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Deporte: magia, poesía y heroísmo.


Jacques Sagot

El pus de nuestro futbol


Técnicos que acceden a alinear a sus jugadores únicamente si estos les dan su diezmo, negociado sub umbra en las sórdidas reconditeces de los camerinos.   Futbolistas que, literalmente, tienen que comprar su derecho a jugar.  ¿Que no pagan su infame tributo?  Pues ahí está la banca, que es cómoda, espaciosa, y con vista privilegiada del terreno de juego.


Gerentes deportivos que recomiendan la contratación de tales y cuales extranjeros… si estos reciprocan la deferencia con un porcentaje de sus sueldos.  El gerente deportivo asume así el perfil de un representante, de un manager –¡cosa que no es!– cobrando su suculenta comisión por cada una de las contrataciones del año.  Impunes, aureolados de santidad, un día los ve uno robando cámaras en un programa de televisión.  Es así como el país los premia por una vida de putrescencia en la gestión deportiva.


“Yo te alineo”, “yo te contrato”, “yo te traigo del extranjero”, “yo te antepongo a tus colegas a la hora de proponer la alineación”, “yo te reduzco la sanción que te aplicaron”, “yo te apoyo en la próxima elección de junta directiva”, “yo les pito un penal a favor”, “yo los hago campeones”…  A todas estas ofertas va amarrado la conjunción “si”: hay una condición para ellas, y esa no es otra que el dinero.  Meros pichuleos en algunos casos, sumas exosféricas en otros.


Hay futbolistas excelsos que no pueden jugar, porque el técnico solo alinea a aquellos que se han avenido a sus gansteriles transacciones.  El que paga juega, el que no paga se dedica a cabecear… de sueño, hundido en el sopor de la banca.  Eso, o bien ser desplazado por algún mediocre extranjero, un atorrante que aceptó pagarle al gerente deportivo la “comisión” que este le impuso como condición de fichaje.  Jóvenes pródigos de talento, canteranos de cepa, vástagos saludables y promisorios de la institución que los formó, deben contentarse con ver cómo cualquier malandrín, sobrevalorado extranjero toma su puesto.  ¿Cómo no habrían de desmoralizarse?  ¿Cómo jugar bien, en medio de un clima laboral tan putráceo?


Todo esto pasa en nuestro fútbol.  Ha pasado siempre, sigue pasando, e involucra a algunos nombres tenidos por ilustres.  Ídolos con pies de… no, el barro es demasiado noble como para figurar en esta infame metáfora.  Pues digamos entonces con pies de azufre, de detritus, de excremento quizás.  Es un secreto a voces.  Una aberración de la que todos tenemos conciencia, pero nadie se atreve a hablar.  Nuestro fútbol es un burdel, un lupanar, un absceso purulento que urge sajar.  Yo tan solo soy el niño que dice: “¡pero si el emperador va desnudo!”  A la comunidad futbolística nacional le corresponde reaccionar.  Esto es, si no está toda ella corroída por el mismo cáncer.      

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