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Deporte: magia, poesía y heroísmo

Foto del escritor: Bernal ArceBernal Arce

Jesse Owens: héroe en la Alemania nazi, escoria en su propio país


Jacques Sagot


Jesse Owens fue el incuestionable rey de los juegos olímpicos de Berlín 1936.  Las olimpíadas nazis, sí, esas en las cuales Hitler quería probar a toda costa la superioridad atlética de la raza aria.  Jamás previó que un negro de Oakville, Alabama, sin experiencia olímpica alguna, y con solo veintidós años de edad, iba a hacer trizas su delirio racial.  Nadie sabía siquiera (y la mayoría de la gente sigue sin saber) el verdadero nombre de este titán: James Cleveland Owens.  Pero él usaba sus iniciales: J. C., lo que hizo suponer a muchos que se llamaba “Jesse”.  En efecto, J. C. es parónimo inglés de “Jesse”.


A punto estuvo de no poder integrar la comitiva estadounidense para los juegos de 1936.  Por fortuna lo logró in extremis.  Su performance se cuenta entre las más espectaculares de la historia de los modernos juegos olímpicos.  Arrasó con cuatro medallas de oro: en los cien metros, en los doscientos metros, en los cuatrocientos metros con relevos, y en el salto en longitud.  Era una pantera.  Hitler tuvo que tragarse el espectáculo: ver a aquel negro doblegar a sus übermenschen arios (en realidad estos se portaron noblemente con Owens: uno de ellos lo asesoró en cómo ganar una de las pruebas).  Las versiones difieren en lo atinente a Hitler.  Nadie sabe con certeza si le estrechó o no la mano después de sus victorias.  Por lo menos en una ocasión, antes de la primera prueba, Owens pasó cerca de su palco, y sabemos que el Führer lo saludó.  También sabemos que después de las cuatro victorias de Owens, dijo que “los negros eran una raza primitiva, más animal que humana, con una corpulencia superior, producto de su subsistencia en la selva, y que por lo tanto no debían competir con los blancos”.

 

Pero hubo cosas peores.  Owens no fue recibido en la Casa Blanca por el presidente Franklin Delano Roosevelt.  Peor aún: no recibió siquiera un telegrama o una llamada congratulatoria de su parte.  Debió de seguir viajando en la parte posterior de los buses, a prudente distancia de los pasajeros blancos, e instalarse estrictamente dentro de los linderos de los guetos negros.  Sus hijas tuvieron que estudiar en escuelas y colegios para negros.  Sufrió la segregación con igual crueldad que cualquier miembro de la negritud estadounidense.  Su estatus de héroe olímpico no le ganó la simpatía o gratitud de las grandes figuras políticas de la época, ni de los blancos supremacistas.  Cuando se le organizó un tardío homenaje en el suntuoso hotel Waldorf Astoria de Nueva York, le prohibieron tomar el ascensor de la puerta de entrada, y tuvo que abordar el elevador que se usaba para subir la comida, las legumbres, el licor, las reses destazadas, en la parte posterior del edificio.  Owens siempre se sintió mejor en Alemania que en los Estados Unidos de Norteamérica.  El presidente Jimmy Carter, intentó reparar un poco tal atrocidad durante los últimos años de la vida de Owens. 

 

Sin Owens jamás habríamos tenido a Joe Louis, Carl Lewis, Michael Jordan, Muhammad Alí, Joe Frazier, Tiger Wood, Arthur Ashe, Usain Bolt, Pelé, Garrincha, Didí, Serena y Venus Williams, Florence Griffith, Simone Biles, Allyson Felix, Gabrielle Douglas, Dalilah Muhammad, Torie Bowie…  Fue Jesse Owens quien le abrió la puerta a todos ellos y ellas.  En el deporte Owens representó para la negritud lo que Hattie MacDaniel y Sidney Poitier significaron en el ámbito del cine.  Una proa rompehielos, un heraldo, un hombre de avanzada y un vigía oteando los aún lejanos litorales de la libertad.

 

Terrible al tiempo que sublime ironía: el pueblo alemán adoró a Owens, lo ovacionó y vitoreó con inmenso entusiasmo.  Algo más: sus contendientes germanos lo ayudaron en las pruebas atléticas, dándole consejos y asesorándolo sobre la mejor manera de desempeñarse en ellas.  En Alemania se vio rodeado de un respeto y un cariño que jamás había conocido en los Estados Unidos. Y bueno, ahí tienen ustedes: el régimen nazi, el más abyectamente racista que el mundo ha conocido, valoró más a este colosal atleta negro que “America the beautiful”.  Indiscutiblemente, un verdadero dije para cualquier antología de la imbecilidad y la perversidad humanas.

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