Deporte: magia, poesía y heroísmo
- Bernal Arce
- 7 jun
- 4 Min. de lectura
Deporte en casa, ¡y qué deporte!
Jacques Sagot
Hay un deporte que podemos practicar en casa, en familia, intra muros, en la seguridad de nuestra burbuja doméstica: el ajedrez. Además de deporte es un arte y una ciencia. El campeón mundial durante los años 1963-1969, el armenio Tigran Petrosian, decía que el ajedrez era un deporte en tanto que actividad competitiva, una ciencia por su teoría, sus variantes, la inteligencia específicamente espacial que demandaba de sus jugadores, y un arte, porque exigía imaginación, creatividad, inspiración, y un particular sentido de la belleza coreográfica de las posiciones y los movimientos de las 32 piezas sobre los 64 escaques del tablero.
Son muchas las afinidades que vinculan el ajedrez con el fútbol. En ambos es crucial dominar el centro del terreno, ¿por qué? Porque es ahí donde las piezas se potencian mejor, tienen más espacio de maniobra. Las torres son los laterales, cubren los flancos, suben y bajan cual pistones. La reina es el número 10: el jugador de creación, el más dotado, el que tiene más opciones de maniobra. La vida es como el ajedrez: el jugador a quien le “comen” la reina, puede darse por perdido. El rey es el portero (aunque Karpov, de manera temeraria, solía sacarlo al ataque, como René Higuita, que solía subir hasta el medio campo driblando rivales). Los alfiles juegan en diagonales: son los atacantes que se enfilan hacia el marco rival de manera oblicua y sesgada. Los peones son volantes de contención: sostienen la estructura de las posiciones defensivas. Finalmente, el caballo, que juega siguiendo la forma de la letra “L”: dos casillas horizontalmente y una verticalmente. Es la única pieza que puede “driblar”, eludir a uno o varios rivales pasándoles por encima, porque es la única cuyo juego no es rectilíneo.
Vuelvo sobre mi punto: el ajedrez demanda una peculiar inteligencia del espacio: reconocer y planear relaciones espaciales dentro de ese ámbito acotado que son los 64 escaques del tablero, y con armadas de dieciséis guerreros por bando. Es, en esencia, el mismo tipo de inteligencia que movilizaban los navegantes de antaño, capaces de determinar sus posiciones en el océano mediante la observación de las estrellas. La misma inteligencia que utilizaría un bailarín y más aún, un coreógrafo (cómo ocupar y potenciar el espacio escénico). Y sí, es también la inteligencia que pone en acción un buen futbolista: crear una jugada que involucre a varios jugadores con sus respectivos desplazamientos en el terreno, en aras de marcar un gol, o bien de impedirlo. Erróneamente suele decirse que el ajedrez es como las matemáticas: ¡no! El hecho de que un alfil se desplace en diagonales o una torre en líneas perpendiculares no tiene absolutamente nada de matemático: es arbitrariedad pura, convención, mera tradición. Pero sí puede afirmarse que, dentro de este set de reglas y utilizando las capacidades propias de cada pieza, existe una lógica específicamente ajedrecística y –nuevamente– espacial. Un arquitecto, un pintor, un escultor, un diseñador gráfico, un artista circense tendrán en abundancia este tipo de inteligencia.
Amigos, cultiven este maravilloso juego – ciencia – arte, y háganlo en sus casas. Organicen pequeños torneos domésticos: que midan sus fuerzas los niños con los viejos y los adultos. No se priven de su belleza, de su vertiginosa infinidad de posiciones, de su deliciosa hipnosis, del valiosísimo nutriente que aportará a sus intelectos. En mi personal sentir, el ajedrez es una experiencia esencialmente poética: hay en él todo el lirismo, el heroísmo, la emotividad, los arrestos y el drama que se pueda querer.
En la Unión Soviética y en la actual Rusia el ajedrez es parte del currículum educativo de los niños desde la escuela primaria. Institutos destinados a la práctica de esta actividad están diseminados por todo el territorio, aun en las más aisladas y remotas comunidades siberianas. El resultado es que en los últimos noventa años el ajedrez ha sido masivamente dominado por este país. Alekhine, Botvinik, Smyslov, Tahl, Petrosian, Spassky, Karpov, Kasparov, Kramnik son los míticos campeones que han ejercido la hegemonía absoluta sobre este deporte. Ocasionalmente han sido desplazados de la cima (Ewe, Fischer, Anand, Carlsen) pero su señorío sobre el ajedrez ha sido y sigue siendo indiscutible. Y aparte de los campeones mundiales, una plétora de formidables maestros que jamás conquistaron el título han sido determinantes en el desarrollo teórico de este arte. Para solo mencionar algunos, evocaré a Korchnoi, Keres, Polugaevsky, Bronstein, Kamsky, Yussupov, Gelfand, Boleslavsky, Geller, Taimanov, Beliavsky… Rusia tiene el mayor número de Grandes Maestros (GM) y campeones de ajedrez de la historia, en todos los niveles y divisiones.
Sería formidable que Costa Rica adoptara este paradigma educativo. Los beneficios del ajedrez sobre las jóvenes mentes son inmensurables. Disciplina, autocontrol, resiliencia, recursos morales, espíritu de lucha, serenidad ante la derrota, júbilo temperado ante la victoria, sentido de la estrategia y la táctica, sensibilidad estética, competitividad, capacidad de reponerse de los reveses deportivos, persistencia, adquisición de destrezas cognitivas especiales, maestría sobre los nervios… son infinitos los beneficios que obtendríamos de la diseminación de este deporte entre nuestros niños y jóvenes. Hoy en día, cuando los enfrentamientos bestiales entre estudiantes de secundaria (con barras que vitorean a uno u otro), se han convertido en un ritual colegial de todos los días, el ajedrez podría proporcionar una sublimación, una elaboración, una recanalización de toda esa energía guerrera. Que el combate pase del nivel físico y primario al simbólico y lúdico. Ese sería un enorme triunfo pedagógico y humano para nuestro país.
¿Y los viejos? Para ellos también tiene el ajedrez inestimables beneficios. Opera como un dique de contención contra las enfermedades mentales de tipo degenerativo asociadas a la senectud, palía la soledad de los ancianos, los ayuda a socializar, a mantener la concentración en estado de máxima intensidad: es una verdadera calistenia para los “músculos” del alma, de la voluntad, de la atención y de la inteligencia. Si Costa Rica tuviese un ministerio de educación podríamos sin duda ensayar este modelo. Pero no lo tiene… a decir verdad, no lo ha tenido durante, por decir lo menos, once años. Siendo este l´état de la question (Sartre), no nos resta otra cosa que esperar el regreso de personas visionarias y propositivas a esta cartera. Quizás entonces… quizás, quizás…
Comments