Jacques Sagot
Después de 39 años de prohibición (desde la caída del Shah de Irán y la toma del poder por los fundamentalistas islámicos en 1979) se le permitió a un grupo de mujeres asistir a un partido de fútbol masculino (amistoso Bolivia-Irán). El Fiscal General de la República protestó: “el que las mujeres acudan a ver hombres semidesnudos jugar fútbol conduce al pecado. Nosotros somos musulmanes, islamistas”. Así que un hombre con su uniforme deportivo estaría, según este señor, “semidesnudo”.
Las mujeres (un centenar de ellas) fueron ubicadas en una tribuna especial, completamente aisladas de los hombres. Todas vestían sus atuendos tradicionales, con no más que la cara descubierta. Según el Fiscal, esto evita que las mujeres sean víctimas de “las groserías de los hombres”. ¿Qué diría el pobre jurisconsulto si lo llevásemos un día a la gradería de sol del estadio Saprissa, para que fuera testigo de los escupitajos verbales de que las mujeres son víctimas en nuestras latitudes? ¿Qué diría de las “rumberitas” y demás aberraciones asociadas a nuestro fútbol?
Lo curioso es que en esta teocracia que es Irán, en este país donde las autoridades fiscalizan la sexualidad de la gente, donde el homosexualismo, la sodomía, las relaciones extra-maritales y la apostasía son castigadas con pena de muerte, existe una liga de fútbol femenina. Hay que ver sus atuendos para creerlo: juegan literalmente envueltas en trapos que les cubren el cabello, la totalidad del cráneo, las orejas, el cuello, mangas largas, guantes, pantalones de ruedos largos, medias a la altura de las rodillas… no enseñan un centímetro de piel, lo único que queda descubierto es el rostro, y aun este reducido al mínimo: ojos, nariz y boca.
Hace poco se descubrió que en la selección femenina jugaban ocho hombres (era una estafa fácil de perpetrar: el uniforme impedía determinar el sexo de los jugadores). Se trata de hombres en estado “transitivo”: están en proceso de someterse a operaciones para devenir transexuales. Y resulta que la transexualidad sí es legal en Irán. Con ello tendríamos mujeres desde el punto de vista genital, pero dotadas de la fortaleza física, el músculo, la potencia de hombres: ¡no es justo para con los rivales! Mutatis mutandis, era el caso de los castrati de tiempos de Händel, Purcell y Scarlatti. Tenían el registro, la tesitura de las sopranos, pero con la energía y capacidad pulmonar de los hombres: una síntesis perfecta de atributos transgenéricos, ¡pero a qué precio!
Irán: una cultura hecha de contradicciones. El equivalente de la civilización judeocristiana… de la Edad Media, con su Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, Torquemada, Savonarola, Arbués y Gui. Un pueblo ética y teológicamente rezagado por quinientos años. “Cosas veredes, Sancho”. Pero Occidente, por su parte, perdió desde hace mucho la autoridad moral para autoproclamarse faro moral del mundo, y dictar cátedra a las naciones musulmanas. Dos guerras mundiales, dos bombas atómicas y diversos holocaustos nos dejaron desprestigiados, desautorizados, descalificados para predicarle al resto del planeta nada atinente a los valores éticos y la cultura de la paz, la libertad y la convivencia.
Si censuro desde el fondo de mi ser lo que la civilización musulmana ha hecho a la mujer, es con igual desprecio y acritud crítica que contemplo lo que Occidente ha infligido a sus féminas: prostituirlas, exhibirlas, deformarlas, tasajearlas, degradarlas y asesinarlas. Fue con ocasión de un importante simposio de pensadores celebrado en París que Franҫoise Héritier, señera antropóloga y etnóloga francesa, ofreció la más perturbadora definición que se ha jamás propuesto del ser humano: “única especie animal sobre el planeta en la que los machos matan a las hembras”. Es aterradoramente cierto. Cierto desde los puntos de vista biológico, zoológico, social, antropológico y psicológico. Somos el único aberrado bicho que se ensaña asesinando a las mujeres. Costa Rica ha asumido brutalmente este perverso patrón de conducta en tiempos recientes. ¡Ah, amigos, amigas, cómo duele a veces la verdad, esa que al decir de Jesucristo, un día nos hará libres!
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