y de todas las facultades universitarias abocadas a la enseñanza de estas disciplinas, para que le concedan algunos minutos de pensamiento a mi propuesta. Si no hemos conservado los planos originales, asumo que la idea no tendrá otro destino que ir a vegetar en el limbo de las ocurrencias desesperanzadas. Pero quizás se conserven, y si tal es el caso, mi sugerencia podría echar músculo, y convertirse en una fuerza real e incoercible. Si el edificio no fuese ya funcional en tanto que biblioteca, podemos darle cualquier otro uso. Lo importante es recuperar su presencia, su gran sombra de secuoya, su señorial fachada que, a cincuenta y cuatro años de su destrucción, sigue siendo sin ser –lo propio de los fantasmas–. En 1907, San José era un pueblo pobre pero bonito. Hoy es una megalópolis rica pero fea, vulgar, canallesca, disfuncional. Recobrar un edifico de tal prosapia equivale a reencontrar algo de nuestra alicaída dignidad. Ciudades enteras han sido reconstruidas… ¿no seremos nosotros capaces de reconstruir siquiera una esquina?
La “anciana” Biblioteca Nacional fue asesinada a los sesenta y cuatro años de edad. Podemos devolverla a la vida. Por respeto a nosotros mismos, y a nuestros antepasados, que supieron levantar edificios a la medida de sus sueños, sus ideas, sus aspiraciones, y de su bien cribada y discerniente sensibilidad.