Medio siglo de “the rumble in the jungle”
Jacques Sagot
Bueno, queridos amigos, este miércoles 30de octubre se cumplió medio siglo de la llamada “pelea del siglo” (aunque, en honor a la verdad, las hay que considero más dignas de este encomio): la colisión por el título mundial de los pesos completos entre George Foreman y Muhammad Alí. Se celebró en Kinasa, Zaire -hoy en día República Democrática del Congo-, un país bajo la férula implacable del tirano Mobutu Sese Seko, cleptócrata, asesino, connotadísimo violador de los derechos humanos y criminal de lesa humanidad. La Selección Nacional de Fútbol de Zaire había firmado, pocos meses antes, la que aún es la peor actuación de un equipo en la historia de los campeonatos mundiales: tres derrotas, cero goles a favor y catorce en contra (varios de los jugadores fueron encarcelados o mandados al exilio) de modo que para Mobutu era crucial que su país se limpiara la cara en la organización de esta efeméride deportiva, transmitida por vía satélite, en vivo y a todo color al mundo entero.
Foreman, quien había ganado la medalla de oro en los Juegos Olímpicos México 1968, era un ogro descomunal de largos brazos como mazos de demolición.Había conquistado el cetro mundial al masacrar a Joe Frazier en Kingstone, Jamaica, en 1973, derribándolo seis veces en dos asaltos (no existía aún la regla que obligaba al árbitro a detener la pelea después de tres caídas). Fue el combate en que el legendario comentarista Howard Cosell puso en boga su frase distintiva: “Down goes Frazier! Down goes Frazier!Down goes Frazier!”, posteriormente usada en casi cualquier circunstancia de la vida en que una debacle parece inevitable-. Defendió su título ante el campeón puertorriqueño Sergio Román, demolíéndolo en dos minutos, y contra el futuro gran campeón Ken Norton, que solo le aguantó dos asaltos antes de desplomarse como un enorme árbol talado. En esencia, Foreman era percibido como una especie de pre-Mike Tyson, un golpeador en la línea de Sonny Liston: no era un estilista, o un boxeador “estético” (si es que tal noción puede ser sustentada). Nada de eso. Foreman era un púgil de un solo golpe: no era necesario más para mandar a la lona a sus rivales, en estado de inconsciencia, y nadie duraba más de dos asaltos frente a él. Era un coloso que derribaba a sus rivales con no más que la respiración.
Por su parte, Alí había purgado tres años de retiro obligatorio del boxeo y pérdida de su título de campeón mundial entre los años 1967 y 1970, debido a su negativa a enrolarse en el ejército de los Estados Unidos, siendo musulmán y radicalmente opuesto a la guerra. Es indudable que este lapso de inactividad perjudicó su por lo demás meteórica carrera. La pelea contra Foreman fue descrita como “the rumble in the jungle”, y captó la atención del mundo entero, dado los valores que estaban en juego: Alí el rebelde, el castigado, el enfant terrible del boxeo, despojado de su cetro, que volvía por él, con todas las apuestas y pronósticos en su contra. Alí el underdog, la próxima víctima del gigante Foreman: solo restaba preguntarse si resistiría más de dos asaltos: el resultado se daba por un hecho.
Angelo Dundee, representante de Alí, llegó al cuadrilátero la noche previa al encuentro y aflojó, destornillador en mano, las cuerdas del ring, a fin de que ofrecieran un apoyo más eslástico y “acogedor” para Alí, que había planeado pasar la mayor parte de la pelea recostado a ellas: fue la estratagema conocida como “rope a dope”. En lo sustantivo, Alí peleó “al contragolpe”, encajando y asimilando el castigo al abdomen de Foreman, pero permitiendo que poquísimos golpes llegaran a su cabeza. Por el contrario, durante esas esporádicas y velocísimas ráfagas “contragolpistas”, Alí vulneró cada vez que quiso la “torre de control” de su rival. Foreman se extenuó en un estéril y testarudo aguacero de golpes inocuos contra Alí. Al llegar al octavo asalto, Muhammad iba a adelante en las tarjetas de los tres jueces. Foreman se gastó, se erosionó, se quedó sin stamina, sin energía, y comenzó a bajar la guardia peligrosamente.
Entretanto, Alí lo asediaba con una imparable batahola verbal: “¿Eso es lo mejor que puedes hacer George? ¡Pero si estás luchando como una señorita recoleta! ¡Auch, eso sí que me dolió! ¡Auch, auch, y eso también…! ¡Cielo santo, que pegada tan potente tienes, George, jamás me habían maltratado tanto en un cuadrilátero!” Fue media hora de asedio y mofa, de irónicas y farsescas expresiones, de ´payasadas y muecas de Alí, que cumplieron con el propósito de minar las reservas morales de Foreman.
Y sucedió lo inexorable. En el octavo asalto, extenuado de lanzar ojivas nucleares contra el torso de Alí (zona que todo boxeador protege con un escudo muscular tan duro como el acero), el retador sorprendió a Foreman con la guardia baja y le soltó un aluvión de golpes, combinaciones de izquierda y sobre todo de derecha, que mandaron a la formidable secuoya humana directo al suelo. Fue una caída aparatosa (y una cuenta arbitral un poco apresurada, hay que reconocer). Alí había recobrado en buena lid, y mediante una táctica, una malicia y una psicología superior a la de su rival, el cetro de campeón mundial. Exultante, convertido en una verdadera catarata verbal y no muy consciente de lo que decía, pronosticó que su reinado duraría hasta los cincuenta y cinco años (vaticinio que, por supuesto, no se cumplió).
En 1987, después de una década de retiro, Foreman volvió al boxeo profesional y en 1990 se convirtió en el hombre más viejo en conquistar el cetro mundial al noquear a Gerry Cooney de manera más que convincente. Después se convirtió en un ministro de la palabra de Dios, fundó una iglesia en Houston donde prodigaba sus prédicas con verbo encendido. Ahí tuve el privilegio de escucharlo y conocerlo. Todo un personaje, este Foreman: un “villano” durante sus años de oro, y un “buenazo” afable y carismático después de su conversión religiosa y su segundo título mundial.
Por lo que Alí atañe, ya sabemos que después de “the rumble in the jungle” defendió el título ante algunos boxeadores de poca monta, pero también ante el siempre feroz Joe Frazier, Ken Norton -quien lo había derrotado y quebrado la mandíbula en 1973-, y Jimmy Young, con resultado favorable por puntos muy discutible. Luego vino su derrota ante Leon Spinks y la posterior recuperación del título (único campeón que lo había reconquistado dos veces).
Y como diría Shakespeare, “todo lo demás es silencio”… El lento y penoso descenso de Alí hacia la afasia, la apraxia, la parálisis, la enfermedad de Parkinson, sus deplorables últimas dos peleas contra Larry Holmes y Trevor Berbick… Ambos se abstuvieron de administrar a Alí sendas palizas humillantes y de derribarlo en la lona debido al inmenso respeto que le tenían, pero la verdad es que ninguna de esas peleas debió de haberse llevado a cabo. Alí era ya incapaz de trotar un kilómetro sin extenuarse, y ya no podía llevarse el dedo índice a la punta de la nariz: era un hombre gravemente enfermo. Su carrera debió haber terminado después de su segunda pelea con Leon Spinks, con el cetro mundial bien empuñado en la diestra.
Medio siglo después de “the rumble in thejungle” todos los que seguimos el boxeo en esa era de oro (Alí, Liston, Frazier, Foreman, Norton, Quarry, Lyle, Young) evocamos esa épica batalla con nostalgia y dolor, dada la dirección en que envió a nuestro héroe, Muhammad Alí: la progresiva, inexorable, perceptible desintegración de su cerebro y de todas sus facultades psico-físicas. No merecía terminar así, “The Greatest”, el boxeador que “volaba como una mariposa y picaba como una avispa”. En última instancia lo venció ese peleador contra el que jamás, hombre alguno, ha ganado una contienda: el tiempo.
Comments